Capítulo 21: Entre el arco y la flecha

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C U P I D O


Sin más palabras, lanzo toda la energía acumulada en mis manos, un destello dorado atraviesa la sala y va directo hacia el demonio de la noche. Él esquiva el golpe por poco, pero el destello le roza el hombro, haciendo que retroceda. Puedo ver que no es invulnerable, que siente la fuerza de mi poder, y eso me basta para saber que esta pelea está lejos de acabar.

Mientras me acerco, el demonio sonríe, y en sus ojos percibo la misma chispa de antes, esa familiaridad inexplicable que debería ser imposible. La risa de Cullen no se detiene, como si el enfrentamiento fuera para él un espectáculo personal.

—¿Tanto te sorprende ver una cara conocida, Cupido? —Cullen lanza otra carcajada, sus ojos brillando con una oscuridad que rivaliza con la noche misma—. O quizás, solo temes recordar lo que intentaste olvidar.

Mi rabia crece aún más, y sin pensarlo dos veces, libero una nueva descarga de energía dorada. Esta vez, el demonio de ojos rojos se ve obligado a retroceder por completo.

Al lanzarle esa descarga de energía dorada, el demonio de ojos rojos apenas retrocede, absorbiendo el golpe como si hubiera anticipado mi movimiento. Sin embargo, su rostro cambia, endurecido y familiar al mismo tiempo, como si una memoria hubiera surgido en mí desde lo más profundo de mi ser. Mi ataque le ha afectado, pero más allá del impacto físico, puedo ver en sus ojos esa chispa de reconocimiento que me atormenta.

Mis pensamientos vuelven rápidamente a la prisión, a esa clave que me permitió salir, a la sensación de que alguien, en algún lugar, me estaba ayudando desde las sombras. Pero no... no puede ser.

—¿Perseo? —murmuro, la duda rompiendo la tensión por un instante.

El demonio se ríe, pero es una risa amarga, desgarrada, como si su propio nombre fuera una herida abierta.

—¿Quién soy ahora, Cupido? —responde, su tono cargado de resentimiento, y sus ojos arden como carbones encendidos—. Lo que ves es lo que me he convertido, todo gracias al tirano que tú aún sirves.

Retrocedo, tratando de asimilarlo. Mi amigo, el mismo que me ayudó a escapar, el mismo que hace siglos fue castigado sin piedad... es este ser que ahora se interpone entre Lía y yo. Apreté los puños, las piezas encajando con una claridad oscura. Perseo está aquí por la misma razón que Hermes: su deseo de venganza y el amuleto que rodea el cuello de Lía.

—Entonces... esto es tuyo —digo, señalando la línea dorada que parece unirnos de manera invisible.

Él me observa, y en su rostro veo el conflicto, un dolor enterrado bajo siglos de rencor y soledad.

—Fui quien creó el amuleto —admite, su voz rota por la rabia y la amargura—. Y también soy quien arriesgaría todo por obtener lo que me pertenece.

—¿Y por eso permitiste que me ayudara a escapar? —Mi voz sale entrecortada, aún procesando la traición y la verdad que se revela ante mí.

Perseo se queda en silencio, su rostro oculto tras la sombra de una expresión casi humana, de un pesar tan profundo que mi furia apenas puede sostenerse. Sin embargo, su alianza con Hermes y su determinación se hacen más evidentes con cada palabra.

—Mi propósito es la venganza, Cupido —dice finalmente, en una voz que apenas logra contener su propia tormenta—. Y tú... eres el medio para alcanzar mi fin.

Mis músculos se tensan, mi instinto se enciende. No solo lucho contra el pasado de un amigo, sino contra una sombra convertida en verdugo. No pienso retroceder, aunque el precio sea alto.

El amuleto de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora