Capítulo 3: Tempestad

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C U P I D O

El Olimpo siempre ha sido un lugar de juegos. Para los dioses, las vidas de los mortales son como pequeñas historias que podemos manipular a nuestro antojo. Pero lo que muchos no ven es que esas historias, esas vidas, tienen consecuencias, incluso para nosotros.

Días después de mi conversación con Zeus, el fracaso de mis flechas se ha vuelto el tema de conversación favorito en el Olimpo. Los murmullos y las risas a mis espaldas son incesantes. No puedo caminar por los pasillos sin sentir las miradas de otros dioses, algunos divertidos, otros compasivos, pero todos atentos a mi humillación.

—Cupido, ¿cómo va el "gran caso"? —me pregunta Hermes con una sonrisa burlona mientras pasa flotando, sus sandalias aladas brillando bajo el sol eterno del Olimpo. Me esfuerzo por no reaccionar, pero el comentario me atraviesa como una flecha. No puedo darle el gusto de verme afectado, así que me limito a una sonrisa forzada.

—Es solo cuestión de tiempo, Hermes —respondo, manteniendo una postura calmada, aunque en mi interior me queme la frustración.

—¿Tiempo? —Hermes suelta una risa burlona—. Parece que a ti se te está acabando, amigo.

Me doy la vuelta antes de que las palabras de Hermes me afecten aún más, y me dirijo hacia mi taller. Pero antes de llegar, siento la presencia de Dionisio, quien está esperándome con su eterna sonrisa.

—No le hagas caso a Hermes, siempre le ha gustado fastidiar. Ya sabes cómo es —dice Dionisio mientras juguetea con una copa de vino, como si nada en el mundo pudiera molestarle.

—Lo sé. Pero eso no hace que sea menos molesto —gruño, dejando caer mi arco sobre la mesa de trabajo con un golpe seco.

Dionisio me mira por un momento, luego se acerca con su andar relajado.

—Tú siempre has sido el de los grandes logros amorosos, Cupido. Nadie te va a juzgar por un solo caso fallido.

Levanto una ceja, incrédulo.

—¿Un solo caso? —miro a Dionisio con una mezcla de amargura y resignación—. Esto no es un simple caso. Es Lía, y nada funciona con ella. He intentado todo: flechas, encantos, incluso he manipulado pequeñas situaciones, y nada cambia. Es como si el amor no existiera en su mundo.

Dionisio da un sorbo a su vino y se queda en silencio por un momento.

—A veces, lo que no podemos controlar es lo que más nos atrae. Y tal vez eso es lo que te está pasando con esta chica.

—No es solo eso —respondo rápidamente—. Es que todos me están observando, esperando a que fracase. Y luego está Zeus, con sus advertencias veladas.

—Zeus es un drama, ya lo sabes. Siempre habla del equilibrio, pero ni siquiera él puede controlarlo todo. No es omnipotente, aunque a veces lo crea.

Suspiro y miro hacia el cielo, hacia la Tierra. Allí, en algún lugar, está ella. Lía, la única mortal que ha conseguido desafiar mi poder. Mi trabajo siempre ha sido sencillo: conectar corazones, formar lazos que atraviesan el tiempo y el espacio. Pero con ella... no hay nada.

Cada día, desde la comodidad del Olimpo, la observo. Miro desde las alturas cómo sigue su vida, sin cambios, como si el mundo del amor no tuviera cabida en su existencia. Hoy, la veo en su rutina habitual: camina por las mismas calles, pasa por los mismos sitios, sola, siempre sola. Los mortales a su alrededor apenas parecen notar su presencia. Es como si Lía fuera un espectro, un ser que vive en su propio universo, apartado del resto.

¿Por qué? ¿Por qué no puedo tocar su corazón? ¿Qué es lo que la hace diferente de los demás?

—Lo que me desconcierta —digo en voz alta, aunque solo esté hablando conmigo mismo— es que no parece necesitar el amor. Vive en su burbuja, sin preocuparse por lo que otros piensan o sienten por ella.

El amuleto de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora