L I ALas luces de la calle parpadean y se vuelven más intensas a cada paso, como si todo a mi alrededor cobrara un brillo extraño e irreal. Siento el suelo tambaleante bajo mis pies, el eco de mis propios pasos se hace más lento, como si una densa neblina me envolviera. No logro ver con claridad. ¿Dónde estoy?
Una náusea profunda sube por mi garganta, y mi cuerpo se vuelve cada vez más pesado. Me detengo, apoyándome en una pared, tratando de ordenar mis pensamientos. La consulta del doctor Cullen... recuerdo haber escapado de allí. No quería quedarme un segundo más con él, algo no estaba bien, y mi corazón latía tan rápido que sentía que podría explotar. Pero ahora, todo empieza a volverse borroso.
—Tengo... tengo que irme... —susurro, obligando a mis piernas a moverse, pero ya no responden como deberían. Mis brazos se sienten débiles, como si estuvieran hechos de plomo. Doy unos pasos más antes de caer de rodillas, tratando de inhalar profundamente para calmarme, pero mi pecho apenas responde.
Los sonidos de la ciudad se apagan poco a poco, y siento cómo el suelo frío se convierte en el único punto fijo en este mundo de niebla y sombras. Un último pensamiento cruza mi mente antes de que mis ojos se cierren.
—Asher... —murmuro en un suspiro, deseando que, de alguna manera, él estuviera aquí.
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Un aire frío y extraño me envuelve cuando abro los ojos. Lo primero que noto es el techo, un domo de cristal que deja filtrar una luz suave, casi celestial, pero el aire aquí es denso, antinatural. Trato de moverme, pero mi cuerpo se siente pesado, como si estuviera atada a un peso invisible.
El lugar que me rodea es amplio y decorado con estatuas de figuras desconocidas. Las columnas de mármol se extienden hacia el infinito, rodeándome en una estructura que parece sacada de un sueño. Me incorporo lentamente, los efectos del mareo comenzando a disiparse.
—Ah, Lía, por fin despiertas.
La voz me sobresalta. Al girar la cabeza, encuentro al doctor Cullen, pero... algo es distinto. Su físico ha cambiado: su cuerpo es más imponente, su cabello oscuro parece hecho de sombras, y su mirada es aún más inquietante de lo que recordaba, con un destello dorado que se clava en mí como si intentara perforar mis pensamientos.
—¿Dónde... dónde estoy? —murmuro, intentando no sonar aterrada.
Él sonríe levemente y se inclina hacia mí.—Estás en un lugar donde nadie puede encontrarte, un lugar donde podremos hablar sin interrupciones —responde en un tono calmado, pero su mirada lo desmiente—. El destino te ha traído hasta aquí.
Trato de levantarme, pero el vértigo vuelve a atacarme. Él me observa con esa mezcla de interés y satisfacción que me pone los pelos de punta. Lo miro fijamente, esperando que me diga algo que aclare esta locura.
—Tienes algo muy valioso, Lía, aunque aún no lo sepas. —Sus palabras son lentas, como si disfrutara de cada sílaba—. Ese amuleto, lo que llevas contigo, es más de lo que imaginas. Y a decir verdad, más de lo que cualquiera en la Tierra podría soñar.
Instintivamente, mi mano se mueve hacia el collar que cuelga de mi cuello. Al tocarlo, una chispa cálida recorre mi cuerpo, una pequeña corriente de fuerza y seguridad. Él lo nota y da un paso hacia mí, sus ojos dorados fijos en el amuleto con una expresión de deseo apenas contenido.
—¿Qué quieres decir? —pregunto, a pesar de que siento que sé la respuesta no me gustará.
Él sonríe, una sonrisa que me hace sentir pequeña, insignificante.
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El amuleto de los dioses
FantasiaCupido, el dios del amor, ha pasado siglos asegurándose de que cada corazón humano encuentre su par. Su habilidad con las flechas es legendaria, hasta que se enfrenta a un caso imposible: Lía, una joven común e invisible para el mundo, parece inmune...