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Una semana había pasado desde que Ariadna Wayne empezó a vivir con su padre y sus hermanos mayores. Aunque todos estaban encantados con la nueva dinámica familiar, para la hora de la cena, el agotamiento era evidente. No entendían cómo una niña tan pequeña podía dejarlos tan exhaustos, cuando se habían enfrentado a villanos mucho más temibles. El misterio radicaba en cómo Ariadna lograba mantenerlos corriendo detrás de ella todo el día, y a veces incluso, la niña acababa saltando desde los muebles, provocando que tuvieran que atraparla en el aire.

-Oye, viejo, ¿no se supone que las niñas son más tranquilas? -preguntó Jason, sosteniendo a Ariadna cabeza abajo mientras ella soltaba una carcajada contagiosa.

-Parece que esa teoría no aplica aquí.- Bruce, observando la escena, soltó un suspiro resignado.

-Lo que me pregunto es... ¿no eran Tim y Damian quienes se suponía que la estaban cuidando?-Dick, que había estado viendo todo desde el sofá, arqueó una ceja divertido.

Tim levantó la vista de su segunda taza de café, mientras Damian cerraba su libro lentamente, como si aquello fuera una sorpresa.

-¿Nos tocaba a nosotros hoy? -Tim lanzó una mirada inquisitiva a Dick, sujetando su taza con más fuerza.

Jason se rió, meneando la cabeza.

-Tanto café te fundió el cerebro, Drake. Hoy te tocaba a ti y al "demonio mayor" cuidar a la "mini demonio". -Con una sonrisa de triunfo, dejó a Ariadna en brazos de Damian, quien frunció el ceño al ver cómo la niña invadía su espacio personal.

-Problemática -murmuró Damian, sentando a Ariadna a su lado con cuidado.

-Te kero, Damian.- La pequeña lo miró con ojos enormes y brillantes, su vocecita dulce resonó.

Todos sabían que ese era el verdadero superpoder de Ariadna: una mezcla letal de ojitos adorables y voz angelical que desarmaba a cualquiera. Jason, por supuesto, había sido quien le enseñó ese truco para manipular a sus hermanos.

Damian, sin embargo, no estaba dispuesto a caer tan fácil.

-No, no, no, nada de ojitos adorables, mini demonio -dijo, cubriéndole la cara con una mano- Esta es la razón por la que ninguno de ustedes es capaz de regañarla. ¡Caen en su trampa siempre! -Miró a sus hermanos con una mezcla de incredulidad y decepción, mientras los demás reían suavemente ante la situación.

-Bueno, hermano, ¿Quién puede resistirse a esos ojitos? -bromeó Dick, guiñando un ojo a Ariadna, quien soltó otra risa traviesa.

Y así, entre risas y pequeñas travesuras, la cena seguía su curso, cada día más caótico pero también más lleno de amor.

Bruce observaba en silencio a sus hijos interactuar, disfrutando de esos momentos en los que la familia Wayne parecía casi una familia normal. A veces se sorprendía de lo cotidiano que se veían, aunque él mismo no fuera el típico padre afectuoso. Sabía que siempre había sido distante en ese aspecto, pero desde la llegada de Damian y ahora Ariadna, se esforzaba por ser mejor. Ambos seguían siendo niños, y Bruce quería ofrecerles algo que quizás no había sabido darles antes: una infancia lo más normal posible, lejos de las sombras que Gotham proyectaba.

Recordó las palabras de Damian: "Si fuera un niño normal, no me estarías llevando a patrullar y pelear con maleantes." Y tenía razón. No siempre había tomado las mejores decisiones como padre, incluso con cuatro hijos antes. Había cometido errores que ahora estaba decidido a no repetir. Esta vez, con Ariadna, se juró a sí mismo que tendría una infancia tranquila y protegida.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un pequeño tirón en su pantalón. Bajó la mirada y vio a su hija.

-Papi -dijo Ariadna, con esa dulce voz que siempre captaba su atención.

Batman's little girlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora