Orgullo y Deleite.

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Narradora:

La lluvia caía con furia, creando un velo opaco sobre las calles de la ciudad. Ginebra, con sus jeans y su pullover, ambos ensangrentados, corría entre los callejones, su rostro una máscara de determinación. Tras ella, Antonio, su mirada como el acero frío, esquivaba los charcos mientras perseguía escapaban de su enemigo.

Un fuerte golpe resonó en la noche. Un coche aparcado explotaba en llamas, la detonación sacudiendo el silencio de la noche. Ginebra se detuvo en seco, su corazón latiendo con fuerza. Se encontró con un hombre corpulento, con una cicatriz que le atravesaba la mejilla, se abría paso entre la lluvia, blandiendo un revólver.

- Te has vuelto loca, Ginebra? - gruñó el hombre frente a ella, era uno de los hombres de su madre, su voz áspera como la piedra. Ginebra no respondió, pero lo había reconocido. Su mirada se posó en el hombre, una mezcla de miedo y furia en sus ojos. Antonio, con su mirada de lobo, se abría paso entre la multitud que se había reunido tras el estruendo, su mano en la empuñadura de su arma.

Un intercambio de disparos estalló. Balas silbando en la noche, la lluvia lavándolo todo con su fría indiferencia. Ginebra se abalanzó sobre el hombre, esquivando un disparo por milímetros, su cuerpo ágil como una pantera. Un rápido golpe a la mandíbula lo dejó aturdido.

- No voy a dejar que mates a Antonio - dijo Ginebra, su voz apenas un susurro entre el ruido de la batalla. Antonio había llegado hasta ella. Un disparo certero y preciso, una explosión de furia en su rostro, dejó al hombre tendido en el suelo. Ginebra lo observó, su rostro lleno de tensión. La noche se había teñido de sangre, un rojo oscuro que contrastaba con el rojo de sus jeans.

- Tenemos que irnos, ya - dijo Antonio, su voz firme, su mirada fija en Ginebra. Ginebra asintió, su corazón aún latiendo con fuerza. El peligro no había pasado, solo se había ido, y sería por muy corto tiempo. La lluvia seguía cayendo, limpiando la sangre del pavimento, pero la noche ya no era la misma. La amenaza había cobrado forma, y Ginebra y Antonio estaban atrapados en un juego mortal en el que ambos eran conscientes de su realidad.

Ginebra:

- Mi madre, ha mandado a matarte Antonio. Sabe que fuiste tú - estaba estresada. La sangre no se desaparecía. Habíamos optado por no regresar a la casa de Antonio, y nos quedamos en un hotel, como a 30 minutos de la casa de Antonio.

- Deben habérselo contado. Sus hombres estaban entre los míos, qué descarados. Me esperaba de todo, menos un tiroteo en mi casa - habló Antonio. Me acerqué a la ventana preocupada.

- Aquí no nos encontrarán, verdad? - pregunté. Mi madre, buscaba lo mismo que yo? Eliminar a Antonio a toda costa para vengar la muerte de mi padre? O vengarse por mi "supuesta" muerte? Qué era lo que en realidad quería mi madre?

- Tarde o temprano nos van a encontrar Ginebra y debemos enfrentarlos como es debido - Antonio tenía razón - Descansa, Ginebra.

Narradora:

La lluvia golpeaba contra las ventanas del hotel, creando un ritmo melancólico que contrastaba con la calidez que se respiraba en la biblioteca. Ginebra, sentada en un sillón de cuero que estaba en la habitación con una copa de brandy en la mano, que había pedido al camarero del hotel, observaba a Antonio con una mezcla de admiración y deseo.

Él estaba sentado en la cama, su perfil recortado por la luz de las llamas. Sus dedos hábiles recorrían las páginas de un libro antiguo que había sacado de su casa mientras huían, con una concentración que le daba un aura de misterio.

- Sabes - dijo Ginebra, rompiendo el silencio que habitaba en aquella habitación - Creo que la lluvia le da un toque especial al hotel - Antonio levantó la mirada, sus ojos cafés intensos se posaron en ella, un pequeño brillo de diversión en su mirada.

- No te preocupes, Ginebra, no tengo en mis pensamientos cambiar el clima para que te sientas más cómoda. Puedo hacer que tú cambies de temperatura sólo con que me lo pidas- Ginebra sonrió, se levantó del sillón y se acercó a él, su cuerpo irradiando una calidez que lo atraía como un imán.

- No lo creo, Antonio - respondió, se inclinó para besarlo, sus labios acariciando los suyos con una suave intensidad. Antonio la tomó de la cintura y la atrajo hacia él, su cuerpo se pegó al de ella en un abrazo que transmitía pasión y seguridad. El beso se prolongó, con un deseo creciente que se apoderaba de ambos. El aroma de su perfume se mezclaba con la fragancia de su piel, y en ese instante, el mundo se redujo a la intensidad de sus sentimientos.

- No creo que haya un lugar en el mundo donde me sienta más seguro que aquí, contigo - susurró Antonio al oído de Ginebra, con una voz ronca que la hizo sentir un cosquilleo en la espalda. Ginebra le respondió con una sonrisa, acariciándole el rostro con la mano.

- Yo tampoco - susurró con una voz que prometía mucho más que simplemente palabras. La lluvia seguía cayendo fuera, creando un telón de fondo perfecto para su historia. Un historial escrito en la intensidad de sus miradas, en la calidez de sus cuerpos unidos, en el deseo que ambos sentían y que se manifestó en un abrazo que parecía eterno.

La habitación del hotel se inundó de un aroma de pasión, de un placer que sólo se encuentra en la complicidad de dos almas que se atraen con fuerza. Un momento de completa armonía en un mundo de traición y violencia.

Una Espada cubierta de Sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora