La Verdad en las sombras

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La casa estaba en silencio absoluto cuando Miguel y Mike comenzaron su exploración. Ambos avanzaban lentamente, atentos a cualquier señal que los guiara al origen de la presencia oscura que residía en el lugar. Miguel, armado con una linterna y una libreta, seguía a Mike, quien avanzaba con pasos cautelosos, como si temiera despertar algo oculto en las sombras.

—Quiero que veas primero el cuarto de las marionetas —susurró Mike al detenerse frente a una puerta—. Todo comenzó aquí.

Miguel asintió y empujó la puerta, que se abrió con un leve crujido, revelando una habitación decorada con cientos de marionetas que parecían mirarlos con ojos vacíos. El aire era denso, y un olor penetrante a madera vieja se mezclaba con algo indefinible, como si cada rincón estuviera impregnado de una presencia invisible.

—Dices que aquí fue donde apareció Alam, ¿verdad? —preguntó Miguel, observando cada marioneta, algunas con expresiones extrañamente siniestras.

—Sí —respondió Mike, conteniendo un escalofrío—. Fue aquí donde me dijo que estaba atrapado... y que El Hombre lo mantenía prisionero.

Miguel asintió mientras inspeccionaba el suelo. Tras unos minutos, su linterna iluminó unas marcas apenas visibles, como si algo pesado hubiera sido movido. Al fijarse más, notó que había una trampilla oculta bajo una vieja mesa.

—Mike, mira esto —dijo, señalando las marcas—. Parece que alguien escondió algo aquí abajo.

Ambos apartaron la mesa y levantaron la trampilla, revelando una escalera que descendía hacia una oscuridad insondable. Miguel apuntó con su linterna hacia las profundidades y notó que el aire que emanaba de abajo era más frío, casi gélido.

—Esto no estaba en el plano de la casa... —murmuró Mike, mirando la abertura con una mezcla de asombro y temor.

—¿Listo? —preguntó Miguel, dándole una mirada de complicidad. Mike respiró hondo y asintió, sabiendo que no podían retroceder.

Descendieron, sus pasos resonando en el espacio estrecho, hasta llegar a una pequeña oficina subterránea. Una silla de respaldo alto descansaba tras un antiguo escritorio cubierto de polvo y papeles amarillentos, mientras una lámpara rota colgaba del techo, proyectando sombras extrañas. Miguel encendió su linterna para iluminar mejor el lugar y notó que, detrás del escritorio, se extendía un pasillo largo y oscuro con múltiples puertas a cada lado.

—¿Era esto parte de la casa original? —murmuró Miguel, frunciendo el ceño al ver la extraña disposición de las habitaciones en el subsuelo.

Mike negó con la cabeza. No sabía que existiera ese espacio, ni qué podía haber en cada habitación. Pero el aire que emanaba del pasillo estaba impregnado de algo oscuro, como si cada habitación escondiera secretos que debían permanecer en las sombras.

Al abrir la primera puerta, ambos contuvieron la respiración. La habitación estaba repleta de marionetas antiguas, pero no como las que Mike había visto en el cuarto de arriba. Estas eran diferentes: estaban dañadas, les faltaban partes y algunas mostraban expresiones de terror, con ojos que parecían demasiado reales. Algunas incluso tenían rasguños y manchas oscuras, como si hubieran sido maltratadas o usadas para algún propósito siniestro.

—Esto... esto no es normal —susurró Miguel, encendiendo su linterna para iluminar mejor las macabras figuras.

Siguieron avanzando, inspeccionando cada habitación a medida que recorrían el pasillo. En cada cuarto, las marionetas eran más aterradoras que las anteriores, con sus cuerpos deteriorados, brazos y piernas faltantes, ojos pintados con una precisión perturbadora y bocas abiertas en gritos silenciosos. Algunas parecían estar en posiciones de dolor o angustia, como si hubieran sido testigos de algo inimaginable.

Finalmente, llegaron al final del pasillo, donde una última puerta esperaba. La atmósfera allí era tan densa que ambos sintieron que apenas podían respirar. Miguel abrió la puerta, y dentro de la habitación encontraron el altar que habían sospechado.

Este último cuarto era diferente. Había un altar improvisado con fotos y pertenencias infantiles. Las imágenes mostraban a un niño que debió ser Alam, sus ojos llenos de inocencia y tristeza, mientras que en el centro del altar descansaba una marioneta enorme, de la estatura de un ser humano. Su piel era pálida y sus ojos vacíos, y estaba adornada con ropas desgarradas, como si fuera un reflejo retorcido de una persona real.

Miguel se acercó lentamente, inspeccionando la macabra figura. Fue entonces cuando notó algo que lo estremeció: una nota atada al cuello de la marioneta, escrita con tinta oscura y letras torcidas.

"Para Mike."

Mike retrocedió, sintiendo un escalofrío recorrerle la columna. La sensación de que algo o alguien estaba jugando con él, de que El Hombre lo había estado esperando, se apoderó de su mente.

—¿Qué... qué significa esto? —preguntó Mike, su voz quebrada por el miedo.

Miguel miró a la marioneta y luego a Mike, comprendiendo que aquello no era una simple coincidencia. Parecía que alguien, o algo, había dejado ese mensaje con un propósito claro.

—Mike... creo que este lugar fue hecho para retener algo, o a alguien. Y parece que El Hombre tiene un interés personal en ti.

Ambos sabían que no podían dejar aquella marioneta intacta. Pero también comprendían que cualquier intento de destruirla podía despertar la furia de El Hombre. Sus miradas se cruzaron en un pacto silencioso: juntos enfrentarían la oscuridad, intentarían liberar el alma de Alam, y si El Hombre estaba decidido a impedirlo, no les quedaría más opción que enfrentarlo directamente.

Con renovada determinación, salieron de la habitación y subieron de vuelta a la casa, conscientes de que el verdadero mal estaba delante de sus ojos, sabiendo que su deber era enfrentarlo.

help me the revenge of the puppetsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora