CAPÍTULO 10: SIN RESPUESTA

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IVÁN

—Un gracias sería suficiente —escupo, enojado.

Ana es una chiquilla que logra que mi genio se trasforme de diversas maneras, me impulsa a actuar sin pensar más allá de las situaciones y me vuelve loco.

Abandono el ascensor. Quiero alejarme de ella, es lo que debo hacer, es lo que debí hacer desde el primer momento porque Ana es la luz que no deseo apagar con la oscuridad de mi pasado.

Un pasado que ahora mismo está haciendo que mi celular vibre con fuerza.

Acelero mi paso al ver el nombre en la pantalla y me debilito entre más avanzo como si el aire fuera insuficiente, como si caminar fuera agotador. En medio de ese aturdimiento llego al despacho y me encierro. Apoyo mi espalda en la puerta y jadeo en busca de aire.

Miro una vez más la pantalla iluminarse y el aparato vibrar en mi mano. Trago grueso, me armo de valentía, aunque maldigo un millón de veces y contesto la llamada.

—Bryson —saludo con una máscara de frialdad.

—Iván —ese tono me desarma—. ¿Dónde te encuentras?

Resoplo y camino hasta mi escritorio.

—Eso es irrelevante, ¿tienes alguna novedad?

Un silencio se forma en la línea, la respiración de Bryson se torna pesada y un horrible escalofrío me recorre de pies a cabeza centrando la incomodidad en medio de mi pecho.

—Iván lo siento mucho —suelta y me aferro al filo de la mesa de madera de mi escritorio al sentir como se me corta el fluyo del aire—. La encontramos. Lo siento mucho, Iván. Daphne está muerta —me confirma.

—No... —gimo lleno de dolor, un dolor que se postergo por meses—. No, Bryson, no

—Iván...

—¡No, carajo! ¡No! —suelto un grito que hace que mis cuerdas vocales duelan.

—Iván...

Estrello el teléfono contra una pared y tiro todo lo que encuentro en mi escritorio. Los papeles vuelan por el aire, la computadora se hace añicos en el suelo y toda cosa de cristal se rompe en cuestión de segundos.

Mi mujer, mi prometida, mi todo, ya no existe. En este punto de mi vida toda mi esperanza acaba de ser aplastada de la manera más cruel. Todo por lo que he luchado estos meses, lo mucho que la han buscado, que la he buscado.

No queda nada. ¡Nada, ni una mierda!

El dolor me puede y me muevo como un torbellino alrededor de mi despacho. Destruyo todo, lanzo las sillas, rompo los cuadros, volteo el escritorio, estrello mis puños contra la pared y el dolor físico no opaca al emocional.

Se acabo, todo se acabó. ¿Para que existir? ¿Para qué vivir sin ella? ¿Para qué vivir si no podemos cumplir los sueños que anhelamos?

Empuño la botella de whiskey. El licor que ella odiaba y por el cual me jugaba bromas. Lo abro y me lo empino. Doy bocanadas que provocan que el líquido roce mi garganta quemándola por completo.

Lloro, lloro con amargura y grito desgarrándome el alma. Mi pequeña, mi mujer, mi vida, mi todo. Cierro los ojos y lloro. El dolor que siento es insoportable. Los recuerdos son como dagas punzantes que se estrellan contra cada partícula de mi cuerpo que la amo y aun la ama.

Abro mi caja fuerte y escarbo en ella hasta encontrar una pistola. Soy un cobarde, pero no puedo seguir.

Me siento en una butaca en la esquina del despacho y doy grandes tragos al licor que sostengo.

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