CAPÍTULO 13: SOLUCIÓN

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ANA

Me encierro en el baño y lloro. Narrar de manera simplificada mi vida ha dolido más de lo que recordaba. Intento calmarme, sin embargo, me cuesta bastante.

*

El agua de la bañera cubre todo mi cuerpo y si me hundo un poco más podría sumergirme por completo. Mezo la espuma mientras lloro con amargura, está no es la vida que algún momento soñé.

Está mujer lastimada física y psicológicamente, no soy yo.

Mi vida tenía que ser diferente, mi vida tenía que ser otra. Sin embargo, caí presa de un anzuelo que me atrapo sin opción a tener libertad.

—¡Abre la puta puerta!

*

Ese grito que se escucha tan nítido en mi cabeza me hace saltar del susto. Aprieto la encimera de granito y abro la llave de agua para remojarme el rostro. Pareciera que el simple recuerdo me hace sudar frío y llenarme de escalofríos.

—Tranquila, Ana. Estás segura —me repito mirándome al espejo—. Estas a salvo, respira, cariño. ¡Vamos, tú puedes! —me animo.

Lo hago: respiro un par de veces. Inhalo y exhalo. Ese movimiento consciente y percibir como mi pecho sube y baja me hace volver a la realidad poco a poco.

‹‹Estoy bien, estoy en mi trabajo, en el hotel Ward, en el cuarto de baño de mi jefe y no hay peligro››, me repito temerosa, pero con mis ojos clavados en el espejo. ‹‹Estás a salvo Ana; estás a salvo››

Agarro las cosas de limpieza y me entretengo en ello. Limpiar es una buena estrategia para no sucumbir a más recuerdos dolorosos. Simplemente, no puedo rendirme. Mi Matthew necesita una mamá que le brinde amor, no una que se heche a morir.

Mientras acomodo las cosas de Iván, pienso en él y ese pasado que lo consume.

A simple vista es un hombre con todo el potencial del mundo para triunfar, con una familia que lo ama y apoya. Un hombre que puede salir adelante, un hombre con oportunidades y es por eso ello no me arrepiento de lo que converse con él.

Creo que fue correcto, tenía que hacerlo, tenía que demostrarle a ese hombre que la vida no siempre se termina cuando sufrimos. Aún hay más camino, aún hay esperanza y siempre hay alguien que nos puede sacar de ese hueco.

Mi hijo fue ese impulso, ese ángel, ese regalo de Dios. Y, así como lo tuve, Iván tiene que encontrar la ancla que lo saqué de ese hueco profundo en el que se encuentra.

Termino de limpiar el baño y el closet que es continuo. Salgo e Iván ingresa a tomar una ducha mientras ordeno todo su cuarto; cambio las sábanas, el cobertor, junto el desastre de papeles desechables que tiene al costado de la cama y el espacio queda reluciente.

Me marcho antes de que salga, bajo a mi planta correspondiente, dejo las cosas, me cambio y me marcho del hotel.

Camino con mucha más precaución después de lo ocurrido semanas atrás. Ahora, veo a todos lados y de vez en cuando me cruzo de calle hasta que llego al metro y lo tomo. Unos cuarenta y cinco minutos más tarde llego a mi departamento.

Tomo una ducha rápida para quitarme todo el sudor y suciedad del día, me pongo ropa cómoda y ahora sí, fresca y limpia, voy en busca de Matthew.

Golpeo la puerta de mi querida vecina Molly y enseguida siento pasos.

—¡Oh, Ana! —me saluda una entusiasta Lexi—. Pasa

Su energía me parece deslumbrante. Es una chica llena de ilusiones y es como deberíamos ser todos. Llenos de luz, una luz que nadie ni nada debería atreverse a apagar, nunca.

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