CAPÍTULO 3: WARD

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ANA

Tiemblo como una hoja cuando abandono el despacho de Iván Ward, mi jefe y dueño del hotel. Me apoyo unos segundos en la pared de un costado e intento regular mi acelerada respiración.

¿Qué pensabas Ana? ¿Cómo se te ocurre hablarle de esa manera?

Vivan me lo advirtió, de alguna manera lo hizo al decir que no debería cruzarme por el camino de él.

Pero ¡Por un carajo! En algún punto de sus incesantes preguntas mis respuestas tambalearon. Mi miedo por ser descubierta, cuando aún no firmó un contrato definitivo que me asegure mi sustento económico de unos meses, me aterrorizó.

‹‹Fue tan intimidante y directo que aún tengo un miedo horrible››

No me importaba si preguntaba por mi vida o mi pasado. Pero, no se sí hubiera podido negar a mi hijo, así que, levanté mi mascara de falsa valentía y le dije un par de cosas que a la final me resultaron ciertas.

Tengo veinte años y no tengo las experiencias de una jovencita. Mi vida gira entorno a Mathew y mis múltiples dilemas económicos. Nada muy sorprendente

Regreso a mi puesto de trabajo, mis compañeras me preguntan por esa corta reunión y respondo que solo me advirtió de mi comportamiento y resultados dentro del hotel. Evado como puedo lo que verdaderamente sentí: un gran miedo.

Poco a poco me tranquilizo. Fernando me hace sonreír por uno que otro comentario y las chicas que son mis compañeras me animan.

De manera general, la mañana es tranquila y recibo a algunos huéspedes. En mi hora de almuerzo, como rápido y voy hacia una esquina para tener más discreción. Llamo a Vivian para preguntarle por mi pequeño bebé y ella me cuenta un par de cosas.

—Acaba de comerse una papilla y tomo sus medicamentos —informa.

—¿Ha vuelto a tener fiebre? —pregunto.

El fin de semana, estuvimos en vela. Matthew vomito un par de veces y tuvo fiebre que pudimos controlar.

Me gustaría hacerle los estudios, pero aún no puedo. Estamos apretadas, el dinero es para la renta y la comida. Así que, desafortunadamente, tendré que esperar mi sueldo.

—No, no Ana —titubea.

Podría haber practicado esa respuesta por mucho, pero lamentable o afortunadamente soy una madre que percibe cuando algo no está del todo bien.

—Vivan, dime la verdad —exijo.

Me angustio en cuestión de milésimas de segundo. Mi corazón me bombea con fuerza y camino de lado a lado incapaz de quedarme quieta.

—Está bien

—Vivian —advierto—. Por favor

Escucho su fuerte exhalación.

—Tuvo fiebre, pero ahora está controlado —confiesa—. Está bien, no te preocupes, ¿sí?

Eso es lo peor que le puedes decir a una madre.

—Carajo, Vivian —maldigo entre dientes y me entran unas terribles ganas de llorar. Miro el reloj de mi muñeca, tres horas...faltan tres horas—. ¿Aún me falta tiempo, sí es urgente puedo pedir...?

—No, ¿estás loca? ¡Aun no te dan el puesto! —me lo recuerda y quiero llorar—. Se cuidarlo, Ana. Termina tú turno y nos vemos en poco. Tranquila

Pero, no. Mi mundo acaba de tambalearse y el sentimiento de frustración me invade. Si tan solo hubiera hecho las cosas de manera diferente.

—No se sí pueda —susurro con mi voz rota.

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