CAPÍTULO 8: BEBÉ

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IVÁN

Volví a tocar el piano para ella.

Después de más de siete meses volví a tocar el piano para Ana y fue una explosión de sentimientos.

Todo partió de la confusión de sus palabras sobre el cactus y agradezco tanto ese encuentro que de alguna manera me llevo a salvarla de ese desgraciado. Estaba tan asustada y vulnerable, que la sangre me hierve solo de pensar en ese maldito hijo de puta.

Ingreso al departamento, después de dejarla en su hogar y lo primero que hago es servirme un whiskey. Tengo muchas cosas que pensar y discutir, todas con un nombre y apellido: Anastasia Davies.

Me retiro la chaqueta, la dejo sobre la punta del respaldo del sofá y me siento. Estoy a oscuras, a excepción de la luz de los edificios vecinos, que ingresa a través de los grandes ventanales.

Doy un sorbo a ese fuerte licor y este hace su efecto. Me quema la garganta mientras se desliza e ingresa a mi organismo y a su vez me da algo de valentía para enfrentarme a mí mismo.

‹‹La vida puede cambiarte en un segundo››, sonrío burlesco ante mi fugaz pensamiento.

En carne propia se cuan real es esa frase. Pero, lo que no comprendo son los giros que mi vida está dando en periodos de tiempo que son absurdos para mi mente racional e incluso para mis confusos sentimientos.

Mi vida ya tiene problemas e incluso ya ha perdido batallas. ¿Por qué de pronto aparece alguien como Ana a sumarse a la lista? ¿Por qué despierta en mis sensaciones que no quiero experimentar?

Sin embargo, lo hago. Me rindo sin darme cuenta y me culpo cuando soy consciente de su efecto en mí; justo como este momento mientras detallo el piano e inevitablemente regreso a los recuerdos de hace unas horas.

Toque para ella, toque porque quería tranquilizarla, porque quería protegerla, porque eso es lo que soy, porque daría todo...

Me detengo, mis ideas son descabelladas. Termino mi bebida y voy a la habitación con la esperanza de cerrar los ojos esperando que Ana desaparezca de mi mente.

Pero, no ocurre y la noche es fatal. Me tengo que tomar dos pastillas que me ayuden a conciliar el sueño y no pensar en ella. Pero, no lo logro y amanezco en vigilia.

Ana despierta muchas emociones para mí. Emociones muy conocidas y que ahora me asusta sentir.

Sin dormir casi nada y con un humor del asco me pongo ropa deportiva, me preparo un café cargado y después de recargarme de algo energía voy al gimnasio.

Boxeo, doy golpes duros y certeros. Desahogo toda mi ira, rabia y confusión. Caigo al suelo cuando siento que mi cuerpo tiembla completo por el esfuerzo físico, jadeo por aire como si me estuviese asfixiando y siento el sudor empaparme por completo.

‹‹Tengo que verla. Tengo que saber cómo está››

Ese sentimiento me mueve una vez más. Tomo una ducha y me alisto para bajar. Necesito saberlo, necesito verla y saber que está bien.

Salgo del ascensor y le pregunto a Fernando por Ana. Me informa que está en el subterráneo porque hoy le encargaron el área de lavandería, lo cual se me hace extraño. Pero, sin importarme esos detalles, voy en busca de ella.

Algunos empleados me saludan en el camino y al preguntarles por Ana me señalan el fondo de la moderna habitación de limpieza de mi hotel.

—Señorita Davies —saludo.

Una vez más, la sorprendo, salta del susto y voltea mientras se lleva la mano a su corazón.

—Señor Ward, buenos días —responde con un leve titubeo.

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