Capítulo 11 - Irene

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Violeta

Pude, pero a qué precio.

Al principio todo fue genial. Denna escogió un restaurante bastante discreto hacia las afueras de Madrid, con vistas a un parque rodeado de animales. Era un entorno muy tranquilo, en una zona en la que no había demasiada gente. Sorprendentemente, disfruté mucho de la comida. Estaba riquísima y además la compañía de mi amiga amenizó mucho la situación.

Entre bromas y anécdotas casi no fui consciente de que me había terminado el plato, y cuando pensé que los pensamientos intrusivos, que por lo general tocaban a la puerta al momento de terminar de comer, harían su aparición, no me los encontré por ningún lado.

Estábamos tan agusto que decidimos alargar el encuentro, y volvimos al centro a tomar algo.

Ahí todo se torció.

Cuando estábamos en un local en el que había música en directo, Denna volvió del baño un poco más nerviosa de lo que estaba cuando había ido. Ella había tomado un par de copas y apenas eran las 21:00, pero se le fue de golpe la chispa que te da esa cantidad de alcohol. Yo decidí no beber nada, por lo que pudiera suceder, y esa lucidez fue la que me hizo detectar el tono de mi amiga.

- Vio, nos vamos, ¿no? - apoyó las manos en el respaldo de la silla, mirándome casi con súplica.

- ¿Ya? Pero si estamos agusto. - miré alrededor buscando sin querer algo que hubiera podido hacer sentir incómoda a mi amiga, pero todo parecía en orden. - ¿Te ha pasado algo? ¿Te han incomodado en el baño? Porque avisamos a seguridad. - me levanté decidida a acompañar a la rubia donde hiciera falta.

Y ahí, sobre el hombro de mi amiga, la vi.

En una mesa que Denna intentaba cubrir con su cuerpo, con la cabeza echada hacia atrás y soltando una carcajada por lo que su acompañante estuviera diciendo.

Irene.

Estaba tan guapa como la recordaba, y su risa sonaba exactamente igual que la última vez que la escuché. Pude distinguirla sobre la música en directo, sobre las palabras de mi amiga que no estaba escuchando y sobre el pitido ensordecedor que empecé a sentir en mis oídos nada más reconocer su figura.

Siempre parecía estar sobre cualquier cosa.

No recuerdo cómo sucedió, pero cuando quise ser consciente estaba en el portal de mi casa, diciéndole a Denna que estaría bien, que necesitaba estar sola. Se fue, no sin antes hacerme prometerle que le llamaría si necesitaba cualquier cosa. Claramente no le iba a llamar.

Y ahora, cuando por fin me meto en la cama, suspiro y doy por hecho que esta va a ser otra noche en la que no pare de dar vueltas. Nunca me ha costado demasiado dormir, ni siquiera cuando era niña, pero desde hace un tiempo no hay dos noches seguidas en las que sea capaz de descansar del tirón. Si no son las pesadillas son los recuerdos que las ocasionan.

Cuando eso sucede, siento que una fuerza me oprime el pecho impidiendo al aire llegar a mis pulmones, y mis pulsaciones retumban en mis oídos haciendo del silencio de la noche un concierto de estruendos. Me despierto muchas veces con los ojos resecos, consecuencia de las lágrimas que salen de mis ojos a veces antes de dormir, a veces durante el sueño.

Sabía que en algún momento volveríamos a cruzarnos, pero haberla visto hoy me ha removido mucho más de lo que pensaba. Es cierto que de vez en cuando, a lo largo del día, pensaba en ella, algo normal que fue mi pareja durante mucho tiempo, pero normalmente conseguía distraerme lo suficiente como para que la imagen de su pelo rubio, o de sus ojos azules no se cruzase por mi mente, pero las noches son otro cuento.

Al cerrar los ojos siento que se avecina esa conocida sensación de insuficiencia que me acompaña de manera crónica desde que supe que nada de lo que vivimos fue real. O lo que ella vivió, porque desde luego que yo lo sentí como un cuento desde el primer día hasta el último.

Nos conocimos en primero de la ESO siendo apenas unas niñas, en el instituto al que yo llegué nueva. Coincidimos en el grupo de amigas que formamos el primer día aunque no empezamos a salir hasta 3 años después, con 15. Todo fue idílico, tan bonito que costaba creer que fuera real. A su lado todo se veía más brillante, más bonito. Las flores olían mejor, las risas eran más contagiosas y hasta el sol parecía sonreír cada vez que se posaba en nuestras mejillas. Compartíamos secretos en la hora del almuerzo, planeábamos escapadas y soñábamos con el futuro. Cada instante junto a ella era como una promesa de felicidad, como si el mundo se hubiera detenido para nosotras.

Y entonces, tras 4 años de relación, me engañó. Yo no soy tonta, ví cómo, con el tiempo, las sombras comenzaron a asomarse. No eran solo los comentarios que ya mencioné; las pequeñas diferencias se volvieron montañas, y lo que antes era un juego de risas se transformó en discusiones. El sol cada vez asomaba menos entre las nubes, pero intenté ignorar cada señal que me encontraba en el camino, cada advertencia de mis amigas, que me intentaban abrir los ojos ante lo que sucedía. Me desviví por construir una relación que desde el principio se tambaleaba, sin tener en consideración que los cimientos no iban a poder soportar todo lo que yo estaba dispuesta a dar.

Un jueves cualquiera hace ya un año cuando yo salía del estudio, me la encontré al final de la calle. No me dio tiempo a dar dos pasos en su dirección cuando ví como un chico le agarraba de las mejillas y le plantaba un beso en los labios. Esos labios cuyo sabor sería capaz de identificar a oscuras con los ojos cerrados y las manos atadas. Los labios que tantas promesas me habían hecho en todo lo que duró nuestra relación. No he sentido hasta hoy un dolor que se intente siquiera parecer a lo que experimenté en ese momento. Aún guardo un resquicio del vacío que sentí dentro de mí.

No sabría situar el dolor en una parte de mi cuerpo. No me duele el corazón, aunque podría haber jurado que casi lo pierdo de tanto que se me encogió. No me duelen los brazos, que aún en sueños a veces arden por la ausencia de un cuerpo que por tanto tiempo conocieron. Tampoco las manos, que acariciaron durante incontables días con sus respectivas noches un cuerpo al que ellas no pertenecían.

Ha sido mi única relación formal, y mi único error fue haber buscado en ella lo que ya había visto en casa. Con 15 años y cero idea de lo que es el amor, tu único modelo a seguir está en casa. Juan Carlos es mi padre, aunque no nos unen lazos de sangre. El biológico se fue cuando yo tenía 4 años, pero hasta entonces me enseñó muchas cosas; por desgracia, pocas buenas más allá de andar en bicicleta. Aprendí a encontrar comodidad en el caos y el desorden emocional, en la inconsistencia y los gritos.

Por eso me costó identificar que hubiera un problema en mi relación cuando se empezó a asemejar a eso. El gaslighting, el desprecio que me mostraba o la hostilidad con la que me trataba, cuando me amenazaba o descalificaba mis logros... todo aquello eran formas de tratarme que hoy soy capaz de reconocer como maltrato emocional, pero que entonces simplemente eran mi modelo de lo que era una pareja. Y seguí.

Normalmente no manejo tanta intensidad; cuando he dicho que hay noches en las que aún pienso en ella, no me refiero a este nivel. Los recuerdos que me abordan no siempre son negativos; de hecho creo que mi mente ha suprimido muchos de ellos. La conversación que he tenido con Martin, haber por fin hablado a Chiara y por supuesto haberme encontrado a Irene prácticamente de frente ha hecho que mi cabeza abra la veda que tanto tiempo llevo luchando por mantener cerrada.

Mientras intento buscar el sueño, que parece no querer encontrarme, pienso en que creo que nunca me quiso, o por lo menos no lo hizo bien, pero me hizo sentir querida.

Y echo de menos esa sensación, sin necesariamente echarle de menos a ella.

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cortito pero necesario

⭐️

The only one for me. - KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora