Era una tarde soleada, y Valeria decidió que era el momento perfecto para marcar otro punto en su lista. Había estado pensando en su número cuatro: visitar la playa en invierno. Aunque el clima estaba más frío de lo normal, la idea de caminar por la orilla mientras el viento le despeinaba y las olas rompían a lo lejos la emocionaba. Había algo en la calma del invierno, en la serenidad del mar, que la hacía sentir en paz consigo misma.
El sonido del viento, el chocar suave de las olas contra la arena y el frescor del aire parecían invitarla a dejar de lado sus preocupaciones y simplemente disfrutar del momento. En su mente, aún resonaban las palabras de su madre sobre aprovechar cada instante y no dejar que la vida se le escapara sin hacer todo lo que deseaba. Y la playa, aunque fría, era el lugar perfecto para reflexionar, para ser parte de algo más grande que ella misma.
Para su sorpresa, su madre, su padre y Diego insistieron en acompañarla. No era algo común que toda la familia estuviera dispuesta a salir juntos en un día como ese, pero desde que había compartido su lista con ellos, sentía que su familia quería estar cerca en cada momento especial. Y aunque ella hubiera querido ser más independiente, el amor y la preocupación en sus miradas la convencieron de que su presencia era una compañía invaluable.
—Si vamos a hacer esto, vamos todos —dijo su madre con una sonrisa cálida mientras ayudaba a Valeria a ponerse una bufanda más gruesa.
El viaje a la playa fue tranquilo, pero el aire frío hacía que Valeria se sintiera inquieta, casi como si la brisa no solo acariciara su rostro, sino que también la despejara de pesados pensamientos. Estaba contenta de haber tomado la decisión, pero también le daba un poco de miedo enfrentarse a sus propios sentimientos. La familia rara vez se reunía de esa manera, por lo que quería disfrutar cada segundo, y lo último que deseaba era arruinar ese momento con sus inseguridades internas.
Cuando llegaron a la playa, el viento frío invernal les daba en el rostro, pero el sol seguía brillando intensamente en el cielo, envolviéndolos en una luz cálida. Valeria respiró profundamente, dejando que la brisa llenara sus pulmones y cerró los ojos. Estar allí, en medio del silencio y el sonido de las olas, la hacía sentir más viva que nunca. El mar parecía susurrarle, como si la invitara a ser parte de algo eterno, algo que iba más allá de su lista y sus preocupaciones.
—¿Estás seguro de que no tienes frío? —preguntó su madre, colocando un brazo protector alrededor de sus hombros. A pesar de ser un día brillante, el viento helado de invierno estaba presente, y su madre, como siempre, se preocupaba por ella.
Valeria negó alarmante y empresarial con la cabeza.
—Estoy bien, mamá. Esto es perfecto. —Sonrió, sintiéndose aliviada por la calidez de la familia, pero también deseando estar completamente sola, incluso si solo fuera por un momento.
Diego, que estaba de pie unos metros adelante, señalaba algo en la orilla y hacía gestos para que todos se acercaran.
—¡Miren! ¡Encontré un cangrejo! —dijo emocionado. Sus ojos brillaban con la curiosidad infantil de siempre, algo que Valeria siempre había admirado en él. Era capaz de encontrar belleza en las cosas más pequeñas y, de alguna manera, eso hacía que la vida pareciera más mágica.
Mientras caminaban hacia donde estaba Diego, Valeria vio a alguien familiar en la distancia, cerca de una formación rocosa en la playa. Gabriel estaba sentado en una de las rocas, mirando el horizonte, distraído. Sorprendida y un poco nerviosa, Valeria no pudo evitar sonreír al verlo. No esperaba encontrar allí, pero el destino, al parecer, tenía sus propios aviones. El simple hecho de verlo allí, en ese momento, la hizo sentirse más conectada con su propia vida, como si todo tuviera sentido, como si todo se estuviera alineando de alguna manera.
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El último deseo
AdventureLa historia sigue a Valeria, una joven de 22 años a quien le acaban de diagnosticar una enfermedad terminal. Al principio, siente que su vida ya no tiene propósito; se encuentra atrapada entre el dolor de lo inevitable y la tristeza de no poder cump...