Los días que siguieron fueron sombríos, como si el sol hubiera perdido su brillo. La ausencia de Valeria se sentía en cada rincón, en cada conversación callada y en cada rincón vacío de la casa. El eco de sus risas, de sus sueños, de sus deseos cumplidos, parecía resonar en el aire, pero todo lo que quedaba ahora era silencio.
Gabriel, con el corazón roto pero lleno de recuerdos, regresó a su vida, aunque nada volvería a ser igual. Los padres de Valeria, aunque profundamente afectados por la pérdida, trataban de seguir adelante, sabiendo que su hija había dejado un legado de amor, valentía y una vida vivida plenamente, incluso en los últimos momentos.
Pasaron los meses. La herida de la partida de Valeria nunca sanó por completo, pero cada miembro de la familia, y especialmente Gabriel, encontró consuelo en el hecho de que ella había podido cumplir sus sueños, aquellos que una vez parecían inalcanzables, antes de que su enfermedad la arrebatara tan prematuramente.
Un día, Gabriel fue al puerto donde Valeria había subido al yate. Estaba allí, solo, mirando el mar, el mismo mar que había visto con ella en su último día. Los recuerdos le invadían, y aunque la tristeza seguía siendo una compañera constante, también podía sentir que Valeria nunca se había ido del todo.
—Te prometí que seguiría adelante —dijo Gabriel en voz baja, mirando el horizonte con los ojos llenos de nostalgia—. Y aunque me duela, lo haré. No porque te haya olvidado, sino porque sé que te gustaría que lo hiciera.
Los padres de Valeria lo visitaron ese mismo día, y juntos se sentaron en silencio, observando el mar, como si quisieran que las olas les hablasen, les dieran un poco de consuelo. Sabían que Valeria estaría feliz por haber tenido la oportunidad de vivir sus sueños, aunque fuera por tan poco tiempo.
Diego, el hermano menor de Valeria, había comenzado a encontrar su propio camino. La ausencia de su hermana le dolía enormemente, pero sabía que ella hubiera querido que siguiera adelante, que no se quedara atrapado en la tristeza. Poco a poco, empezó a llenar los días con risas y momentos alegres, recordando a Valeria con una sonrisa, sabiendo que su hermana siempre estaría con él.
Y Gabriel... Gabriel siguió su vida, aunque de una manera diferente. La huella de Valeria nunca se borraría. Ella era parte de él, siempre lo sería. Pero con el tiempo, se dio cuenta de que no había terminado su historia con ella. Valeria le había enseñado a vivir plenamente, a disfrutar de los momentos simples y de los más grandes deseos. Gabriel empezó a perseguir sus propios sueños, no para reemplazar los de ella, sino para honrarlos. Sabía que Valeria nunca le habría pedido nada, pero en su corazón, sentía que ella siempre estaría a su lado, guiándolo, apoyándolo.
Y así, mientras el mar seguía su curso, como un constante recordatorio de los momentos felices que compartieron, la vida de todos continuó. Valeria, con su risa contagiosa, su amor desbordante y su valentía, se había ido, pero su legado de amor, de sueños cumplidos y de esperanza, viviría para siempre. En los corazones de aquellos que la amaron, Valeria nunca moriría. Porque, al final, los deseos no son solo algo que se cumple, sino algo que deja una marca indeleble en aquellos que los viven y los recuerdan. Y Valeria había dejado esa marca, eterna e indestructible.
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El último deseo
AdventureLa historia sigue a Valeria, una joven de 22 años a quien le acaban de diagnosticar una enfermedad terminal. Al principio, siente que su vida ya no tiene propósito; se encuentra atrapada entre el dolor de lo inevitable y la tristeza de no poder cump...