El día había comenzado lleno de promesas y emoción contenida. Valeria, como siempre, había traído consigo una chispa de alegría y entusiasmo que contagiaba a todos a su alrededor. Ese día, su plan era compartir otro de los deseos de su lista con sus seres queridos. Después de días de organización, convenció a su familia y a Gabriel para que la acompañaran a un parque natural que había querido visitar desde hacía meses. Quería pasar el día en medio de la naturaleza, disfrutando de la serenidad y del placer simple de estar juntos.
La mañana era fresca, con un cielo despejado que auguraba un clima perfecto para la caminata. Las hojas de los árboles susurraban a su alrededor mientras seguían el sendero que los llevaba a un lago tranquilo. Valeria caminaba al frente, con pasos llenos de energía. Cada vez que miraba hacia atrás, sonreía y reía junto a Gabriel, quien no se separaba de ella ni un momento. La seguía de cerca, observándola con una mezcla de admiración y preocupación. Aunque ella intentaba mantener un aire despreocupado, Gabriel notaba los ligeros cambios en su respiración y la forma en que, de vez en cuando, bajaba el ritmo para recuperar fuerzas.
Diego y sus padres iban delante, charlando y bromeando entre ellos, ajenos a la mirada atenta de Gabriel sobre Valeria. Aunque ella aseguraba sentirse bien, él no dejaba de notar ciertos gestos: cómo, de vez en cuando, sus ojos se cerraban un poco más de lo usual o el modo en que su mano se aferraba con fuerza a la suya en las subidas del sendero.
—¿Seguro que estás bien, Valeria? —le preguntó suavemente cuando vio que se detenía un poco para respirar.
—Sí, Gabriel. No te preocupes, estoy disfrutando del momento —respondió ella, sonriendo de una forma que él encontraba enigmática y llena de valentía.
El sendero los condujo hasta un claro, donde el sol se reflejaba en el agua de una manera casi mágica, creando destellos sobre la superficie. La belleza del lugar era asombrosa, y todos decidieron tomar un descanso en la orilla, donde las ramas de los árboles ofrecían sombra y una brisa refrescante. Valeria se tumbó sobre una manta que había traído, mirando el cielo con una expresión serena, como si estuviera grabando cada detalle en su memoria. Gabriel se sentó junto a ella, fascinado por la paz que irradiaba y, al mismo tiempo, inquieto.
Sin embargo, esa tranquilidad se rompió de repente cuando Valeria comenzó a toser. Al principio, la tos fue leve, apenas un pequeño sonido que Gabriel casi ignoró, creyendo que era por el aire fresco. Pero, en cuestión de segundos, la tos se volvió más fuerte y persistente. Valeria intentaba contenerla, pero la debilidad empezaba a hacerse evidente en su rostro.
—Valeria, ¿de verdad estás bien? —preguntó Gabriel, acercándose aún más y tratando de sostenerla.
Ella le hizo un gesto para tranquilizarlo, aunque su rostro estaba visiblemente más pálido.
—Es solo un poco de frío... no pasa nada —dijo con una voz temblorosa.
Pero la expresión en sus ojos no coincidía con sus palabras, y Gabriel sintió que algo no estaba bien en absoluto.
Antes de que pudiera reaccionar, Valeria se tambaleó, perdiendo el equilibrio. Gabriel alcanzó a sostenerla justo cuando su cuerpo se debilitó y se desplomó en sus brazos. La suavidad de su cuerpo contra el suyo fue un golpe que lo dejó paralizado, y una sensación de pánico se apoderó de él.
—¡Valeria! ¡Despierta! —exclamó con la voz cargada de miedo.
Los gritos de Gabriel alertaron a Diego y a los padres de Valeria, quienes llegaron corriendo al ver la angustia en su rostro.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Ana, la madre de Valeria, horrorizada.
—No lo sé... estaba bien, y de repente... —La voz de Gabriel se rompió mientras apretaba suavemente a Valeria contra su pecho, buscando alguna señal de respuesta.
Marco, el padre de Valeria, reaccionó rápidamente, dándose cuenta de la gravedad de la situación.
—Tenemos que llevarla al hospital ahora mismo —ordenó, tratando de mantener la calma.
Sin perder un segundo, Gabriel cargó a Valeria en sus brazos y comenzó a correr junto a la familia hacia el coche. Su mente era un torbellino de pensamientos y emociones. No podía entender qué estaba pasando, pero el terror que sentía era innegable. La idea de perder a Valeria era un dolor que nunca había imaginado sentir.
Al llegar al hospital, el caos se apoderó del lugar. Los médicos llegaron rápidamente para atender a Valeria, llevándola a una sala de emergencias mientras Gabriel y la familia aguardaban en la sala de espera. Todo a su alrededor parecía un sueño aterrador. Las paredes, las luces, los sonidos de los médicos... Todo le resultaba ajeno. Gabriel no podía dejar de mirar las puertas de la sala, esperando desesperadamente a que alguien le dijera que Valeria estaba bien, que esto no era más que un malentendido.
Entonces, Marco se acercó a Gabriel. Había algo en su expresión que era sombrío, como si cargara un peso que lo estaba consumiendo desde hacía tiempo.
—Gabriel, hay algo que debes saber sobre Valeria —dijo con voz firme pero llena de tristeza.
Gabriel lo miró, confundido, buscando alguna respuesta en su rostro.
—¿De qué está hablando, señor? ¿Qué le está pasando a Valeria?
Marco respiró hondo, tratando de encontrar la manera de decirle la verdad sin quebrarse.
—Valeria... tiene una enfermedad terminal. Ella nunca quiso preocupar a nadie, y... siempre quiso que sus días fueran una celebración de la vida, no una cuenta regresiva. Por eso no te lo había dicho. Su lista de deseos... era su manera de despedirse de todo lo que amaba —confesó, con lágrimas en los ojos.
Las palabras de Marco fueron como un golpe para Gabriel. Sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies y que el mundo entero se hacía pedazos. La realidad de lo que Valeria había estado enfrentando era algo que él nunca habría imaginado. ¿Cómo había podido soportar tanto sin decirle nada?
—¿Por qué no me lo dijo? —preguntó Gabriel, apenas pudiendo hablar.
Marco puso una mano en el hombro de Gabriel, dándole fuerzas para sostenerse.
—Ella te amaba, Gabriel. Quería protegerte, quería que la vieras como siempre, sin tristeza. Para ella, cada momento era importante, y prefería que su último año fuera una aventura compartida contigo.
En ese momento, una enfermera salió de la sala de emergencias y se acercó a ellos.
—¿Familiar de Valeria? —preguntó.
Gabriel asintió sin pensarlo, aunque no era oficialmente de la familia. Sentía que, en ese momento, su vínculo era más fuerte que cualquier título.
La enfermera lo condujo a la habitación donde Valeria descansaba, mientras el mundo a su alrededor parecía moverse en cámara lenta. Al entrar, vio a Valeria, pálida pero despierta, con una sonrisa débil en el rostro. Sus padres estaban a su lado, y cuando lo vio, Valeria extendió una mano temblorosa hacia él. Gabriel se acercó, tomando su mano entre las suyas, su corazón quebrado en mil pedazos.
—Valeria... —su voz se quebró—. ¿Por qué no me dijiste?
Ella lo miró con amor, con una ternura infinita en sus ojos.
—Porque no quería que me vieras de otra manera, Gabriel. Quería que cada momento contigo fuera libre, feliz... Quería que recordaras esto —susurró con dificultad—, y no la sombra de lo que pasa ahora.
Gabriel sintió que su alma se rompía. La abrazó con suavidad, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. En ese momento, supo que el único regalo que podía darle era estar allí, sostenerla y hacer que cada segundo a su lado fuera tan especial como ella había deseado.
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El último deseo
AdventureLa historia sigue a Valeria, una joven de 22 años a quien le acaban de diagnosticar una enfermedad terminal. Al principio, siente que su vida ya no tiene propósito; se encuentra atrapada entre el dolor de lo inevitable y la tristeza de no poder cump...