El viaje para cumplir uno de los deseos más emocionantes de Valeria comenzó temprano, en la quietud de la mañana, cuando el sol apenas comenzaba a asomarse sobre el horizonte. Este nuevo objetivo era tan audaz como inspirador: nadar junto a tiburones. Gabriel había organizado cada detalle en secreto, esperando sorprenderla con una experiencia inolvidable. Cuando le contó la idea, Valeria no pudo evitar sentir un escalofrío de emoción recorriendo su piel. Sus ojos brillaron, entremezclando emoción y un toque de nerviosismo.

—¿En serio vamos a nadar con tiburones? —preguntó Valeria, con una mezcla de incredulidad y entusiasmo, apretando las manos de Gabriel con fuerza.

—Así es. Tú solo disfruta del viaje. —Gabriel le dio una sonrisa tranquilizadora—. Prometo que será algo que jamás olvidarás.

Diego, su hermano, también estaba encantado con la idea, aunque no podía ocultar su preocupación.

—Solo asegúrate de no ser el almuerzo de un tiburón, ¿de acuerdo? —bromeó, guiñándole un ojo mientras intentaba disimular su propia ansiedad.

Los padres de Valeria, Ana y Marco, no quisieron perderse la oportunidad de acompañarla en este desafío, aunque su lugar estaría a salvo en el barco. Querían estar cerca de su hija, verla cumplir sus sueños uno a uno y disfrutar de cada momento junto a ella. Abordaron el barco que los llevaría al sitio de buceo, un lugar en el océano conocido por su seguridad y su riqueza en vida marina. El aire estaba impregnado de sal y una tensión emocionante que solo aumenta cuando se está a punto de enfrentar lo desconocido.

En el barco, el guía les explicó las medidas de seguridad y el tipo de tiburones con los que estarían nadando. Estos eran de una especie menos agresiva, y, aunque la precaución era clave, les aseguró que todo sería seguro si seguían las instrucciones. Valeria escuchaba cada palabra con atención, pero sus manos temblaban mientras se colocaba el traje de neopreno y se ajustaba la máscara de buceo.

—¿Lista? —preguntó Gabriel, acercándose para darle un suave beso en la frente.

—Lista. —Valeria intentó calmar sus nervios y le dedicó una sonrisa que reflejaba su determinación.

El océano, con su vastedad e inmensidad, los recibió en cuanto se sumergieron. La sensación del agua fría los envolvió, y el silencio bajo el agua hizo que el mundo pareciera detenerse. Mientras descendían poco a poco, la claridad del agua les permitía ver la belleza submarina: un paraíso de arrecifes, peces de colores, y, en la distancia, las sombras de los tiburones que comenzaban a acercarse.

Gabriel, siempre pendiente de Valeria, la sostenía de la mano para que se sintiera segura. Se miraron un instante, y él le transmitió confianza a través de sus ojos. Valeria observaba todo con asombro; la majestuosidad de los tiburones la dejó sin palabras. Estas criaturas, a la vez imponentes y gráciles, se movían con calma a su alrededor, como si formaran parte de un escenario que solo podía entenderse desde la presencia y el respeto.

Diego, quien había insistido en acompañarlos bajo el agua, mantenía una vigilancia casi cómica sobre su hermana. Cada vez que un tiburón se acercaba un poco más de lo esperado, intercambiaba miradas con Gabriel, como diciéndole "Asegúrate de protegerla". Gabriel le respondía con gestos cómplices, ambos riendo bajo sus máscaras de buceo.

Poco a poco, la tensión inicial de Valeria se transformó en una profunda paz. Sentía que estaba en perfecta armonía con el entorno, observando a los tiburones desde cerca, siendo parte del mismo mundo durante esos breves momentos. El agua era fría y el silencio inmenso, pero su corazón latía rápido, y cada fibra de su ser sentía la maravilla de ese instante.

Luego de un tiempo que pareció tan breve como eterno, el guía les indicó que era hora de regresar a la superficie. Salieron del agua y subieron al barco, donde Ana y Marco los esperaban con sonrisas radiantes. Valeria, todavía respirando con fuerza y con la adrenalina aún en su sistema, se quitó la máscara y dejó escapar una carcajada alegre.

—¡Fue... fue increíble! —exclamó, mirando a su familia y a Gabriel, quien no dejaba de sonreírle con ternura.

—Te veías espectacular allá abajo —le dijo Gabriel, envolviéndola en un abrazo mientras ella le rodeaba el cuello con sus brazos, riendo de felicidad.

Diego también la abrazó y, en su estilo característico, no pudo evitar bromear.

—De acuerdo, eso fue bastante impresionante. Tal vez también puedo tachar eso de mi lista, ¿verdad? —dijo, guiñándole el ojo, aunque todos sabían que él también se había maravillado con la experiencia.

Ana y Marco rodearon a Valeria en un abrazo, sintiéndose orgullosos de su valentía y agradecidos de haber compartido otro momento tan único en familia. Se mantuvieron abrazados un buen rato, con el océano como testigo de sus risas y palabras de cariño. El regreso al puerto estuvo lleno de historias, risas y, sobre todo, de la alegría de haber vivido algo inolvidable.

Esa noche, después de un día tan intenso, Valeria se acurrucó junto a Gabriel bajo las estrellas, con el eco del océano aún resonando en su mente. Le sonrió, susurrándole:

—Gracias... de verdad, por esto. No solo por hoy, sino por hacerme sentir capaz de enfrentar cualquier cosa.

Gabriel la rodeó con sus brazos, acariciándole el cabello con suavidad.

—Todo lo que quiero es darte momentos así, Valeria. Que sepas que, pase lo que pase, siempre voy a estar a tu lado, apoyándote, cumpliendo tus sueños contigo.

Los ojos de Valeria brillaron al escucharlo, y se sintió profundamente afortunada de tenerlo a su lado. Sabía que no solo había encontrado a alguien que la acompañaba en cada aventura, sino también a alguien que creía en ella, que la alentaba a seguir adelante.

El sonido de las olas se entremezclaba con su respiración tranquila, y mientras se abrazaban, comprendieron que la verdadera aventura estaba en esos pequeños momentos de amor y apoyo.

El último deseoWhere stories live. Discover now