Las semanas siguientes parecían fluir entre risas y tardes soleadas. Gabriel había pasado de ser una coincidencia en la playa a un amigo cercano de la familia de Valeria. Con frecuencia, se quedaba a cenar en su casa, y Ana y Marco, los padres de Valeria, lo recibían con los brazos abiertos, tratándolo como a un miembro más, como si siempre hubiera estado allí.
A Valeria le encantaba ver cómo Gabriel se integraba en su mundo. Era como si él supiera exactamente cómo hacerla sentir especial sin necesidad de grandes gestos ni palabras complicadas. Con él, todo parecía sencillo y natural. Aunque Valeria intentaba mantenerse fuerte y evitar pensar demasiado en su enfermedad, las miradas de Gabriel parecían darle fuerzas que ni siquiera sabía que tenía.
—¿Vendrás este fin de semana a la excursión? —preguntó Valeria, una tarde mientras estaban en el jardín, preparando una fogata improvisada para asar malvaviscos. Gabriel, que estaba de pie a su lado, sonrió y asintió.
—Claro, no me perdería un día de aventuras contigo —respondió, dándole una palmada en el hombro.
Diego, quien veía a Gabriel como un hermano mayor, soltó una carcajada y, con una sonrisa traviesa, le dijo:
—¡Claro, cuñado! Tienes que venir.
Tanto Valeria como Gabriel se quedaron congelados unos segundos, sorprendidos. Luego, Diego salió corriendo, riendo al notar la sorpresa en sus rostros.
—¿Cuñado? —Gabriel murmuró, sonriendo para disimular la incomodidad. Miró a Valeria, que se sonrojó levemente, pero no dejó de sonreír.
—Perdónalo, Diego es un poco... bueno, entusiasta —dijo ella, evitando mirarlo directamente.
—No tienes que disculparte —respondió él, acercándose un poco más y observándola con esa mirada que parecía atravesar cualquier barrera que Valeria intentara construir—. No me molesta que tu hermano diga esas cosas... si a ti tampoco te molesta.
Valeria lo miró por un momento, tratando de interpretar el significado de sus palabras. Su corazón latía entre nerviosismo y alegría, y justo cuando pensaba en cómo responder, Gabriel tomó su mano con suavidad.
—Valeria, yo... —comenzó, pero las palabras parecieron quedarse atascadas en su garganta. Era la primera vez que Valeria lo veía sin palabras, algo que le pareció encantador y vulnerable al mismo tiempo.
—Gabriel, yo... —Valeria también dudó. Sabía que había algo entre ellos, algo que iba más allá de la amistad, pero también había una barrera que a veces temía atravesar. No quería ilusionarse, ni lastimar a Gabriel. Sin embargo, en ese instante, con sus manos entrelazadas y el reflejo de la fogata en sus ojos, pensó que tal vez, solo tal vez, valía la pena intentarlo.
Justo entonces, Ana y Marco salieron al jardín para unirse a ellos. Al ver que estaban de la mano, Ana soltó una sonrisa suave, y Marco apenas contuvo una pequeña risa, notando el rubor en las mejillas de ambos.
—Veamos cómo van esos malvaviscos —dijo Marco, acercándose para ayudar a Diego, mientras Ana se sentaba junto a Valeria y le lanzaba una mirada cómplice.
Durante la noche, compartieron historias y bromas alrededor del fuego. Valeria notó lo bien que Gabriel se había integrado en su familia. Con Diego reía como un hermano mayor, y cuando ayudaba a su madre a servir bebidas, parecía encajar perfectamente en cada detalle de la dinámica familiar. Era como si, de algún modo, Gabriel llenara los espacios que el miedo había dejado en sus corazones.
Diego, entre risas y chistes, no perdía oportunidad de llamarlo "cuñado", lo cual provocaba miradas tímidas entre Valeria y Gabriel. Incluso Ana y Marco parecían unirse a la broma, aunque trataban de no hacerla tan evidente.
Cuando la noche comenzó a terminar y todos recogían platos y sillas, Gabriel se ofreció a ayudar a Valeria a entrar a la casa. La rodeó con un brazo, y ella se apoyó en él, agradeciendo la calidez de su compañía.
Ya dentro, mientras se dirigían al pasillo, Gabriel se detuvo y la miró, manteniendo el silencio un poco más de lo necesario.
—Valeria... no sé si te das cuenta de lo mucho que significas para mí —dijo en voz baja, como si temiera romper el encanto de las palabras.
Valeria lo miró, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.
—Gabriel, tú también significas mucho para mí —respondió ella, sintiendo en sus palabras una mezcla de verdad y vulnerabilidad.
Él sonrió y acercó su mano para acariciar su mejilla con ternura.
—Me alegra ser parte de tu vida, de tu lista, de tus días... y quiero que sepas que, pase lo que pase, siempre estaré aquí para ti.
En ese momento, Valeria sintió que el tiempo se detenía. Sin poder resistirlo más, se inclinó hacia él, y sus labios se encontraron en un beso suave y sincero. Fue un beso lleno de promesas silenciosas, de miedo y esperanza. Cuando se separaron, ambos sonrieron, conscientes de que, aunque no conocían el futuro, compartían un momento que nunca olvidarían.
—¿Cuñado? —se escuchó la voz de Diego al final del pasillo, asomándose con una gran sonrisa y riéndose—. ¡Lo sabía!
Ambos se separaron, riendo y negando con la cabeza, mientras Diego se iba corriendo por el pasillo. Gabriel volvió a tomar la mano de Valeria y la miró con ternura.
—Supongo que ya tenemos la bendición del "cuñado", ¿no?
Valeria rió, y en ese instante comprendió que, por mucho que doliera la realidad de su situación, no se arrepentiría de compartir cada momento con Gabriel y su familia. Ellos le daban una fuerza y una paz que jamás pensó que encontraría.
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El último deseo
AdventureLa historia sigue a Valeria, una joven de 22 años a quien le acaban de diagnosticar una enfermedad terminal. Al principio, siente que su vida ya no tiene propósito; se encuentra atrapada entre el dolor de lo inevitable y la tristeza de no poder cump...