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El sol comenzaba a ponerse, tiñendo de naranja el cielo mientras la familia de Valeria se reunía en el jardín. La brisa suave movía las hojas de los árboles, creando una sensación de calma en el aire. Gabriel estaba en una esquina, sentado en una silla, vigilando cada movimiento de Valeria. A pesar de su promesa de no sobreprotegerla, su ansiedad seguía allí, como una sombra persistente, especialmente cuando la veía reír junto a su madre y su hermano. La alegría de su familia era evidente, pero había algo en su rostro que no podía ocultar: una preocupación constante, como si algo pudiera romper esa paz en cualquier momento.

Valeria, por su parte, estaba más tranquila. Estaba disfrutando de los pequeños momentos que le quedaban, sabiendo que sus días eran limitados, pero también consciente de que había algo mucho más grande que la enfermedad: el amor y el deseo de vivir. Sin embargo, notaba que Gabriel la miraba más de lo habitual, como si estuviera esperando que algo saliera mal. Sus ojos reflejaban miedo, pero también un amor profundo que la hacía sentirse cálida, pero al mismo tiempo, la hacía sentir una presión que no podía ignorar.

Ella no quería que su presencia fuera una carga para él. Sabía lo mucho que él la amaba, pero también comprendía que, a veces, el amor podía ser agobiante. La necesidad de protegerla, de mantenerla a salvo, se había convertido en una barrera invisible entre ellos, una barrera que ella comenzaba a sentir con cada gesto, con cada mirada, con cada suspiro cargado de preocupación. Aunque él no lo dijera en voz alta, Valeria podía leerlo en su rostro, en sus movimientos, en sus palabras. Todo en Gabriel estaba marcado por el miedo a perderla.

Gabriel no era consciente de cómo sus actitudes podían hacerla sentir. No quería ser ese tipo de persona, pero su amor por ella no le permitía ser de otra manera. Cada vez que veía la fragilidad en el cuerpo de Valeria, su corazón se rompía un poco más. Sabía que no debía sobreprotegerla, pero lo hacía por el simple hecho de que la amaba más que a nada en este mundo. Y, sin embargo, esa misma preocupación lo estaba alejando de ella. La veía reír con su madre y su hermano, disfrutando de una conversación ligera, pero él solo podía pensar en el tiempo que les quedaba, en el inevitable final que se acercaba, aunque no lo quisiera aceptar.

—Gabriel —dijo Valeria, levantando la vista hacia él desde el otro lado del jardín. Su voz era suave, pero clara, como una llamada que no podía ignorarse—, ven aquí un momento.

Gabriel se levantó inmediatamente, como si hubiera estado esperando una señal. Se acercó a ella con rapidez, su expresión seria pero suave, intentando disimular la ansiedad que lo dominaba. Aunque había hecho todo lo posible por relajarse, cuando estaba cerca de Valeria, el miedo se apoderaba de él, y era difícil ocultarlo. Cuando estuvo cerca de ella, le ofreció una sonrisa nerviosa, como si no supiera bien qué hacer o qué decir.

—¿Qué pasa? ¿Te sientes bien? —preguntó, tomando su mano con ternura, como si con ese gesto pudiera transmitirle toda la seguridad que sentía que le faltaba.

Valeria lo miró, una mirada profunda que hablaba mucho más que sus palabras. Sabía lo que él sentía, podía ver la preocupación en sus ojos, y aunque a veces deseara que todo fuera diferente, también entendía que Gabriel no podía evitarlo. Era su forma de demostrarle que la amaba, que se preocupaba por ella. Sin embargo, Valeria ya no quería que su vida se redujera a una enfermedad. Quería vivir, disfrutar de lo que le quedaba de una forma diferente, sin que la sombra de su enfermedad pesara sobre ella todo el tiempo.

—Estoy bien, Gabriel —dijo ella, sonriendo suavemente—. Quiero que me escuches. No puedo seguir sintiendo que te estoy haciendo daño. No quiero ser el centro de tu vida todo el tiempo. Hay más cosas que quiero compartir contigo... cosas que quiero vivir.

Gabriel la miró fijamente, con una mezcla de incomodidad y tristeza. Sentía que sus esfuerzos por cuidarla, por mantenerla a salvo, estaban siendo malinterpretados. No era que no entendiera lo que Valeria quería decir, sino que su amor por ella le impedía ver las cosas con claridad. A veces, parecía que Valeria era todo para él, y el simple hecho de pensar que podía perderla lo hacía sentir que debía estar siempre alerta, siempre pendiente de cada paso que ella daba.

—Lo sé —dijo Gabriel con voz baja, mientras sus ojos se suavizaban un poco—, lo sé, pero no puedo evitarlo. No puedo dejar de preocuparme. No quiero que algo te pase y yo no haya estado ahí.

Valeria lo miró por un momento, y luego soltó un suspiro suave, como si estuviera buscando las palabras adecuadas. Sabía que Gabriel nunca dejaría de preocuparse por ella, pero también sabía que él debía aprender a soltar un poco, a dejarla vivir sin miedo constante. Era una lucha interna, tanto para él como para ella, pero en el fondo, Valeria deseaba con todo su ser que Gabriel pudiera encontrar un equilibrio entre protegerla y permitirle ser quien realmente era.

—Tú ya estás aquí, Gabriel. Ya estás conmigo. Y eso es lo único que necesito —dijo ella, su tono lleno de una calma que contrastaba con la tormenta interna que sentía—. Pero no quiero que me veas solo como una persona enferma. Soy más que eso, y lo quiero seguir demostrando, a mi manera.

Gabriel asintió lentamente, y entonces Valeria tomó su rostro con ambas manos, fijando su mirada en la suya. Quería transmitirle lo que sentía, sin palabras, solo con la intensidad de sus ojos. Quería que él entendiera, más allá de las preocupaciones, más allá de la enfermedad, que ella todavía tenía sueños, deseos, y sobre todo, la necesidad de ser libre.

—Vivir el momento, Gabriel. Eso es lo que te pido. No me detengas por miedo. Quiero vivir, no sobrevivir. Quiero hacerte reír, quiero bailar bajo las estrellas, quiero tener recuerdos que no estén llenos de hospital y medicinas. ¿Puedes hacer eso por mí? —preguntó, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y vulnerabilidad.

Gabriel se quedó en silencio por unos segundos. La petición de Valeria era tan simple, pero tan profunda. Él solo quería protegerla, pero también entendía lo que ella necesitaba: libertad, felicidad, no ser una sombra de la enfermedad, sino una joven llena de sueños. Finalmente, Gabriel asintió, una leve sonrisa cruzando su rostro.

—Lo prometo. Vivir el momento, por ti.

El resto de la tarde pasó entre risas y pequeños momentos de complicidad. Valeria se sentía más ligera, como si una parte de ella hubiera dejado de cargar con ese peso invisible. Gabriel, aunque todavía preocupado, también comenzó a relajarse, disfrutando del tiempo con ella, compartiendo pequeños detalles que le hacían sonreír. La noche cayó lentamente, y la familia se acomodó alrededor de una fogata en el jardín. El sonido de las llamas, el aire fresco y las risas de su madre y Diego eran el refugio que Valeria tanto necesitaba. Aunque sabía que sus días eran limitados, cada uno de esos momentos juntos le daba la fuerza para seguir adelante, para no rendirse.

Mientras se sentaba junto a Gabriel, él la miró con una expresión llena de amor, como si estuviera buscando algo más en ella, algo que lo hiciera sentir menos vulnerable. Sin embargo, Valeria no tenía respuestas claras, solo sabía que cada segundo con él era un regalo, uno que no podía desperdiciar. En ese momento, comprendió que no se trataba solo de los días que le quedaban, sino de los momentos que pudiera vivir, de la intensidad de cada sonrisa, de cada abrazo, de cada conversación compartida.

Valeria se recostó un poco en el hombro de Gabriel, quien, a su vez, la rodeó con su brazo de manera protectora. No era una protección agobiante, sino una suave, como la brisa que acariciaba su rostro. Y aunque el futuro no podía predecirse, al menos en ese momento, Valeria sentía que estaba exactamente donde debía estar: con la persona que amaba, rodeada de su familia, disfrutando de lo que la vida le ofrecía.

Diego, que había estado observando la escena, no pudo evitar hacer un comentario juguetón.

—Si esto fuera una película, diría que el chico finalmente se dio cuenta de lo que tiene frente a él —dijo en tono bromista.

Valeria y Gabriel se miraron y ambos se rieron. Fue una risa ligera, sincera, como si en ese pequeño gesto pudieran decir todo lo que sus corazones sentían. No necesitaban más palabras. Sabían lo que significaba estar juntos, lo que significaba ese momento. Gabriel, sonriendo, acarició el cabello de Valeria y susurró, solo para ella:

—Ya lo sé. Ya lo sé.

Y en ese momento, bajo las estrellas, rodeados por el calor de la familia, Valeria y Gabriel sabían que, aunque la vida pudiera ser incierta, los momentos que compartían juntos eran su verdadero regalo.

El último deseoWhere stories live. Discover now