El tiempo, implacable como siempre, seguía su curso, y Valeria, a pesar de su fortaleza, comenzaba a sentirse más débil. Cada día que pasaba era un recordatorio de que la vida que ella había querido vivir de una manera tan plena y vibrante estaba a punto de llegar a su fin. El cuerpo de Valeria, acostumbrado a la energía y la vitalidad, ahora se sentía extraño, como si ya no le respondiera. Las fuerzas que tanto le habían sido naturales comenzaban a desvanecerse, dejándola con un vacío interno que la invadía lentamente. Sin embargo, a pesar de todo, Valeria seguía luchando con una sonrisa en su rostro, aunque ya no era la misma. Era una sonrisa triste, marcada por la aceptación de que el tiempo había decidido su curso, pero aún así no dejaba de perseguir los fragmentos de felicidad que quedaban por vivir. Cada día, su cuerpo se iba debilitando, pero su alma seguía luchando por cumplir los deseos que había guardado durante tanto tiempo.
La lista de deseos estaba casi completa. Había nadado con tiburones, visto el amanecer desde una montaña, bailado bajo las estrellas y viajado a lugares exóticos. Todos esos sueños que había atesorado, los había vivido uno por uno. Había sentido cada uno de esos momentos con una intensidad que solo una persona que sabía que el tiempo se le escapaba podía experimentar. Pero quedaba un deseo, uno que Valeria había mantenido en su corazón como su último refugio: viajar en un yate privado. Ella siempre había soñado con estar en el mar, sintiendo la brisa en su rostro, mirando el horizonte, tan libre como el agua que rodeaba el barco. La imagen del océano abierto, de la vastedad del mar, le ofrecía la promesa de la libertad y la paz, de esa última sensación de vivir sin ataduras. Sin embargo, a medida que sus fuerzas se agotaban, el deseo se volvía cada vez más difícil de alcanzar.
Sus padres, aunque nunca habían dudado de la determinación de Valeria, ahora se encontraban mirando la fragilidad de su hija con una mezcla de amor y desesperación. El mar, la idea de viajar en un yate, parecía una promesa lejana y peligrosa. La salud de Valeria ya no era la misma. Sus pulmones no respiraban con la misma facilidad, su piel, que antes brillaba con vitalidad, ahora se veía opaca. Cada paso que daba parecía costarle un esfuerzo inmenso. Había momentos en que ni siquiera podía levantarse del sillón sin sentir que el cuerpo le fallaba. Verla tan débil, sabiendo que no quedaba mucho tiempo, los destrozaba por dentro.
—Valeria, tal vez deberías reconsiderar este deseo —dijo su madre, con la voz quebrada, mientras se sentaba junto a ella, tocando suavemente su mano. La angustia se reflejaba en sus ojos, llenos de temor. Estaba viendo cómo su hija se desmoronaba ante ella, cómo el tiempo le estaba robando lo que más amaba. Valeria siempre había sido su roca, su fuerza. Verla ahora tan vulnerable era casi insoportable. —No quiero que te pase nada, hija. Tu salud está muy débil. Un viaje tan largo en el yate podría ser demasiado.
El padre de Valeria, también consumido por la preocupación, se acercó a su hija, tratando de ocultar la tristeza que lo embargaba, pero no podía. No podía dejar de verla como su niña, tan llena de vida y ahora tan frágil.
—Quizás sea mejor que lo cambiemos por algo más tranquilo, algo que no te desgaste tanto —sugirió él, con la voz temblorosa, incapaz de ocultar el dolor que sentía al ver a su hija tan cerca de la muerte.
Pero Valeria, aunque débil, les sonrió. Era una sonrisa cansada, con la boca ligeramente torcida, pero sus ojos aún brillaban con la misma determinación que siempre había tenido. Sabía que su tiempo se agotaba, pero no quería renunciar a ese último deseo. Ella quería sentir que, incluso en los últimos momentos de su vida, podía ser dueña de sus decisiones, podía ser libre.
—Lo quiero, mamá. Lo quiero, papá. Es mi último deseo. Y ya no quiero que nada me lo impida. Prometo que si no me siento bien, nos regresamos de inmediato. Pero tengo que hacerlo —les dijo, con una suavidad en su voz que reflejaba una fortaleza que ya no podía sostenerse más tiempo. Pero lo decía porque lo necesitaba. Lo quería, lo deseaba con todo su ser, incluso sabiendo que quizás esa podría ser su última aventura.
Gabriel, que estaba a su lado, miraba a Valeria con los ojos llenos de miedo. Sabía que ella no iba a ceder, y aunque sentía un nudo en el estómago por todo lo que podía suceder, entendía que ese era su deseo. Y él quería cumplirlo, aunque su corazón se rompiera con cada latido.
—Lo haremos, Valeria. Te prometo que te cuidaremos. Y si en algún momento no te sientes bien, volveremos, ¿de acuerdo? —dijo él, tomándola de la mano con suavidad, como si pudiera transmitirle toda su fuerza a través de ese simple gesto.
La decisión estuvo tomada. Después de varias conversaciones entre la familia, donde Valeria insistió con la determinación que solo alguien con su carácter podía tener, sus padres accedieron, aunque con el corazón destrozado. Sabían que no había nada que pudieran hacer para cambiar la voluntad de su hija. Lo único que podían ofrecerle era su apoyo y estar a su lado en cada paso de ese último deseo.
El día del viaje llegó, y la familia de Valeria estaba en el puerto, esperando que el yate llegara. Valeria estaba más cansada de lo habitual, su respiración parecía más pesada, y su rostro palidecía cada vez más, pero su sonrisa seguía intacta. Era una sonrisa triste, pero llena de un amor profundo. Se había vestido con un hermoso vestido blanco, que parecía brillar a pesar de su delicada salud. El sol caía sobre su rostro, iluminando su piel pálida, mientras el viento movía su cabello con suavidad. Aunque su cuerpo ya no respondía como antes, ella estaba allí, dispuesta a tomar el último paso hacia la libertad.
Subieron a bordo del yate. A medida que el barco se alejaba del puerto, el agua azul y serena se extendía frente a ellos, y el sol comenzaba a caer, tiñendo todo de dorado. Valeria se sentó junto a Gabriel, quien la rodeó con su brazo, asegurándose de que estuviera lo más cómoda posible. Aunque su corazón latía fuerte, Gabriel sabía que no podía mostrar su temor. No podía romper la burbuja de felicidad que Valeria aún mantenía.
—Es hermoso —susurró Valeria, mirando el horizonte. Sus palabras salieron débiles, como si cada palabra fuera una carga para ella, pero aún así su voz contenía la emoción de quien sabe que está cumpliendo su último sueño. Sus ojos brillaban, pero había algo en su mirada que revelaba la lucha interna que estaba librando. Estaba feliz, sí, pero también estaba tan consciente de lo cerca que estaba de perder todo.
Gabriel no pudo evitar sonreír con tristeza. Sabía que cada segundo con ella era un regalo. A su alrededor, todo parecía inmenso, infinito, pero Valeria ya no lo veía de la misma forma. La vida la había alcanzado demasiado rápido.
El yate navegó por el océano, y Valeria, con los ojos cerrados por el cansancio pero aún llenos de emoción, miraba el mar. Quería grabar ese momento en su memoria, deseaba que el océano se quedara con ella para siempre. Lo necesitaba. La libertad que siempre había buscado estaba justo frente a ella, en ese mar infinito que la acogía con los brazos abiertos. Por un breve momento, todo el dolor y la fatiga desaparecieron. Pero sabía que ese momento de paz estaba a punto de desvanecerse.
A medida que pasaban las horas, la respiración de Valeria se volvía más agitada, su rostro más pálido. Gabriel la miró preocupado, notando cómo su cuerpo comenzaba a ceder. La emoción que antes la había invadido parecía desvanecerse en la oscuridad del agotamiento que la consumía.
—Valeria, ¿estás bien? —preguntó Gabriel, su voz quebrada por el temor que ya no podía ocultar. Él le apretó la mano, tratando de sostenerla, de no dejarla caer.
Valeria lo miró, pero su sonrisa era tan triste que hizo que el corazón de Gabriel se encogiera. Con su voz débil, como si cada palabra le costara un mundo, dijo:
—Estoy bien, Gabriel. Estoy... feliz... de haberlo hecho... Gracias... por todo...
Gabriel la abrazó con fuerza, su corazón roto, mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos. Sabía que este sería su último adiós. Él quería aferrarse a ella, pero la vida le había robado la oportunidad. Él la había visto fuerte, independiente, pero ahora solo podía sostenerla mientras su vida se desvanecía como la última luz del día.
Los padres de Valeria llegaron, pero ella les hizo una señal para que se calmaran. Gabriel, con el dolor tan presente, no podía decir nada más. Simplemente se quedó a su lado, y aunque Valeria ya no hablaba, él sabía que esa era su última aventura, y la había vivido con todo su ser.
La promesa de la libertad que ella había buscado había sido cumplida, pero el precio era demasiado alto.
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El último deseo
AdventureLa historia sigue a Valeria, una joven de 22 años a quien le acaban de diagnosticar una enfermedad terminal. Al principio, siente que su vida ya no tiene propósito; se encuentra atrapada entre el dolor de lo inevitable y la tristeza de no poder cump...