El sonido de los zapatos de Jimin resonaba con suavidad sobre el suelo de mármol brillante, una melodía constante que acompañaba su caminar por los pasillos de la imponente mansión de Min Yoongi.El vestuario de los betas solía decidirse por el clan beta o su amo, en este caso a Yoongi le gustaba que usará trajes elegantes que no fueran pesados e innecesariamente llamativos. Esta vez tenía un traje de color gris oscuro y recatado, que se ajustaba a su figura con precisión, y el corte impecable de su chaleco reflejaba la perfección con la que debía comportarse en todo momento. Su cabello, corto, negro y un poco alborotado porque Yoongi refunfuñaba cuando se aplicaba demasiada cera. No podía culparlo, no debía despeinarse ni un solo milímetro, pues cualquier distracción podría ser interpretada como una falta de respeto, aunque Yoongi nunca lo viera así. Jimin solo seguía las normas, las reglas que dictaban su existencia.
Eran las nueve de la mañana cuando las primeras luces de las velas encendidas comenzaron a llenar el largo despacho. Las sombras danzaban sobre las paredes estucadas, creando formas que se desvanecían y se transformaban con cada parpadeo. El aire era fresco, aunque en el interior de la mansión se mantenía una temperatura perfecta, gracias a la gran chimenea ubicada en el centro del salón y en el despacho a la enorme alfombra de algodón color negro. La lámpara de aceite sobre la mesa central, junto con el resplandor suave de las velas, iluminaba la figura de Min Yoongi, quien, sentado en su silla de cuero oscuro, parecía ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor.
Jimin se detuvo unos pasos atrás de él, observando su figura con la misma devoción que siempre. Yoongi estaba absorto en un documento, una carta que le habían traído esa mañana. Su rostro impasible, marcado por una expresión que no dejaba ver ni un atisbo de emoción, era algo que Jimin había aprendido a leer: serio, calculador, siempre distante. Era la naturaleza de los alfas mostrar su dominio pero Yoongi tenía una calma y silenciosa existencia, una naturaleza que Jimin conocía bien, como conocía la estructura de los carruajes que transportaban a la alta sociedad, siempre lujosos pero igualmente impasibles, como la vida misma.
—¿Jimin? —la voz grave de Yoongi rompió la quietud del espacio, haciendo que Jimin levantara la cabeza y se acercara al alfa.
—Sí, señor —respondió Jimin, con la misma frialdad educada que le habían inculcado desde su infancia. Se acercó al escritorio de madera oscura, donde Yoongi había dejado de leer.
Yoongi no miró a Jimin de inmediato. Solo alzó la mano, indicándole que se acercara un poco más.
—Los informes de hoy… ¿los has revisado? —Su tono era bajo, pero autoritario, como si el simple hecho de preguntar sobre algo tan trivial fuera una tarea crucial.
—Sí, señor. Todo está en orden. —Jimin sabía que esa respuesta era suficiente, pero algo en la mirada distante de Yoongi le hizo dudar. No se atrevió a preguntar nada más. ¿Qué derecho tenía él de indagar en la mente de su alfa? Después de todo, su único propósito era servir.
El silencio entre ellos se instaló nuevamente. Jimin permaneció de pie junto a Yoongi, observando el reflejo de las velas en la superficie de la mesa, mientras el viento comenzaba a soplar ligeramente fuera, moviendo las copas de los árboles.
En la quietud de ese momento, Jimin no pudo evitar pensar, por un breve instante, en algo que lo desconcertaba: la frágil atención de Yoongi hacia él, que no era ni mucho menos común. La mayoría de los alfas ni siquiera dirigían la palabra a sus betas fuera de lo estrictamente necesario. Sin embargo, Yoongi, a veces, lo miraba, lo observaba como si esperara algo más, aunque nunca lo pidiera. ¿Era eso amabilidad? ¿Cordialidad? ¿O simplemente una costumbre de su parte, un gesto que no significaba nada? Jimin no lo sabía, y eso lo confundía.
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SR. KIM | NAMJIN
FanfictionKim Seokjin es un mayordomo del clan beta y ha sido entrenado durante años para servir a un alfa durante toda su vida. Excepto que no esperaba ser asignado al frío, cruel y sombrío alfa Kim Namjoon. Aquel al que todos los betas temen, aquel que jamá...