El tiempo pasa III

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Suguru Geto terminó de exorcizar aquella maldición, sintiendo una mezcla de alivio y satisfacción. Hace un año desde su última gran misión lo habían transformado en un hechicero formidable y poderoso. Las misiones que enfrentaba ahora eran más complejas, pero también resultaban ser un gran éxito gracias a su habilidad; Se había adaptado rápidamente a su nuevo nivel de poder y responsabilidad.

A su lado, Haibara bebía agua, recuperándose del esfuerzo. Caminaban juntos por la oscuridad de la escuela, un lugar desolado y silencioso. De repente, el tono de llamada de Suguru rompió el silencio. Rápidamente atendió el teléfono.

—¿Sí? —dijo el Omega, con voz firme.

—Suguru Geto. La nueva misión otorgada será en un pueblo cerca de donde están. Algunas maldiciones se han desatado y han muerto por lo menos ya 15 personas —dijo la voz al otro lado del teléfono.

Suguru suspiró, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Colgó el teléfono y se volvió hacia Haibara.

—Tenemos una nueva misión —anunció.

Sin perder tiempo, se subieron a la maldición de Suguru, una criatura en forma de mantarraya que los llevaba volando a través de la oscuridad de la noche. El viento frío les azotaba el rostro mientras se dirigían hacia el pueblo en peligro. La luna llena iluminaba su camino, proyectando sombras inquietantes sobre el paisaje.

Ambos Omegas llegaron al pueblo, donde la oscuridad y la energía maldita se arremolinaban, creando una atmósfera opresiva y densa. El sendero por el que caminaban estaba sumido en la completa oscuridad, apenas iluminado por las tenues luces de las casas abandonadas. La sensación de peligro se sentía, pero no encontraron ninguna maldición a lo largo de su recorrido. Suguru sospechaba que las maldiciones podrían estar escondidas, esperando el momento oportuno para atacar.

Caminaron hasta la última casa del pueblo, una estructura un poco más grande que las demás. Había algunas luces encendidas, pero el lugar estaba envuelto en un silencio inquietante, roto solo por ruidos lejanos. Suguru y Haibara avanzaron con cautela, atentos a cualquier señal de peligro. De repente, a lo lejos, se escucharon risas y sonidos extraños, como susurros y crujidos que resonaban en la oscuridad.

Suguru sintió un olor atrayente que lo hizo acelerar el paso, un aroma que lo hacía sentir familiar pero nunca interactúo con alguien así,  uno que conectaba con alguien importante pero no sabía quién. Su corazón latía con fuerza mientras se adentraba más en la casa, siguiendo el rastro de aquellos olores. Haibara lo seguía de cerca, preparado para cualquier eventualidad.

Suguru se detuvo repentinamente, su nerviosismo evidente en su rostro. Haibara, su compañero, lo miró con curiosidad, notando la tensión en su cuerpo.

—¿Qué pasa?—susurró Haibara, intentando entender la causa de la repentina reacción de Suguru.

Pero antes de que Suguru pudiera responder, un llanto desgarrador llamó la atención de ambos. Las risas y la música en el fondo se volvieron más intensas, pero Suguru no las escuchó. Su instinto lo impulsó a actuar rápidamente.

Con una velocidad sorprendente, Suguru corrió hacia el origen del llanto, dejando a Haibara desconcertado y solo. Al llegar a la escena, Suguru se enfrentó a una visión horrorosa.

Una jaula de metal, similar a una celda, estaba rodeada por varios alfas, todos completamente borrachos y con una mirada salvaje en sus ojos. Dentro de la jaula, dos niñas pequeñas, no mayores de 7 años, se acurrucaban en un rincón, llorando desconsoladamente.

Los alfas, con sus rostros deformados por la ebriedad y la crueldad, se reían y gritaban, mientras otros se masturbaban mirando a las niñas. Suguru no pudo continuar mirando.

𝐿𝑎𝑧𝑜//𝑆𝑎𝑡𝑜𝑆𝑢𝑔𝑢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora