Suguro Geto

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Nací en una familia pequeña, en un lugar modesto y tranquilo. Desde que tengo uso de razón, he visto criaturas extrañas, deambulando por las calles, posadas sobre las personas y en muchos otros lugares. Desde muy pequeño, tuve que adaptarme a ver la realidad de esta vida, una realidad que otros no podían percibir.

Un día, unos ancianos aparecieron en mi casa. Sus rostros reflejaban temor y necesidad, como si buscaran algo de vital importancia. Con voz temblorosa, explicaron la razón por la que yo podía ver Maldiciones, mientras que las demás personas no. Me dijeron que poseía una técnica de manipulación muy rara y valiosa. Mis padres, al escuchar esto, vieron una oportunidad que no podían dejar pasar.

Los ancianos le propusieron a mis padres un trato. A cambio de una suma considerable de dinero, yo sería comprometido con un heredero del clan Gojo. Mis padres aceptaron sin dudarlo. Sabían que necesitábamos el dinero y que, en cierta manera, yo era un problema que no sabían cómo manejar.

A la edad de cuatro años, fui comprometido con un heredero del clan Gojo. No por eso odié a mis padres, ni los culpo. Entendía que lo hicieron por necesidad, y que en su corazón, querían lo mejor para mí, aunque el camino elegido fuera difícil de comprender para un niño.

Al principio, no entendía por qué la urgencia de comprometerme. Luego comprendí la razón. El joven heredero del clan más prominente y poderoso de Tokio estaba muriendo de un lazo roto. Aquel niño estaba enlazado con alguien más que resultó morirse, y pronto él también moriría si no hacían algo. Yo, al ser un Omega, sería más fácil la creación de un nuevo lazo.

Recuerdo que me llevaron a una mansión muy grande y extensa, alejada de la ciudad. Nos guiaron a un cuarto donde reinaba una gran soledad. Aquel niño se veía realmente mal: sus labios estaban resecos y morados, su piel completamente pálida, su cabello alborotado y su rostro empapado de sudor por la fiebre.

Mi madre me empujó suavemente para que me acercara a él. Me dieron instrucciones de que me sentara a su lado y dejara que oliera mi aroma. Así lo hice. Extendieron mi mano y los colmillos del Alfa se clavaron en mi muñeca. Al principio, fue un dolor punzante y agudo, pero después fue completamente extraño. Sentimientos que no eran míos se arremolinaron en mi interior, recuerdos vagos entraron en mi mente y pude sentir el ser de Satoru Gojo.

Era como si una parte de él se hubiera transferido a mí. Pude ver fragmentos de su vida, sus miedos, sus esperanzas. Sentí su desesperación y su dolor, pero también su fuerza. En ese momento, supe que nuestras vidas estaban irrevocablemente unidas. No solo por el lazo que acabábamos de formar, sino por el destino que nos había llevado hasta ese punto.

Mientras el dolor inicial se desvanecía, una sensación de conexión profunda se estableció entre nosotros. Podía sentir su alivio, su cuerpo relajándose mientras la fiebre comenzaba a bajar. Sus ojos, que antes estaban apagados y sin vida, comenzaron a recuperar un brillo tenue. Aunque todavía estaba débil, había una chispa de esperanza en su mirada.

Me quedé a su lado, sosteniendo su mano, sintiendo cómo nuestras energías se entrelazaban y se fortalecían mutuamente. En ese momento, comprendí que mi vida había cambiado para siempre. No solo había salvado a Satoru Gojo, sino que también había encontrado un propósito nuevo y poderoso en mi propia existencia.

Aunque mi infancia fue diferente a la de otros niños, me dio una perspectiva única y una fortaleza interior que me ha acompañado a lo largo de mi vida.

Puedo decir que realmente me enamoré, aunque no sé si fue la conexión del lazo con Satoru o simplemente porque esos sentimientos fluyeron naturalmente. Pero todo era bueno; intentaba acercarme cada vez más al alfa, aunque él parecía repeler mi presencia. Lo entendía, yo era solo un niño de cuatro años sin comprender del todo, mientras que él, con sus ocho años, ya entendía que jugar con tu prometido de pañales no era lo mejor.

Así pasaron los años. Satoru siempre fue muy frío y seco conmigo y con todos los demás. Siempre quería estar solo, y yo, como un fiel enamorado, lo seguía a todas partes. Por lo menos hasta que cumplí trece años, cuando la distancia entre nosotros se hizo aún más grande. Satoru tuvo una misión que cambió por completo nuestro vínculo. Se hundió más en su soledad y su orgullo, y yo no podía salvar lo que no quería ser salvado.

Recuerdo cómo cada intento de acercamiento de mi parte era recibido con frialdad. Satoru, con su poderosa técnica de los Seis Ojos, siempre parecía estar en una esfera aparte, inaccesible y distante. Pero yo no me desanimaba. Esperaba que algún día se rompiera la barrera que nos separaba. Sin embargo, Satoru, siempre reservado y solitario, no mostraba interés en estrechar lazos.

A medida que crecíamos, la distancia entre nosotros solo aumentaba.

Nuestra relación se convirtió en una danza de acercamientos y rechazos. Yo, con mi amor no correspondido, y Satoru, con su orgullo y soledad, parecíamos destinados a nunca encontrar un punto de encuentro. La conexión del lazo que nos unía se tensaba cada vez más, amenazando con romperse bajo el peso de nuestras diferencias y las circunstancias que nos rodeaban.

A pesar de todo, no podía dejar de amar a Satoru. Cada mirada fría, cada palabra cortante, solo fortalecía mi determinación de estar a su lado, esperando el día en que Satoru pudiera ver más allá de su propio orgullo y aceptar el amor que estaba dispuesto a ofrecerle. Pero hasta entonces, sabía que debía alejarme y esa era la carga más pesada que llevaba en mi corazón.

Satoru... Se hundió en su soledad y yo decidí alejarme del sufrimiento.

Fui llevado a un mundo donde las Maldiciones eran una realidad cotidiana, y donde debía aprender a controlar y utilizar mi habilidad. Cada día era un desafío, pero también una oportunidad para crecer y entender más sobre el mundo que me rodeaba.

Desde muy joven, me di cuenta de que ser un Omega en un mundo lleno de prejuicios y acoso no sería fácil. El acoso era constante, una sombra que me seguía a donde fuera, decidí enfocarme en mí mismo y en mis ideales.

Mi mente se agudizaba con cada tecnica que aprendía. No solo entrenaba mi cuerpo, sino también mi espíritu. Aprendí a canalizar mi energía, a manipular las maldiciones con una precisión que sorprendía incluso a los más experimentados.

Tuve momentos de duda, de cansancio extremo, y de soledad. Pero cada vez que sentía que no podía más, recordaba por qué había empezado. Recordaba las miradas de desprecio, los murmullos a mis espaldas, y eso me daba la fuerza para seguir adelante.

Me convertí en un hechicero fuerte, respetado por mis habilidades y temido por mis enemigos. El acoso no desapareció por completo, pero ya no me afectaba de la misma manera. Había encontrado mi lugar, y nadie podría arrebatármelo.

Con el tiempo, aprendí a aceptar mi destino y a encontrar mi lugar en este nuevo entorno.

𝐿𝑎𝑧𝑜//𝑆𝑎𝑡𝑜𝑆𝑢𝑔𝑢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora