Capitulo 24

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La lluvia golpeaba contra el cristal del parabrisas del carro. Una vez alejada de la mirada de Rixel, sentí cómo mis músculos empezaban a flaquear, como si fueran de gelatina. El frío se coló por mis huesos, haciéndome temblar todo el cuerpo. Mi ropa mojada no ayudaba. Como pude, me estacioné a un lado de la carretera y golpeé el timón del auto varias veces con frenesí, acompañado de un grito de frustración.

La lluvia no daba tregua, y las imágenes en mi cabeza amenazaban con llegar. No me lo permití; debía ser más fuerte. Respiré hondo y empujé todos los pensamientos hasta el fondo de mi mente. No me daría tiempo de pensar ni recordar absolutamente nada.

Estiré la mano y agarré el bolso. Saqué una sudadera y me la puse, quitándome la blusa empapada. La sensación fue agradable al sentir algo seco y cálido sobre mi piel. Apreté el volante, encendí la radio y puse la música a todo volumen, continuando mi camino hacia la casa de tía Irene.

No voy a mentir: el viaje se me hizo más largo y tedioso que cuando fui a la ciudad, pero era algo de esperarse.

Al parecer, todo se mantenía igual; hacía varios kilómetros que la lluvia había desaparecido.

La casa de mi tía me recibió, llenando mi pecho de esa sensación de familiaridad, de sentirme protegida y en casa. Estar aquí de nuevo me recordaba mi tranquila vida antes de irme.

El sol brilla. No hay ni rastro de tormenta por aquí, y hasta el clima me recibe con fervor, los rayos de sol acariciando mi piel y dándome la bienvenida otra vez.

Abro la puerta de la casa, respirando ese aroma a lavanda tan embriagador de las velas aromáticas que mi tía suele encender a diario. Siento pasos apresurados acercándose hasta donde estoy. Mi tía se queda parada en el pasillo y, con solo mirarme, sabe que no estoy bien. Me dedica una mirada de amor y comprensión y abre sus brazos hacia mí. Sin pensarlo dos veces, dejo caer el bolso a mi lado y corro hacia ella. La abrazo tan fuerte que temo que pueda quebrarla.

La calidez de su abrazo me envuelve. Esta vez, sí me permito llorar. Lo hago tanto que soy una mezcla de lágrimas y mocos, pero no me importa. Es aquí donde puedo desahogarme con total tranquilidad. Mi tía acaricia mi pelo en silencio y da pequeños besos en mi cabeza, poniéndome aún más sentimental.

Ryan

La cagué. Era lo único que me repetía una y mil veces en la cabeza. El departamento se me hacía pequeño, como si en cualquier momento las paredes se terminaran de cerrar y me asfixiaran. El whisky no lograba calmar la ansiedad y la preocupación que sentía. No debí ir a su casa, no debí ofrecerme a ayudarla en nada, simplemente no debí aparecer. Soy un completo tonto y, peor aún, por creer que podría con todo esto y que la mantendría a salvo.

La puerta se abrió de par en par y un Rixel enfurecido cruzó el umbral, tomándome del cuello de la camiseta y estampándome contra el cristal. Abajo, las luces tenues de la ciudad, opacadas por la lluvia, parpadeaban débilmente. No me resistí; iba demasiado borracho como para enfrentarlo y, peor aún, sabía que tenía razón en su actitud.

—Eres un pedazo de imbécil —escupió en mi cara.

—¿Estás dolido, primito, porque Kaia ya no te mira con amor? —pregunté burlón, con una sonrisa adornando mis labios.

Un fuerte golpe me hizo tambalear. El idiota me había propinado un puñetazo en la boca. Como pude, me puse de pie, escupiendo la sangre acumulada en mi boca. Lo miré con todo el odio reunido y me abalancé sobre él, comenzando una paliza que parecía no tener fin.

Acerté varios golpes en su cara, pero él iba sobrio, a diferencia de mí. Un puñetazo en las costillas me hizo jadear y perder todo el aire, dejándome retorciéndome en el frío suelo.

KaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora