Capítulo 41 : Momento De Actuar

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El silencio en la iglesia era abrumador, roto únicamente por el tenue murmullo de los invitados. A mi alrededor, todo parecía perfecto: las flores blancas adornaban el altar con delicadeza, la luz de los vitrales pintaba el suelo con un caleidoscopio de colores, y la música suave llenaba el aire. Pero mi corazón comenzaba a agitarse.

Miré mi reloj por tercera vez en los últimos cinco minutos. Tiara debía haber llegado hace veinte minutos. Sabía que la puntualidad no era su fuerte, pero esto... esto no era normal.

El nerviosismo se apoderaba de mí, y mis hermanos ya lo estaban notando.

—Tranquilo, hermano —dijo Dante, desde mi derecha, dándome una palmada en el hombro—. Tal vez hubo tráfico o algo así. Sabes cómo son los días grandes.

Intenté sonreír, pero una sombra de preocupación ya se había instalado en mi mente. No podía sacudirme la sensación de que algo estaba terriblemente mal.

"Tengo un mal presentimiento"

Un murmullo más fuerte recorrió la iglesia. Giré hacia la entrada y vi a Zoé entrar apresuradamente, su rostro pálido y los ojos llenos de pánico.

—Nena, ¿qué pasa? —preguntó Dante, apresurándose hacia ella.

Zoé lo miró, luego sus ojos aterrados se fijaron en los míos. Su voz temblaba.

—Alex... —pronunció con dificultad, y supe que algo terrible había ocurrido.

—¿Qué sucedió? —pregunté, acercándome de inmediato. Sentí cómo el pecho se me apretaba mientras avanzaba hacia ella.

Zoé tomó aire, sus manos temblaban mientras me sujetaba.

—Es Tiara... La limusina fue interceptada... Unos hombres armados la secuestraron.

El mundo se detuvo.

—¿Qué? —La palabra salió de mi boca, aunque ni siquiera parecía mía.

—Su madre está herida, pero está estable. Nos llamaron desde el hospital donde la dejaron. Pero Tiara... —Zoé comenzó a llorar—. Se la llevaron, Alex. No sabemos quién fue ni por qué.

Un rugido bajo brotó de mi pecho, una mezcla de ira, impotencia y un terror indescriptible que amenazaba con aplastarme. Mi Tiara, mi amor, mi vida, estaba en peligro, y yo no estaba ahí para protegerla.

—¿Dónde está su madre? —pregunté, mi voz grave y llena de determinación.

—En el hospital central. Mikaela fue con ella. Pero... —Zoé me miró, desesperada—. Tenemos que hacer algo, Alex. No podemos esperar.

Me volví hacia Dante, que ya tenía el teléfono en la mano.

—Encuentra al responsable. Quiero nombres, ubicaciones, lo que sea. No me importa si tienes que mover cielo y tierra.

Dante asintió, su rostro endurecido.

El aire en la iglesia se volvió asfixiante, y salí apresuradamente hacia el exterior.

—Aguarda, Alex —la mano de Edrick me detuvo—. No puedes irte así. Yo te llevo al hospital, hermano.

Saca las llaves de su auto, y cruzamos la calle apresurándonos. Mis manos temblaban mientras marcaba el número de uno de mis contactos en el bajo mundo. Era un recurso que juré nunca usar, pero ahora no me importaban los límites.

—Tienes que encontrarla. Usa a quien sea, paga lo que sea. Solo tráela de vuelta.

Mi mente estaba inundada de imágenes de Tiara: su risa, su mirada dulce, la forma en que acariciaba su vientre con ternura. Ella estaba esperando a nuestros hijos. ¿Cómo alguien podía atreverse a ponerla en peligro?

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