Lo conocí una tarde de primavera, en un evento al que asistí por trabajo. Él era la estrella invitada, yo solo una más entre la multitud, ocupada tomando notas y organizando entrevistas. Pero, de alguna manera, nuestras miradas se cruzaron, y mi mundo dejó de girar igual.
Todo empezó con un tropiezo, literalmente. Caminaba distraída, cuando choqué con alguien. Levanté la vista y ahí estaba él: Marc Casadó, con una sonrisa tan desarmante que por un momento olvidé dónde estaba.
—¿Estás bien? —preguntó, sosteniéndome por los hombros.
—Sí... lo siento, no miraba por dónde iba —respondí, torpemente.
—No te preocupes. ¿Trabajas aquí? —Señaló mi acreditación, y por primera vez en el día, sentí que alguien veía más allá del caos que llevaba encima.
Ese encuentro fue el inicio de algo que no estaba en mis planes, pero que poco a poco se convirtió en todo.
Los primeros meses con Marc fueron como vivir en una película. Cada momento parecía mágico: paseos nocturnos por Barcelona, risas interminables en su pequeño refugio fuera de la ciudad, y conversaciones que se extendían hasta el amanecer. Pero, con el tiempo, la realidad empezó a colarse en nuestra burbuja.
Ser parte de su mundo no era fácil. Sus entrenamientos, partidos y compromisos lo absorbían por completo, y aunque él hacía todo lo posible por estar presente, había noches en las que el silencio pesaba más que las palabras.
—¿Te das cuenta de que llevamos semanas sin tener una noche solo para nosotros? —le dije una vez, mientras él revisaba su teléfono después de cenar.
Marc levantó la vista, con una expresión de culpa.
—Lo sé, _________. Perdóname. Prometo que voy a arreglarlo.
Quería creerle, y por un tiempo, lo hice. Pero las promesas eran difíciles de cumplir en un mundo donde todo giraba alrededor del fútbol.
Fue una noche después de uno de sus partidos más importantes. Barcelona había ganado, y mientras el mundo celebraba, yo me quedé en casa esperando a que volviera. Cuando finalmente llegó, parecía agotado, pero también distante.
—¿Qué tal el partido? —pregunté, tratando de romper la tensión.
—Bien. Fue intenso, pero al final lo logramos. —Su respuesta fue breve, casi automática.
—Marc, siento que cada vez estamos más lejos... —solté, incapaz de contener lo que llevaba semanas acumulando.
—¿Qué quieres que haga, ______? Estoy haciendo lo mejor que puedo. Mi vida no es fácil... y tú lo sabías desde el principio.
Sus palabras me dolieron, pero no tanto como el tono en el que las dijo. Esa noche nos fuimos a dormir sin resolver nada, y yo sentí que estábamos al borde de perder lo que teníamos.
Pasaron días antes de que realmente habláramos. Ambos evitábamos la confrontación, pero una tarde, mientras paseábamos por la playa, Marc se detuvo de repente.
— Amor, necesito hablar contigo. —Su voz era seria, pero había una suavidad en su mirada que me desarmó.
—Dime. —Mi corazón latía con fuerza.
—Sé que no he sido justo contigo. —Respiró hondo antes de continuar—. Estoy tan acostumbrado a estar enfocado en mi carrera, en cumplir con las expectativas, que a veces olvido lo que realmente importa. Y lo que importa eres tú.
Me quedé en silencio, procesando sus palabras.
—Sé que no siempre te lo he dicho, pero tú eres lo mejor que me ha pasado. Cuando estoy en el campo, cuando la presión me supera... eres tú quien me da fuerzas. Pero también sé que no he sabido demostrártelo como mereces.
—Marc... —Intenté hablar, pero él me interrumpió.
—Déjame terminar. —Se acercó y tomó mis manos—. No quiero que sientas que estás sola en esto. Quiero ser mejor, por ti, por nosotros. Solo necesito que me des la oportunidad de demostrarlo.
Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. No era perfecto, y yo tampoco lo era, pero en ese momento supe que estaba dispuesto a luchar por lo que teníamos.
—Yo también quiero intentarlo, Marc. Pero necesitamos aprender a escucharnos más.
Él asintió, y en ese instante supe que habíamos cruzado un puente importante en nuestra relación.
Desde aquella conversación, las cosas empezaron a cambiar. No fue fácil, pero ambos nos esforzamos por encontrar un equilibrio. Hubo noches en las que Marc dejó el teléfono a un lado para escucharme, y días en los que yo me esforcé por entender las presiones que llevaba sobre sus hombros.
Una tarde, mientras estábamos en su casa, él me miró con una sonrisa que no había visto en meses.
—¿Sabes algo, ___________? Creo que nunca te lo dije, pero cuando estoy contigo, siento que todo lo demás desaparece. —Su confesión fue sencilla, pero llena de verdad.
Me acerqué y lo besé, sintiendo que, por fin, estábamos en el mismo lugar.
No sé qué nos depara el futuro, pero en este momento, sé que ambos estamos dispuestos a luchar por lo que tenemos. Y eso, para mí, es suficiente.