Nunca imaginé que conocer a Ricardo Calafiori cambiaría mi vida. Nunca planeé que un simple encuentro encendiera chispas que el mundo se empeñaría en apagar. Pero como suelen decir, no siempre eliges a quién amar. Y aunque yo no lo buscaba, él llegó, y nada volvió a ser igual.
Todo comenzó en una fiesta en Londres, un evento organizado por el Arsenal para presentar su nuevo equipo. Mi amiga Elena, periodista deportiva, me había convencido de acompañarla con la promesa de que habría buena música y comida decente. No podía estar más equivocada: el lugar estaba lleno de cámaras, entrevistas, y una atmósfera tensa, llena de egos e intenciones ocultas.
Me refugié cerca de la barra, observando desde lejos cómo Elena entrevistaba a algunos jugadores. Fue entonces cuando lo vi. Ricardo Calafiori estaba al otro lado de la sala, sonriendo mientras charlaba con unos compañeros. Llevaba un traje negro impecable, pero no era su ropa lo que me llamó la atención, sino la forma en que parecía tan natural, como si no le importara toda la atención que lo rodeaba.
De repente, nuestras miradas se cruzaron. Sentí un extraño calor subir por mi pecho y desviar la mirada instintivamente, avergonzada. Cuando volví a alzar la vista, él ya no estaba donde lo había visto antes.
—¿Qué hace alguien tan interesante sola aquí? —dijo una voz profunda a mi lado.
Me giré, y ahí estaba, más cerca de lo que esperaba. Su sonrisa era tan deslumbrante como la primera vez que lo vi.
—¿Quién dice que estoy sola? —respondí, tratando de sonar indiferente mientras mi corazón latía con fuerza.
—¿Entonces te estoy interrumpiendo? —preguntó, divertido.
—No exactamente.
Ese fue el comienzo. La conversación fluyó como si nos conociéramos de toda la vida. Hablamos de música, libros, de cómo ambos nos sentíamos fuera de lugar en un evento tan superficial. Antes de que la noche terminara, me pidió mi número. Y aunque algo en mi interior me decía que esto podría complicarse, no pude negarme.
Lo que siguió fue una montaña rusa. Ricardo era atento, divertido y genuino. Había algo en él que me hacía sentir especial, como si realmente me viera, no solo como una chica más en un mundo lleno de cámaras y expectativas, sino como alguien importante.
Nuestros encuentros eran sencillos: cenas en restaurantes pequeños, paseos por los parques de Londres, llamadas que se extendían hasta la madrugada. Pero cuanto más nos acercábamos, más me daba cuenta de que nuestro mundo no era solo nuestro.
Todo cambió cuando una foto nuestra caminando por el río Támesis apareció en las redes sociales. De repente, todo el mundo tenía una opinión.
"¿Quién es ella?"
"Claramente otra que busca fama."
"No entiendo qué le ve Ricardo a alguien tan simple."
Lo ignoré al principio, pensando que se apagaría rápido. Pero no fue así. Cada paso que dábamos juntos era documentado, analizado y criticado. Amigos que nunca antes habían mostrado interés en mi vida amorosa de repente tenían "consejos" que dar.
—_________, ¿estás segura de esto? —me preguntó Elena una noche, después de que saliera otro artículo amarillista.
—No es algo que pueda controlar —respondí, cansada.
—Solo quiero que sepas en lo que te estás metiendo. Las cosas con alguien como él no son fáciles.
Sabía que tenía razón, pero tampoco podía ignorar lo que sentía. Ricardo era mucho más que un jugador famoso. Era alguien con quien podía ser yo misma, alguien que hacía que todo valiera la pena, incluso cuando el mundo parecía estar en nuestra contra.
Una noche, después de semanas de comentarios y titulares, me encontré con Ricardo en su apartamento. Estaba sentado en el sofá, su rostro serio mientras miraba su teléfono.
—¿Todo bien? —pregunté, dejando mi abrigo en una silla.
—No del todo —admitió, dejándolo a un lado—. He estado viendo todo lo que dicen sobre nosotros.
—No tienes que preocuparte por eso. Estoy acostumbrada.
—Pero no deberías estarlo —respondió, con frustración en su voz—. No es justo que tengas que pasar por esto solo porque decidimos estar juntos.
Me senté a su lado, tomando su mano.
—Ricardo, sabía que no sería fácil desde el principio. Pero estar contigo lo compensa todo.
Él me miró, su expresión suavizándose.
—¿De verdad?
Asentí, aunque una pequeña parte de mí seguía dudando si podría soportarlo.
— _______, no quiero que esto te haga daño. No quiero que llegues a arrepentirte de estar conmigo.
—¿Sabes qué es lo único que realmente me haría daño? —dije, buscando sus ojos—. Perderte.
Ricardo no respondió de inmediato. En cambio, se inclinó hacia mí, y antes de que pudiera procesarlo, sus labios encontraron los míos. El beso fue suave, lento, como si tratara de decirme todo lo que no podía poner en palabras.
Cuando nos separamos, apoyó su frente contra la mía.
—No voy a dejar que nada ni nadie nos quite esto, Neus.
Quise creerle. En ese momento, quise pensar que el amor podía superar cualquier cosa.
Pero el mundo no se rindió. Las críticas continuaron, las miradas se hicieron más duras, y cada vez que salíamos juntos, sentía como si mil ojos se clavaran en mí. Hubo días en los que pensé en rendirme, en dejarlo todo por la paz mental que antes tenía.
Sin embargo, cada vez que miraba a Ricardo, recordaba por qué estaba aquí. Porque me gustó un chico. Y aunque eso significara cargar con un peso que no siempre era justo, él hacía que valiera la pena.
No sé cómo terminará nuestra historia, pero sé que no cambiaría nada de lo que hemos vivido. Porque cuando amas a alguien, aprendes a navegar por las tormentas. Y por él, estoy dispuesta a enfrentar lo que venga.