—Dianche, eso no se ve muy bien —comentó Arturo Ferrer, el entrenador del equipo de natación después de ver el tiempo en el cronómetro. Segundos de diferencia con su tiempo anterior—. ¿Qué le pasó en Amberes?
La piscina Eileen Coparropa estaba igual que cada enero. Calurosa, húmeda e infestada de niños que apenas estaban aprendiendo a mantenerse a flote sobre el agua. No era la piscina olímpica favorita de Massiel, pero por alguna razón Martín prefería practicar allí antes que ir a la piscina que quedaba a quince minutos de casa.
Solo practicar parecía ser lo último que quería hacer que en esos momentos.
—Chicos —respondió ella mientras tomaba el bolso de su hermana y una toalla—. Dame quince minutos, hablaré con él.
Ella caminó con cuidado, para no resbalar con alguno de los charcos que bordeaban la piscina, hasta alcanzar a su hermano al final de la línea de los cincuenta metros. El chico estaba sentado en el borde de la piscina, con las gafas de nado sobre el gorro y tomando varias bocanadas de aire.
—Martín...
—Ya sé, nadé bien focop —murmuró el chico, moviendo sus pies debajo del agua. Su piel había recuperado el tono bronceado de siempre. Al menos una cosa en su vida había vuelto a la normalidad—. No me lo tienes que decir, solo necesito tomarme un poco más de tiempo para olvidarlo y que todo vuelva a ser como antes.
Massiel se agachó hasta quedar a su altura y observó aquel gesto melancólico que lo había acompañado durante el último mes, después de aquella forma tan misteriosa en la que había desaparecido de su vida.
Elliot Girard le había parecido muy buen muchacho, pero no se imaginó que pudiera ser tan fácil de manipular. Porque no se le ocurría otra razón para que terminara con todo lo que habían vivido así sin más. Si hubiese sido ella la víctima de una situación así, simplemente le habría dado la espalda y concentrado toda la tristeza de su estado emocional en los entrenamientos, haciendo que cada lágrima se convirtiera en sudor.
Pero era su hermano de quien se trataba y su nado estaba extremadamente ligado a sus emociones, por lo que no sería tan fácil regresar a esa normalidad que tanto añoraba.
A esos tiempos en los que Elliot Girard no se había cruzado en su camino.
—¿No ha dado señales? ¿Ni siquiera un like?
—No y ahora que lo pienso, estoy seguro de que todo fue mi imaginación, mi momento más delusional —soltó en un tono sereno, pero con notas de desdicha—. Y al menos me alegra que la única persona afectada sea yo.
—Eso no es justo —respondió, dejándose caer en el borde de la piscina, metiendo los pies al agua—. Y estoy segura de que no eres el único, deberías escribirle o algo así.
—Si él no me escribe... —murmuró y apretó los labios—. Está más que claro que no quiere saber de mí.
Massiel estuvo a punto de decir algo más, pero dos niñas de las divisiones más pequeñas del club de natación se le acercaron con sus libretas de princesas a mano pidiendo un autógrafo. Intentó no hacer mala cara, intentó tratarlas como a ella le hubiera gustado, pero todo ese asunto de la fama empezaba a hastiarla un poco.
Su vida se había convertido en un caos andante y en el peor de los sentidos.
Entrevistas en los programas matutinos de televisión nacional, reportajes en los noticieros, sesiones de fotos, visitas en el salón dorado con el presidente, a las distintas academias de gimnasia en el país, giras al interior del país, miles de marcas ofreciéndole contratos de publicidad y una gran cantidad de seguidores reventando sus redes sociales y para los cuales su mánager (algo que nunca pensó tener en su vida) planeaba una serie de contenidos para mantenerlos enganchados.
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Bailando con las manos atadas
RomanceHay dos cosas que no puedes permitirte en un campeonato mundial de gimnasia artística: perder tus conexiones y enamorarte de tus rivales. ... El fugaz romance entre un nadador competitivo y el gimnasta del momento provoca que los caminos de Massiel...