En Valdoria, la mítica Noche Negra dejó profundas cicatrices: una noche de traición y sangre que aniquiló a los antiguos herederos y sumió al reino en una era de incertidumbre. Desde entonces, dos profecías han marcado el destino de sus habitantes...
El bosque estaba en calma mientras Lord Aldric avanzaba, dejando que sus pensamientos se perdieran en la tranquilidad de la naturaleza. Sin darse cuenta, había adelantado demasiado a sus nietos, y sus caballos permanecían un poco más atrás en el sendero. De repente, un ruido sordo y el crujir de ramas lo hicieron mirar alrededor con cautela, pero ya era demasiado tarde.
De entre la maleza surgieron tres figuras oscuras y salvajes: lobos huargos. Con un gruñido aterrador, se lanzaron hacia él, atacando primero al caballo de Aldric. El animal relinchó y se encabritó, pero la fuerza de los lobos lo venció, y con un golpe desgarrador de sus colmillos, hicieron que el caballo cayera al suelo, arrastrando a Aldric consigo. El anciano rodó, impactando contra el suelo con un quejido, mientras los lobos avanzaban con sus ojos centelleantes y sus fauces abiertas.
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A la distancia, Ariel y Azor presenciaron el ataque, el horror reflejándose en sus rostros al ver a su abuelo en peligro. Ambos intentaron instar a sus caballos a avanzar, pero los animales, aterrorizados por la presencia de los lobos, se negaban a dar un solo paso adelante... retrocediendo y relinchando nerviosos.
Ariel miró a su hermano, con los ojos llenos de urgencia y determinación.
Ariel: "¡Azor! Ve a por nuestro abuelo. Yo intentaré detener a los lobos con mi arco."
Sin perder un segundo, Azor asintió y desmontó de un salto, desenvainando su espada con un movimiento rápido. Con el acero brillando bajo la luz del bosque, comenzó a correr hacia su abuelo, su respiración rápida y su corazón latiendo con fuerza. Mientras avanzaba, Ariel levantó su arco, tensando la cuerda y alineando una flecha. Enfocó su mirada en el primer lobo, que ya avanzaba hacia Aldric con las fauces abiertas.
Con una respiración controlada, soltó la flecha, que voló a través del aire y se clavó directamente en la cabeza del lobo. La bestia soltó un gruñido corto antes de desplomarse en el suelo, muerta al instante. Ariel no perdió tiempo y rápidamente preparó otra flecha, esta vez apuntando al segundo lobo, que ya estaba atacando a su abuelo con brutalidad.
Pero mientras apuntaba, su pulso comenzó a temblar. Ver a Aldric, su abuelo fuerte y sabio, caído y vulnerable bajo las garras de los lobos, hizo que el pánico comenzara a invadirlo. Su visión se volvió borrosa, y la cuerda del arco se le resbaló ligeramente de los dedos, haciéndole perder momentáneamente la precisión.
En ese instante, Azor llegó hasta ellos. Sin dudar, levantó su espada y, en un movimiento poderoso y preciso, descargó un golpe hacia el segundo lobo, decapitándolo en el acto. La cabeza de la bestia cayó al suelo con un ruido seco, y el cuerpo se desplomó sin vida, liberando a Aldric de una de las amenazas.
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