Epílogo

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Los años habían pasado, llevándose consigo gran parte del dolor y el desconsuelo que una vez había llenado mi vida. El tiempo tiene una forma de suavizar las heridas, de transformar el dolor agudo en una melancólica sombra del pasado. En esta nueva etapa, mi vida había encontrado un ritmo más tranquilo, y la tristeza que una vez me consumió había sido reemplazada por una especie de aceptación tranquila. Pero, a veces, el pasado regresa sin previo aviso, trayendo consigo recuerdos y sentimientos que creías enterrados.

Era un día soleado de primavera cuando decidí dar un paseo por la plaza del centro, un lugar que solía frecuentar en busca de pequeños placeres cotidianos. Había una feria de artesanía, y me detuve en varios puestos, admirando las cosas que estaban a la venta, desde joyas hechas a mano hasta pinturas vibrantes. El aire estaba lleno de aromas y risas, y me permití disfrutar de la tranquilidad de esos momentos simples.

Mientras caminaba, sumido en mis pensamientos, me encontré de repente con una escena que detuvo mi corazón. En el centro de la plaza, frente a un puesto de flores, estaba una familia: Minho, su esposo y una niña pequeña, probablemente su hija. Ellos estaban rodeados de risas y sonrisas, con una conexión palpable y sincera que solo puede encontrarse en la felicidad genuina de la vida familiar.

Vi a Minho abrazando a su esposo mientras él sostenía a la niña en sus brazos. La imagen de la familia perfecta, en todo su esplendor, era a la vez hermosa y dolorosa. Un nudo se formó en mi pecho, un recordatorio tangible de lo que alguna vez desee y lo que nunca fue. El dolor en mi corazón no era tan punzante como antes, pero estaba ahí, como un eco lejano que recordaba el amor no correspondido y los sueños rotos.

Mientras observaba, nuestros ojos se encontraron. Los ojos de Minho se abrieron con sorpresa, su mirada capturando el reconocimiento al instante. En ese intercambio fugaz de miradas, sentí un dolor familiar, pero también una especie de resignación tranquila. Era como si estuviéramos diciendo, sin palabras, lo que no pudimos decir en el pasado.

¿En otra vida, Minho?  

En otra vida, cariño. 

Esas palabras no salieron de mi boca, pero resonaron en mi mente con una claridad inesperada. Sentí que esa frase encapsulaba todo lo que había sido y lo que nunca podría ser entre nosotros. No había necesidad de hablar; nuestras miradas lo dijeron todo. La tristeza de lo que no pudo ser y la aceptación de que nuestras vidas habían tomado caminos diferentes se reflejaban en ese breve momento de conexión.

Sin poder evitarlo, una lágrima resbaló por mi mejilla. No me di cuenta de que estaba llorando hasta que sentí la humedad en mi piel. Con una respiración temblorosa, me sequé la lágrima con la mano, tratando de mantener mi compostura. No quería que Minho viera el impacto que su presencia todavía tenía en mí. No quería que supiera cuánto había sido herido por su partida, a pesar del tiempo y el espacio que se habían interpuesto entre nosotros.

Me volví para irme, moviéndome con una calma que ocultaba el torbellino de emociones en mi interior. Me alejé de la plaza, de la escena que había roto el equilibrio de mi vida de una manera tan inesperada. El sol seguía brillando y la gente seguía caminando, ajena al pequeño drama que se había desenvuelto en el rincón de la plaza.

A medida que me alejaba, el peso del pasado se sentía más ligero. El dolor estaba ahí, pero también había una sensación de cierre, de entendimiento. La vida continúa, y aunque el pasado puede volver a visitarnos, somos capaces de seguir adelante, de encontrar nuestra propia paz en medio de la melancolía.

─  𝐓𝐇𝐄 𝐎𝐓𝐇𝐄𝐑 𝐌𝐀𝐍 ٭ 𝐌𝐢𝐧𝐬𝐮𝐧𝐠Donde viven las historias. Descúbrelo ahora