𝐎𝐧𝐞-𝐬𝐡𝐨𝐭'𝐬 【 𝐌𝐞𝐭𝐚́𝐟𝐨𝐫𝐚 𝐃𝐞 𝐀𝐦𝐨𝐫】

𝙁𝙧𝙖𝙣𝙘𝙤𝙚𝙪𝙧 ܀⋉ 𝑼𝒏 𝒎𝒐𝒏𝒔𝒕𝒓𝒖𝒐 𝒆𝒏 𝑷𝒂𝒓𝒊𝒔 ⋊܀

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𝑀𝑒𝑙𝑜𝑑𝑖́𝑎𝑠 𝑒𝑛 𝑙𝑎 𝐿𝑢𝑛𝑎

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El viento nocturno acariciaba las calles de París mientras caminabas por los callejones iluminados por farolas antiguas. Habías escuchado rumores de una criatura, un ser extraordinario que no era humano pero que cantaba con una voz que conmovía hasta el alma. Algunos lo llamaban monstruo, pero los que lo habían escuchado lo describían como un prodigio, una presencia única en el corazón de la ciudad.

Tu amor por la música te había llevado allí esa noche. Seguías las notas de una melodía, un canto bajo y profundo que resonaba como un eco entre los edificios. Era una voz cargada de emociones: melancolía, esperanza, ternura. Decidiste seguirla, intrigada y casi hechizada.

Subiste una escalera que conducía al tejado de un viejo teatro, y ahí lo viste.

Una figura alta y delgada, envuelta en la luz plateada de la luna, tocaba una guitarra improvisada con gracia. Su cuerpo, una mezcla de insecto y humano, parecía moverse con naturalidad al compás de la música. Aunque era diferente a todo lo que habías visto antes, no sentiste miedo, sino una profunda curiosidad.

Sin querer, un pequeño ruido al mover una piedra hizo que el músico se detuviera. La criatura se giró hacia ti con un movimiento ágil, sus grandes ojos reflejando sorpresa y nerviosismo.

—Oh, perdón, no quería interrumpir, —dijiste, levantando las manos para mostrar que no representabas ninguna amenaza.

Francoeur te observó en silencio, ladeando la cabeza como si intentara descifrar tus intenciones. No habló, pero sus dedos se movieron nerviosamente sobre las cuerdas de la guitarra.

—¿Eres… Francoeur? —preguntaste con cautela. Habías escuchado su nombre de algunos músicos bohemios en los cafés de Montmartre.

Él asintió lentamente, aún observándote con cierta timidez.

—Tu música es… hermosa, —admitiste, acercándote con cuidado. Francoeur se relajó un poco al escuchar tus palabras, y un suave ronroneo escapó de su garganta, como un agradecimiento.

Tomaste asiento a cierta distancia, sin querer invadir su espacio. —¿Puedo escucharte otra vez?

Él te miró por un momento y luego asintió con entusiasmo, volviendo a tocar. Esta vez, la melodía era más alegre, casi juguetona. Sus dedos se movían con destreza, y tú no podías evitar sonreír ante la energía y pasión que ponía en cada nota.

Cuando terminó, aplaudiste suavemente. Francoeur inclinó su cabeza, como si estuviera agradecido, y por primera vez, se atrevió a acercarse un poco más.

—Eres un artista increíble, —dijiste con sinceridad, mirándolo a los ojos. Había algo en ellos, una dulzura que desmentía cualquier temor que su apariencia pudiera haber causado en otros.

Él alzó una mano, señalando tu bolso, donde llevabas un cuaderno. Con gestos, te pidió permiso para usarlo.

—¿Quieres escribir algo? —preguntaste.

Francoeur asintió, y cuando le diste el cuaderno y un lápiz, comenzó a dibujar con sorprendente habilidad. En pocos minutos, te mostró una ilustración: era él tocando la guitarra y tú sentada a su lado, escuchándolo.

—Es precioso, —murmuraste, tocando el dibujo con cuidado. Él parecía feliz de que te gustara y emitió un sonido suave, casi como un canto.

Pasaron horas allí, compartiendo dibujos, melodías y momentos de silenciosa comprensión. Aunque no hablaba, Francoeur se comunicaba contigo de formas que ningún idioma podría igualar. Sentías que habías encontrado a alguien único, un alma que entendía el poder de la música y la conexión más allá de las palabras.

Cuando finalmente te levantaste para irte, Francoeur te tomó la mano con delicadeza. Sus ojos reflejaban gratitud, pero también una pregunta implícita: ¿Volverías?

—Claro que sí, —le prometiste con una sonrisa—. ¿Qué sería de París sin un poco de música?

Él te dejó ir con un suave ronroneo, y mientras bajabas del tejado, el eco de su guitarra te acompañó por las calles vacías. Habías llegado buscando música, pero encontraste algo mucho más profundo: una amistad, y tal vez, un amor nacido de las melodías compartidas bajo la luz de la luna.

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