4.

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Be honest.

No se ni que día, ni la hora que es. Solo no me siento vacía como anoche, y eso es más que suficiente para saber que estoy bien. Los rayos de sol se cuelan por la ventana hasta chocar contra mi rostro somnoliento, pero no me muevo. No tengo ganas ni de moverme.

Abro mis ojos vagamente, intentando acostumbrarme a la luz cegadora del amanecer. Hago una mueca de dolor al sentir el dolor en mi sien y en mi cabeza. La resaca es mi mayor enemigo. Mi mente deja de captar el bullicio de la gente que aún sigue en el bar, tomando como jodidos posesos.

Me doy cuenta con facilidad que en una de mis manos, sostengo un botellin de cerveza con un poquito de bebida, así que no dude en darle un trago y terminarlo. El paquete de tabaco está vacío en la mesa donde estoy sentada, me lo habia fumado todo ya.

El bar desprende un aroma a alcohol y a fragancia varonil. Los perfumes se mezclan en el ambiente, y eso hace que se me revuelva el estómago por el mix de olores.

La gente no se da ni cuenta de que estoy sentada aquí, en una esquina del bar. Hay más gente como yo a mi alrededor, aunque algunos con peor estado del que yo me he levantado. Eso me alivia.

Me paso las manos por la cara, para intentar espabilarme un poco. Mi cuerpo se siente algo pesado.

-Mira, ni la hija de Silco aguanta ya dos latas de cerveza.- Murmura un tipo desconocido, hablando con sus amigos en la barra del local. Rápidamente lo aniquile con la mirada.

-¿Porque no callas tu sucia boca?- Dije en un tono bastante serio y hostil, sin ningún tipo de juego.- ¿O acaso quieres quedarte sin dientes?

Me levanto amargada de la mesa, aún con cara de pocos amigos. Mi humor mañanero no es muy amistoso, y más con resaca de anoche. Las miradas están puestas en mi, incluso algunos balbucean en susurro.

El chico del comentario levantó su culo de la silla, acercándose a mi intentando lucir imponente. Pero a mi los hombres no me dan miedo.

-¿Que acabas de decir? Repitelo.- Dijo en tono desafiente.

-Dije que si te quieres tragar tus dientes, sopla pollas.- Repetí la frase, pero con más rabia posible. Y mis pensamientos intrusivos hacen que le escupa en sus zapatos sin temor.

Me empuja, pero se contiene.

-¿Te crees que porque seas la hija de un muerto te voy a tener miedo? No eres ni la mitad que tu padre, niñata.

Siento como mi sangre se calienta con cada palabra que va diciendo, incluso mi respiración se agita de la rabia y al intentar contenerla para no iniciar una pelea aquí mismo.

Tengo que ser astuta.

Demuestra de quien tienes sangre.

Con facilidad saqué el cuchillo de mis cartucheras y lo dirigí a su ojo derecho, la punta afilada del cuchillo esta a centímetros de el. Puedo sentir sus nervios y como cualquier movimiento puede joder su condición física.

-Vuelve a usar el nombre de mi padre con desprecio y acabas como el, pedazo de inútil.- Exclamé con odio, para que todo el bar escuche mi amenaza. La humillación es lo que más jode el egocentrismo.

Su mandíbula tiembla de miedo, y se queda paralizado como una niña asustada. Sonrio arrogante, quitando el cuchillo de su rostro dejando que tome una calada de aire después de la tensión de salir herido.

Balanceo mis caderas acercándome a el con seguridad, con aires de superioridad. Le di una patada en la entrepierna, dejando que el tacon de mi bota se entierre en ese lugar tan masculino. El se retorció de dolor, paralizado. Se agarró la zona golpeada gimiendo de dolor por el golpe fuerte en sus partes.

𝐮𝐥𝐭𝐫𝐚𝐯𝐢𝐨𝐥𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚. || 𝐕𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora