Capitulo 21 | El Amor

3.4K 193 123
                                    

Noah


Dormir con Sarah era más que compartir el espacio; era un acto íntimo y silencioso. Me encantaba como su cuerpo buscaba el mío incluso en sueños, como su respiración pausada se mezclaba con la mía, creando una armonía única que me arrullaba hasta quedarme dormida.

A veces despertaba a mitad de la noche y simplemente la miraba. Había algo en su calma que me atraía como un imán. Era como si, incluso en su vulnerabilidad nocturna, mantuviera una fuerza indescriptible que me hacía sentir segura.

Esa noche mientras sus manos se posaban sobre las sábanas, buscándome en un gesto definitivo, me acomodé junto a ella, dejando que el suelo nos envolviera juntas.

En el momento en el que mencionó manchas en mi cuello, sentí como mi cuerpo se tensaba de golpe. La imagen de Samanta invadió mi mente como una tormenta inesperada. Ayer, mientras estábamos en la obra, no le había dado importancia cuando sentí sus labios en mi cuello hasta que Sarah mencionó una mancha roja en el cuello de mi camisa, me di cuenta que había quedado su labial ahí. Mi mente divagó buscando una explicación.

Su mirada, fija en mí, me dejó sin aire. Desesperada, llevé mis manos al cuello, rozando las manchas. Camine hacia el espejo de la Sala, tratando de disimular el temblor de mis pasos. Miré mi reflejo, confundida.

Buscando una explicación apresurada, mi mente divagó hacia la señora Wines, aquella mujer mayor para la que diseñé una casa hace unos meses. Recordé las paredes rojas que había elegido para el interior de la sala; un color intenso como el que estaba en el cuello de mi camisa.

— Esto no es labial ... es pintura — tartamudeé, las palabras saliendo con dificultad —. Verás, ayer en la obra de la señora Wines...

No terminé la frase. Levantó la mano en el aire cortándome de golpe.

— No me importa lo que sea, Noah. Quítatelo.

No podía evitar fijarme en los pequeños detalles de Sarah mientras estaba enojada, en la forma en la que movía las manos o como arrugaba la nariz Cuando me miraba. Era magnética y cuando la vi alejarse, un pensamiento cruzó mi mente: ¿Debería contarle? pero enseguida me respondí a mí misma: ¿Para qué?

Lo de samanta había sido un error sin transcendencia, un momento en el que buscaba algo que ya no me hacía falta. Era parte de un pasado que no tenía peso en mi presente, y mucho menos en lo que quería conseguir con Sarah. Ella no necesitaba saberlo, no tenía porque conocer cada historia de otras mujeres y yo. Además, lo que sentía ahora era algo totalmente real y distinto. Más genuino.

suspiré y aparté esos pensamientos como quien quita polvo de un mueble viejo. No valía la pena hablar de algo tan irrelevante. En mi mente, lo había dejado atrás, y ahí debía quedarse. Me centre de nuevo en Sarah, en lo que ella significaba para mí y planeaba demostrarle esta noche. Ella era mi presente. Lo demás...no importaba.

— Entonces dame un beso — murmuré, con la voz baja y controlada, sintiendo su pulso acelerado bajo mi mirada.

Sarah intentó resistirse pero su voluntad cedió. Su beso fue rápido, mecánico, como si quisiera cumplir con una obligación. Pero no iba a dejar que las cosas terminaran así; en otra pelea inconclusa.

— Eso no es un beso bien — susurre ligeramente molesta, antes de acercarla a mí con fuerza.

Mi boca buscó la suya con determinación, y cuando nuestras lenguas se encontraron, todo lo demás dejó de existir. Mi control fue absoluto, cada movimiento calculado según las debilidades que tenía ante mi presencia. Cuando sentí sus manos enredarse en mi cuello, supe que había ganado.

El Flechazo y La Secuela Donde viven las historias. Descúbrelo ahora