A Human's Touch

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Si Zim pudiera describir su sentir en ese momento, sería como un juguete.

Ciertamente le dio una correa muy corta al humano, una con la que no pudo coexistir tanto tiempo y decidió irse, pero un Irken no podía entender eso, él se sentía traicionado.

Alzaba su mirada, adolorido, veía a través de una ventana congelada la residencia que un trabajo de espionaje le proporcionó, sin poder creer que veía algo incongruente —para él —

Dib tenía familia, una casa propia, trabajaba para su padre, y parecía no querer verlo más.

En su adolescencia, que fue cuando se lograron conocer mejor, es que se formó esta amistad y más tarde, noviazgo. Zim había abierto los ojos en cuanto a su misión y decidió alejarse de su imperio, pero en cuanto le mandaron a llamar, no pudo hacer de la vista gorda e ignorarlo.

En aquella ocasión, cumplidos los diecisiete de Dib, Zim le dijo que debía irse, que no sabía para qué lo querían después de haber dejado de fastidiar, y él se entristeció.

Habían hablado, Zim ya formaba parte de la familia Membrana, había abandonado su misión, y Dib pudo comprenderlo mejor, saber sus razones y evitar su manía de querer atraparlo, de exhibirlo, de quererlo diseccionar sólo para probar su punto, su ignorado punto, porque ahora tenía un nuevo motivo, había encontrado una galaxia entera en los ojos de Zim, en su historia, en su propia motivación, pero ahora ambos habían reflexionado y revindicado sus intenciones, se amaban, Zim nunca había sido tan humano como lo era en ese momento.

Pero lo habían llamado, sabía que si no iba, ellos irían por él, así le habían dicho, amenazado y temeroso, acudió a la invocación, hallando un juicio del que si bien, evitó el peor castigo por su pak desastroso y defectuoso, que logró confundir a los cerebros robot, los Más Altos no pudieron dejarlo pasar, confinándolo a su antiguo trabajo friendo papas. 

— Tengo que ir a la Tierra, ¡tengo asuntos allá!— Demandó, pero nadie le escuchó.

Lo escoltaron hasta ese planeta nauseabundo y frío, le colocaron ese atuendo ridículo y lo hicieron servir, acatar órdenes, limpiar, ser de nuevo, un mero esclavo. Si bien, tenía un lugar propio y que con el tiempo logró ganarse una tableta con la que enviaba mensajes tardados a la Tierra, podía conversar con el pasar de los días con su amado, que le sacaba lágrimas de tristeza al preguntarle cuándo volvería. Zim le explicaba que no parecía posible, no por el momento, pero que intentaría con todas sus fuerzas.

Llegó a mandar solicitudes a Irk, que lo dejaran ir con la condición de desaparecer, de no volverse a aparecer por el camino de sus majestades, fue cuando le quitaron la misma tableta confinándolo a trabajar para la eternidad.

Pasaron veinte años así, sin contacto, sin libertad, sin nada, con el gris en los globos oculares, sin la mínima caricia de amabilidad o compasión, deseando todos los días estar... ¿muerto? No, vivo, más que vivo, vivo con su amor.

Fue entonces que su llanto era tan recurrente, que su depresión se volvió crónica, tan debilitante que comenzó a ser un estorbo para Sizz-Lorr, que en un único acto de clemencia, éste quitó el reconocimiento de perímetro que le impedía salir, sin poder brindarle más, dejó a Zim libre.

Él como pudo volvió a la Tierra, volviendo al presente. No hallaba al humano, era obvio que ya no iría a la escuela, ni estudiaba nada ya más, buscando en el único lugar en el que creía podía él estar, Gaz se asombró al verlo, pero decidió no decirle donde estaba, sólo recalcando que él ya tenía una vida hecha tal y como su padre. Todos daban por perdidos a ese Irken.

Fue entonces que se adentró en el laboratorio de Membrana, que logró hallar una página en una libreta con todos los datos de Dib, consiguiendo su nuevo domicilio, sin poder conciliar la foto familiar que veía a un lado del escritorio, decidiendo negarla.

Pero ahora era imposible, veía a través de una ventana fragmentada que Dib yacía junto a una mujer, con un hijo idéntico a él. Parecía que se quebraba, que se deshacía, que se iba junto a la nieve. 

Traicionado, usado.

Nunca le había hecho daño, e hizo lo mejor de sí mismo, pero había pasado el tiempo y ahora... se sentía obsoleto, estuvo tanto tiempo en la soledad, que realmente ocupaba el toque de un humano. Ese tacto, cálido y abrazante, se sentía a desfallecer, pudo tocar a la puerta y al menos verlo frente a frente, pero no pudo, lágrimas se asomaban, brotaban, bombeaban, lo habían tirado a un lado. 

¿Qué más habría podido hacer? 

Él seguía siendo un bajo Irken, él, un renombrado científico, con familia y felicidad. 

Zim no era nada. 

Ni respaldado por una raza, ni una misión, ni un amor.

Sólo pedía el calor de un toque humano.

Él podía seguir siendo Irken, pero todo lo que pedía era ser abrazado.

Sólo fue despreciado, a su ver.

Sólo eran ellos dos, quedando así, solo en un bulevar de pantallas rotas.

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⏰ Última actualización: 3 hours ago ⏰

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