CAPITULO 4

2.3K 138 3
                                    

Alfonso y yo llevamos 4 años de casados, en un matrimonio realmente mágico, al que yo describiría como algo perfecto, no porque no hayamos tenido problemas sino porque hemos sabido como sobrellevarlos. Tampoco porque él o yo seamos perfectos, sino porque hemos aprendido a aceptarnos tal cual somos, con nuestras diferencias y defectos, nuestros pensamientos y opiniones. Nos conocimos en la Universidad; fue como un bálsamo tranquilizante encontrar a un latino estando en Nueva york y mucho mejor cuando supe que compartiríamos algunas clases. A pesar de que no armonizamos muy bien cuando comenzamos a tratar. Yo era una niña mimada que estaba saliendo por primera vez de casa. Irme a estudiar a Nueva york, fue una gran decisión. Recuerdo que mi padre no quería que me fuera, creo que temía llegar a sufrir el síndrome del nido vacío. Mis hermanos ya se habían ido de casa, y ahora su hija menor lo dejaba, arriesgándose a estudiar lejos. Para mí tampoco fue fácil, puesto que no hay nada como el hogar y siempre había estado tan protegida que salir a un mundo totalmente desconocido me causaba temor, pero eran más grandes la ilusión y las ganas de salir adelante.

Aunque en cuanto pisé Nueva york, todo eso pasó a un segundo plano, extrañaba mi hogar, el apartamento que mi papá me había comprado desde antes de viajar lo sentía demasiado grande para mi sola, aunque en realidad no lo era. Los cambios me afectaban, el pasar de despertar por la mañana y tener un desayuno listo con mi padre animándome a comerme todo, a despertar y tener que ir a prepararme mi propio desayuno era traumático. Aunque suene exagerado, esos simples cambios no son agradables.

El cambio de horario me causó insomnio. Todo era nuevo y extraño, me sentía como un raro en medio de tantas personas con costumbres diferentes a las mías, que ni siquiera hablaban mi idioma, así que fue como encontrar una aguja en un pajar cuando entré a ese salón por equivocación y escuchar aquel español, me hizo sentir como si acabara de encontrar un tesoro perdido. En ese momento no me importó lo grosero que fue conmigo al mirarme de pies a cabeza e insinuar, con intención de molestarme, que yo era la maestra, haciéndome sentir que tal vez mis pantalones de mezclilla y ese sweater púrpura que mi padre me había pedido que usara para protegerme del frío, me estaban haciendo ver como una anciana. Hice una pequeña mueca y me sentí algo intimidada pero era más mi alivio por escuchar que no me hablaba en inglés.

- ¿Eres Mexicano? -Pregunté ignorando su broma de mal gusto, el hizo una curva con los labios y asintió con la cabeza

- ¿Tiene algo de especial? -Preguntó con seriedad, con cara de "No seas patética" Pero yo sonreí

-Hoy sí... -Sonreí

*********

- ¿Poncho? -Abro los ojos luego de no sé cuánto tiempo de estar durmiendo y aquí está, la tranquilidad me invade, por un momento había llegado a mi mente la gran tontería de que no le interesaba que yo estuviera ahí internada.

El se acerca a mí y toma mi mano, con cuidado de no lastimar la aguja que está incrustada en el dorso.

-Tranquila. ¿Estás bien? ¿Cómo te sientes? -Pregunta con el ceño un poco fruncido. Su rostro muestra algo de tensión, lo noté de inmediato.

-Bien. ¿Dónde estabas? Desperté y no estabas aquí mi amor

-Lo siento. Tenía cosas que hacer -Dijo con mucha seriedad y de inmediato logro percibir que hay algo diferente en él, no sé que tienen sus ojos ahora, pero el amor con el que siempre me ha mirado, está... opacado, por algo que no logro descifrar -De verdad te sientes bien?

-Bueno, me siento extraña, hay cosas en mi mente que no logro ordenar, me cuesta recordar cosas... y mi pierna... -Respiré profundo -No puedo sentir mi pierna Poncho... no quiero quedarme así para siempre

-No, no. Es algo temporal, todo, tanto lo de tus lagunas mentales como lo de tu pierna son cosas temporales, te recuperarás. Sólo tienes que tener paciencia -Dice logrando calmarme. Siempre me calmo escuchándolo.

-Me angustié cuando desperté y no estabas.

-Lo siento, era algo que se me salía de las manos. -Ok, lo comprendo, no lo culpo, se trata de la vida de las personas aquí.

-No te preocupes. Lo entiendo -Susurré. El se acercó a mi y dejó un beso en mi frente de nuevo, estaba preocupado, lo sé

-Nos diste un buen susto Any... Que bueno que ya estás bien.

La Memoria Del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora