El frío ya era presente en el pequeño vecindario de Elliot, la gente se preparaba para el invierno, preocupados por las posibles tormentas.
Mientras tanto, Elías como Elliot se encontraban en su lugar de encuentros habituales: la biblioteca de Clarté. Los días habían transcurrido en relativa calma desde aquella pequeña discusión que ambos habían solucionado casi de inmediato. Poco a poco, sus rutinas se habían estabilizado, y sus encuentros para conversar sobre sus lecturas más recientes se habían vuelto nuevamente un hábito.
Elías no podía estar más aliviado: Camille había despertado, y pronto podría celebrar su cumpleaños. Aunque ella aún debía permanecer en Clarté, para completar algunos estudios médicos, la idea de verla recuperarse llenaba a Elías de paz en su corazón. La situación le hacía olvidarse de las complicaciones, había dejado de pensar en que aún no existían pistas del paradero de su padre.
—Pareces animado—dijo el rubio con una sonrisa mientras veía a Elías.
—¿Qué puedo decir? Algunas cosas… Se están solucionando—rió ligeramente mientras volvía la vista al libro que tenía entre las manos.
—¿Así que el joven Ainsworth será cada día más sonriente a partir de hoy? —preguntó Elliot, alzando una ceja en un tono claramente burlón.
—Supongo—respondió Elías siguiéndole el juego y dejando escapar una sonrisa traviesa.
“Un niño rico con una sonrisa fastidiosa, igual que el primer día, pero ahora luce… extrañamente más dulce”, pensó Elliot, dejando que su mirada se detuviera en los labios de Elías. Al darse cuenta, apartó la vista con rapidez, sintiendo cómo el calor subía hasta sus mejillas.
—Eso… eso me gusta —murmuró Elliot, con un leve rubor tiñendo su rostro. Luego dirigió la mirada hacia la ventana y soltó un pequeño suspiro cargado de nostalgia—. Aquí no nevará...
Elías levantó la vista del libro que sostenía, observándolo con curiosidad.
—¿Te gusta la nieve? —preguntó, cerrando lentamente el libro entre sus manos.
—Creo que tiene su encanto —respondió Elliot con una media sonrisa, aún mirando hacia el exterior.— Hace mucho que no veo nevar, pero sería lindo.
—¿Eso crees? Yo prefiero el verano —replicó Elías, inclinándose hacia atrás en su silla con un gesto despreocupado—. Imagínalo: el sol en alto, la calidez de la playa, el sonido de las olas. La brisa en tu rostro…
Elliot lo miró de reojo, esbozando una sonrisa apenas perceptible.
—Siempre suenas tan seguro de lo que te gusta —comentó, volviendo la vista al paisaje tras la ventana—. Pero supongo que para ti, el verano debe ser… natural. Brillante y libre, como tú.
—¿Tú crees que soy libre, Elliot? Yo pienso que tú lo eres más que yo...
—Oh, por favor. Si tengo que escaparme para llegar aquí.—Elliot esbozó una sonrisa, aunque su tono estaba teñido de cierta resignación—. Tú puedes leer lo que quieras, incluso si no fuera en esta biblioteca. Mi madre se escandaliza con un simple libro que tenga la palabra "mar". No la entiendo… ¡Vivimos en un pueblo costero!
—Yo tengo responsabilidades. Eso es lo que realmente me impide ser libre.—Elías miró hacia la ventana mientras hablaba—. ¿No sería bonito escaparnos a través del mar y solo… tener un momento tranquilo?
—El joven Ainsworth es bastante sensible y poético, no me lo imaginaba.
Elías rió. —A veces es bueno ser sensible, ¿no? —replicó con una sonrisa—. Pero no te preocupes, puedo ser lo opuesto si lo necesitas.
Elliot negó con la cabeza, su expresión relajada aunque con una chispa de algo más profundo en sus ojos.
—No, está bien. Creo que ya tengo suficiente de lo “opuesto” en casa. Prefiero que seas tú mismo.
Elías lo miró con curiosidad, pero decidió no insistir. La conversación volvió a temas más banales: libros y los cambios en las estaciones que pronto traerían el invierno. La tarde pasó con rapidez.
—Será mejor que me vaya —dijo Elliot, levantándose del asiento con un suspiro—. Ya me he escapado por demasiado tiempo.
—¿Escapado? —preguntó Elías con una sonrisa divertida—. ¿Qué clase de vida llevas, Elliot?
—Una bastante controlada —respondió el joven híbrido con un tono que intentaba ser casual, pero que no lograba ocultar el cansancio detrás de sus palabras.
Elías lo acompañó hasta la puerta, observando cómo Elliot desaparecía por el sendero. Aunque la despedida era habitual, siempre había algo que quedaba sin decir, algo que flotaba en el aire hasta su próximo encuentro. Ambos seguían siendo tan cobardes como para dejar salir un simple “Te amo…”.
⊹ ࣪ ﹏𓊝﹏𓂁﹏⊹ ࣪ ˖
Elliot llegó a casa al anochecer. Su madre lo recibió en la entrada con una sonrisa cálida, pero había algo en su mirada que le dio mala espina.
—Llegas justo a tiempo, hijo. Mañana será un día especial.. —canturreó—. Miss Beatriz nos espera para ultimar los detalles del compromiso con Lydia.
Elliot asintió sin palabras. No hubo quejas ni expresiones de sorpresa, solo un asentimiento mecánico que su madre interpretó como obediencia. “¿Cómo pude olvidar que aún existía este problema?”. Dejó escapar un suspiro.
—Cariño, esto es lo mejor para ti. —Su madre se acercó y acarició su mejilla con un gesto que pretendía ser reconfortante—. Mi niño estará casado pronto… Habrá que apresurar las cosas, antes de que esas fastidiosas tormentas comiencen mi niño ya tendrá un hogar cálido junto a su esposa. —Eleanor dejó escapar un suspiro nostálgico—. Será una boda encantadora. Se que preferirías la nieve… Pero aquí es casi imposible que veamos algo así…
Después de esas palabras, ella volvió a la cocina, donde parecía estar horneando algo. Por el aroma, Elliot supo que era el mismo pie de calabaza que tanto le gustaba de niño, ese que últimamente no dejaba de enviar como una “ofrenda” a casa de Miss Beatriz, ese que ahora solo le provocaba hastío. Se quedó inmóvil en el pasillo, incapaz de moverse mientras su mente se llenaba de pensamientos.
"¿Casado con Lydia?" Había intentado varias veces imaginarlo: un matrimonio común, una vida común. Quizás terminaría siendo profesor en la pequeña escuela local. Era un trabajo respetable, siempre que se limitara a enseñar lo que se esperaba de él y no intentara ”ir más allá” . Su madre estaría orgullosa. Podría vivir en una cómoda casa, ¿tener hijos?
El simple pensamiento le provocó un dolor punzante en el pecho. Era esa misma sensación que lo abrumó el día que no encontró a Elías en la biblioteca y temió lo peor. "Elías." Su nombre surgió en su mente como un susurro desesperado. Pensar en él hacía que esa vida cómoda, esa vida común, le resultara insoportable. Nunca se perdonaría a sí mismo si aceptaba todo aquello.
Avanzó un par de pasos con lentitud, pero sus piernas comenzaron a flaquear. Finalmente, corrió a encerrarse en su habitación. En la penumbra, se dejó caer sobre la cama. Cerró los ojos y dejó que las lágrimas brotaran sin contención. No solía llorar, pero esa noche no pudo evitarlo.
Sentía que no podía respirar, como si su corazón estuviera fuera de control, al borde de estallar y escapar de su pecho. Cada intento de calmarse era en vano; su vista estaba borrosa y las lágrimas seguían cayendo sin cesar. Rogaba en silencio que su madre no entrara en la habitación, que no lo viera en ese estado. Estaba lleno de miedo, un miedo tan profundo que lo consumía, como si estuviera muriendo.
“Como una muñeca…” Pensó, no era la primera vez que sentía que la situación era como si su madre jugara con él en una casa de muñecas. ¿Realmente podía entregarse a ese destino? ¿Qué sería de su vida una vez cumpliera los caprichos de su madre? ¿Habría más caprichos después? ¿O debería resignarse a una existencia monótona? Esas dudas llegaban como dagas afiladas que destrozaban su corazón.
Elliot no pudo dormir en toda la noche. En las primeras horas de la madrugada, se levantó de la cama y salió de casa antes de que su madre despertara. Vagó por el vecindario como un alma en pena. “¿Debería… beber algo?” Pasó varios minutos frente a la cantina, contemplándola, pero al final no se animó a entrar.
⊹ ࣪ ﹏𓊝﹏𓂁﹏⊹ ࣪ ˖
Más tarde, Elliot se sentó a orillas del mar, dejando que el viento frío azotara su rostro. La idea surgió como un susurro oscuro: ¿Y si decidiera hundirme? Pero la desechó casi de inmediato. Podía respirar bajo el agua; no serviría de nada. Sin embargo, permaneció allí, inmóvil, viendo las olas romper una y otra vez, como si intentaran responder preguntas que nunca se atrevería a formular. Las horas pasaron, y la marea subió y bajó con indiferencia, el cielo empezó a nublarse, hubo una ligera llovizna que pronto amainó, como si el mundo siguiera girando sin importar su dolor. Finalmente, se levantó con pesadez, como si la arena que lo rodeaba se hubiera convertido en un lastre, y comenzó a caminar hacia la biblioteca. No sabía qué iba a hacer, pero algo en su interior lo empujaba a seguir adelante.
Tenía las palabras atoradas en la garganta, un cúmulo de angustia que amenazaba con desbordarse, hasta que lo vio. Allí estaba Elías, absorto en un libro, con esa serenidad que siempre le resultaba desconcertante. Elliot dudó. ¿Debía perturbarlo en un momento así?
—A veces me pregunto por qué las cosas interesantes deben ser descifradas. —Elías frunció el ceño y se echó hacia atrás en la silla, pasándose una mano por el cabello—. Me duele la cabeza...
Elliot intentó responder con naturalidad, aunque sentía que sus emociones estaban a punto de traicionarlo:
—Si yo fuera el genio que creó ese libro, no querría que alguien obtuviera tan fácilmente el fruto de mi esfuerzo. —Esbozó una sonrisa apenas perceptible—. No sería un sabio generoso.
Elías dejó escapar una risa ligera, esa risa que siempre hacía que el pecho de Elliot se sintiera cálido y pesado al mismo tiempo.
—Supongo que tienes razón. —Le dirigió esa sonrisa radiante que parecía iluminar toda la sala—. Pero ya que he logrado traducir una gran parte, significa que yo también soy un genio, ¿no?
Elliot no pudo evitar sonreír, esta vez de verdad. Por un instante, el peso que cargaba se desvaneció, y casi olvidó por qué había llegado corriendo.
—Supongo que sí, pero... mira cómo alardeas.
Elías dejó salir una risa más fuerte, claramente satisfecho consigo mismo.
—¿Y no debería hacerlo? ¡Soy un gran genio! ¡Un políglota! Incluso capaz de traducir libros en idiomas antiguos. Creo que tengo derecho a presumir un poco.
Elliot lo miró, y su corazón dio un vuelco. Era demasiado codicioso. Quería aferrarse a ese momento, a esa risa, a esa paz que parecía tan lejana de su propio mundo.
—Creo que mejor debería irme... Nos vemos, genio.
Elías lo miró, confundido, y lo tomó de la manga.
—¿Disculpa? Apenas llegaste. Quédate un poco más.
Elliot sintió un nudo en el estómago. Quería quedarse, pero también sabía que no debía. Intentó convencerse de algo que no era cierto. “Él es solo un niño mimado que quiere un juguete que lo entretenga”. Pero no podía creerse esa mentira.
—Mi madre quiere que hable con Miss Beatriz y… su hija Lydia. —Su tono salió áspero, casi con irritación.
Elías arqueó una ceja.
—No parece que desees ir...
—¿Y qué importa? —Elliot suspiró, molesto, mientras tiraba para soltarse del agarre—. No tengo opción. Tengo que casarme. Es la única manera de que mi madre deje de pensar que estoy enfermo o maldito.
Elliot apartó la mirada, intentando ocultar cómo sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.
—No puedo hacer nada más.—dijo Elliot de manera casi inaudible.
Elías lo miró, como si aquellas palabras le hubieran atravesado el alma.
—¿Qué dices?—preguntó con voz temblorosa.
—Elías, voy a casarme.
El pelinegro se levantó de un salto, sujetándolo por los hombros.—¡Pero es obvio que no lo deseas! ¡Maldita sea, Elliot! Estoy seguro de que ni siquiera sientes nada por esa mujer.
El corazón de Elliot comenzó a acelerarse, y el aire se hizo más pesado. Tartamudeó, incapaz de contener las palabras.
—No… Lydia es linda, pero no me gusta. Elías… yo no puedo…
Elías temblaba, sus ojos azules estaban llenos de una desesperación que Elliot jamás había visto.—No puedes casarte… No puedes.
El joven Ainsworth sintió como la desesperación crecía en su ser, apretó los hombros de Elliot para acercarlo hacia él, lo que había en su mirada no podía ser otra cosa que terror. Lo único que su alma deseaba era aferrarse a ese rubio que tenía enfrente, a ese rayo de luz que iluminaba la biblioteca con su presencia.
—Elías… m-me lastimas… —la voz de Elliot, apenas un susurro, logró atravesar la niebla de su desesperación.
Pero Elías no podía detenerse; su cuerpo temblaba, su voz se quebraba, su mundo entero parecía colapsar.
—¡Debes quedarte conmigo! ¡No puedes casarte, Elliot! No lo hagas… por favor… te lo ruego… —dijo Elías entre sollozos, mientras se dejaba caer de rodillas frente a Elliot—. ¿Acaso no lo ves? Yo… estoy enamorado de ti, Elliot. Te amo… con todo mi ser. Por favor… por favor, no me hagas esto… Elliot…
El corazón de Elliot golpeaba con tanta fuerza que pensó que podría romperse. Las palabras de Elías lo atravesaron como una flecha: directas, sinceras, devastadoras. Sus piernas cedieron bajo el peso de sus emociones, y se dejó caer junto a él. En ese instante, entre sollozos entrecortados, lo abrazó con una fuerza casi desesperada, como si al unirse pudieran contener el dolor que ambos compartían.
—¿Qué podría decirle a mi madre? —susurró Elliot, con la voz temblando con cada palabra. Las lágrimas corrían sin control por su rostro, empapando el hombro de Elías mientras hablaba—. ¿Qué es lo que me pides, Elías? La única manera sería que uno de nosotros fuese una mujer… y ni siquiera así… Mamá ya me comprometió… dio su consentimiento… Se sentirá humillada, destrozada… No puedo hacerle eso… no puedo.
Elías buscó sus manos, aferrándose a ellas con un miedo tan tangible que parecía un peso físico. Sus dedos temblaban al apretarlas, como si soltarlo significara perderlo para siempre.
—Escapemos… —murmuró Elías, con un tono tan desesperado que apenas parecía su voz—. Te lo ruego, Elliot. Desde el fondo de mi alma… escapemos juntos. Yo… yo no puedo amar a nadie más. Soy incapaz de hacerlo. Eres mi todo, ¿no lo ves?
El silencio cayó entre ellos, denso y cargado de emociones. Entonces, como si las palabras hubieran salido sin su permiso, Elliot dejó escapar algo que ni siquiera él había planeado.
—...Embarázame…
Elías se quedó inmóvil, su llanto interrumpido de golpe. Las palabras de Elliot resonaron en su mente, chocando con el caos de emociones que ya lo consumían.
—¿Qué…? —balbuceó, con el rostro empapado de lágrimas, mientras buscaba en los ojos de Elliot alguna explicación—. ¿Embarazarte?
Elliot lo miró, y con una mezcla de duda y determinación, asintió.⋆ ˚。𖦹 ⋆。°✩✮ ⋆ ˚。𖦹 ⋆。°✩✮ ⋆ ˚。𖦹 ⋆。°✩✮ ⋆ ˚。𖦹 ⋆。°✩✮ ⋆ ˚。𖦹 ⋆。°✩
¿Cómo están? ^^ 💕 ✨ Aquí LadyMagic, espero que les haya gustado este capítulo. Estoy en semana de exámenes y solo he editado hasta el capítulo 23 jaja :'D
Me siento un poco cansada, pero pronto tendré mi libertad ><
Gracias ojo-de-tigre por haber revisado el capítulo, no sé si recuerdas de qué iba, sino puedes releer jajaj
Y cómo última nota, Mentita es un ser lleno de maldad y me está haciendo sufrir con la otra historia que estamos escribiendo TT

ESTÁS LEYENDO
Rébeiller Prólogue
Teen FictionEn la Valencia de 1919, Elías y Elliot, dos jóvenes de dieciocho años, viven en un mundo aparentemente igual al nuestro, si no fuera por el detalle de la existencia de magos y seres con habilidades sobrenaturales, quienes deben pasar desapercibidos...