Capítulo 215 : Pensamientos

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La Brigada Internacional nació bajo el estandarte de la Guerra Civil Internacional, un llamado a las armas para todos aquellos dispuestos a luchar por la República Española. No importaba de dónde vinieras; si tenías el coraje de empuñar un arma y defender la causa, las puertas estaban abiertas. Los partidos comunistas de diversos países alentaban a sus miembros a unirse, y aquellos que lo hicieron llegaron con un fervor inquebrantable, dispuestos a luchar hasta la muerte. No era solo una guerra por España, sino una batalla por la libertad y contra el fascismo que amenazaba con devorar Europa.

Esta fuerza era, en verdad, un crisol de nacionalidades. Hombres y mujeres de decenas de países se unieron, dejando atrás sus hogares para enfrentarse a un enemigo común. La 11ª Brigada, la primera brigada regular de la Brigada Internacional, era un ejemplo perfecto de esta diversidad. Estaba compuesta por cuatro batallones, cada uno con su propia identidad y origen.

El Batallón de la Comuna de París estaba formado principalmente por franceses y belgas, herederos de una tradición revolucionaria que se remontaba a las barricadas de 1871. El Batallón Dobrowski, por su parte, estaba integrado en su mayoría por mineros polacos que habían trabajado en las minas de Francia y Bélgica, junto a un puñado de checos, yugoslavos, ucranianos, belgas e incluso judíos palestinos. El Batallón Eduard-Andre agrupaba a alemanes y austriacos, muchos de ellos exiliados políticos que habían huido de la creciente sombra del nazismo. Y, por último, el Batallón Garibaldi, compuesto casi en su totalidad por italianos, que llevaban el nombre del legendario revolucionario como un estandarte de lucha.

¿Lo notas? Sí, Alemania e Italia. Aquí radicaba la ironía más amarga: mientras los gobiernos de estos dos países apoyaban abiertamente a Franco y su causa fascista, algunos de sus propios ciudadanos arriesgaban sus vidas para luchar en el bando contrario. Eran traidores para sus naciones, héroes para la República. Pecadores para unos, salvadores para otros.

En medio de este caos, una figura emergió como un símbolo de esta contradicción. Frente a Cyric, un hombre yacía inconsciente, capturado tras un intento fallido de huida. Había sido derribado por un valiente explorador republicano, y ahora estaba a merced de sus captores. En ese momento, nadie sabía quién era, pero pronto se descubriría que aquel hombre no era un soldado cualquiera.

Durante el interrogatorio, la verdad salió a la luz: el prisionero era Ludwig, un alemán nativo de Potsdam. Su historia era tan fascinante como trágica. Años atrás, tras el Tratado de Versalles, Alemania tenía prohibido poseer una fuerza aérea. Sin embargo, en la sombra, numerosos clubes aéreos florecieron como semillas de resistencia. Fue en uno de estos clubes donde Ludwig aprendió a volar, alimentando un sueño que lo llevaría lejos de casa. Con el apoyo financiero del gobierno alemán, viajó a la Unión Soviética para perfeccionar sus habilidades. Pero no era un piloto excepcional; sus limitaciones lo mantuvieron al margen de la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana.

Y ahora, allí estaba, en suelo español, luchando contra los mismos intereses que su país defendía. ¿Traición? ¿Idealismo? ¿Desesperación? Ludwig era un enigma, un hombre atrapado entre dos mundos, dispuesto a destruir lo que una vez pudo haber defendido.

Cyric se enfrentó a Ludwig con una mirada cargada de desprecio. El aire entre ellos era denso, como si el peso de sus ideologías chocara antes que sus cuerpos. Ludwig, con el rostro ensangrentado y la respiración entrecortada, mantenía una expresión desafiante, a pesar de las circunstancias.

"Ludwig, ¿Sabes que estás equivocado?". preguntó Cyric con voz fría, casi mecánica, como si ya hubiera decidido el destino de su enemigo.

"¡Bah!". escupió Ludwig con furia, intentando liberarse de las manos que lo sujetaban. Pero Graf, el lugarteniente de Cyric, lo inmovilizó con un movimiento brusco, obligándolo a escupir al suelo.

Los Tiempos de la GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora