Capítulo 12.

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Llevábamos media hora caminando bajo la lluvia en silencio, cada uno pensando en lo ocurrido pero sin mencionar palabra, yo no podía apenas hablar y tenía la sensación de que mi vida no iba a ser la misma desde entonces. Él me cogió de la mano y me llevó hasta una puerta de hierro, entonces sacó una llave del bolsillo de la chaqueta y abrió la puerta, subimos por las estrechas escaleras hasta llegar a una puerta que estaba entre-abierta.
Abrí la puerta y me encontré a dos chicos tumbados en el sofá fumando. Al segundo su mirada apuntó directamente hacia a mí.
-Joder Dani, ¿Ya tienes a otra piva?.-preguntó uno de ellos dejando la colilla en el cenicero.
-Cállate Ian.-dijo el chico dando un portazo.
Él me invitó a sentarme en el sofá.
-¿Quieres una manta o algo de comer?.-me preguntó.
-No gracias, estoy.. bien.-dije haciéndome un ovillo en el sofá.
Los dos chicos me miraban frunciendo el ceño extrañados.
-¿Que le ha pasado?.-preguntó el chico pelirrojo que estaba al lado de Ian.
-La he encontrado con los gilipollas que tuve movida el otro día.-dijo suspirando mientras se desplomaba en sofá y se apretaba el puño.
-Chica, has tenido suerte que estés contándolo.-dijo Ian.
-Me llamo Zenda.-dije cortante.
Ian puso los ojos en blanco y dió otra calada al cigarro.
-¿Zenda?.-dijo el pelirrojo.-¿Tu eras la chica que Bruno llevó a casa?
En ese momento me empezó a latir el corazón a mil por hora. Esa estúpida manía de escuchar el nombre de Bruno y que mi mente se nuble por completo.
Aparté la mirada hacia un lado y asentí.
-Zenda si puedes levantarte, ¿puedes subir arriba un momento y traerme una venda? La mano me está matando.-dijo Dani cortando la conversación.
Me levanté como pude y subí las infinitas escaleras de la casa. Entré al baño y abrí un estante dónde había medicamentos y un miles de pastillas. En ese momento un ruido sordo hizo que se me callera la venda de las manos.
-¿Habría alguien más en casa?-
Salí del baño y observé una puerta medio abierta, donde procedía el sonido. En ese momento decidí echar un vistazo al interior de la habitación, pero en ese momento la puerta se abrió dándome un golpe en la frente.
-¿¿¡Zenda??!.-dijo una voz familiar.-Dios mío, ¿estás bien?
Me quité la mano de la cara y observé un rostro particular.
-No me lo puedo creer.-
-¡Bruno!.-dije gritando.-Yo..
-¿Que hacías mirando?...No, la pregunta es, ¿qué coño haces aquí?
Me incorporé dolorida y me quedé callada unos segundos.
-Yo, yo... Dani.. me ha salvado de unos chicos que me querían.. y me ha llevado aquí y me ha.. dicho que...subiera para..-tartamudeé.
-¿Qué? Espera espera, ¿que te querían hacer? ¿Y que coño hacías tú a estas horas por la calle sola? ¿Eres idiota Zenda?.-dijo cabreado.
-¡A ti que te importa lo que haya estado haciendo!.-dije gritándole.
Bajé las escaleras y de dos en dos y me encontré con las miradas de Ian, Dani y el pelirrojo, que nos miraban a Bruno y a mí con detenidamente.
-A ver chicos calmaos, son las cinco de la mañana y no tenemos vecinos exactamente muy agradables.-dijo Dani.
-Dani que coño ha pasado.-escupió Bruno.
-Eh, tio, relájate. Sólo he salvado a tu novia de los chavales con los que nos pegamos ayer.
Bruno suspiró y me dirigió una mirada de odio como, las que estaba acostumbrado a hacer siempre. Me cogió de la cintura con una mano, subimos las escaleras y me llevó hasta su habitación.
Estaba llena de pósters de grupos de música y miles de imágenes de personas haciendo surf y skate por toda la pared.
Me senté en la cama agotada.
-Quedate a dormir en mi cama.-dijo mientras abría el armario.-Yo dormiré en el sofá.
-Bruno... yo.. no te preocupes, duermo yo en el sofá.-dije levantándome de la cama.
Él me cogió del brazo y me sentó en la cama, se apoyó en mis rodillas y su rostro se quedó a pocos centímetros de mi cara.
-No era una pregunta.-dijo con una mirada amenazante pero a la vez tranquila.-Coge lo que quieras del armario y si necesitas algo, estoy abajo.
Y salió de la habitación mientras cerraba la puerta lentamente.
Me quedé unos segundos sentada en la cama asimilando lo que acababa de pasar desde que salí cabreada del coche de mi padre.
Pasados unos segundos me levanté de la cama y saqué del armario de Bruno una sudadera con un oso polar. La sudadera me llegaba por debajo del culo, y aunque me quedaba gigante, era muy reconfortable y calentita.
Salí de la habitación y me dirigí al baño. Abrí el grifo y con el agua gélida empecé a lavarme la cara, e intentar olvidar todo lo que me está pasando en estas últimas semanas. Intenté ver mi reflejo en el espejo, pero lo único que veía era una chica totalmente distinta, llena de cicatrices por dentro que todavía no habían llegado a curarse, llena de recuerdos de personas que me habían abandonado.
Y era uno de esos días con noches grises, en que las cicatrices duelen más.

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⏰ Última actualización: Jul 29, 2015 ⏰

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