Restos de una civilización

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 Restos de una civilización

Miré atentamente los restos de la ciudad que ante mí se levantaba y recordé lo que en otros tiempos había sido una gran urbe repleta de vida contaminada; ahora los árboles crecían entre las piedras que un día formaban los majestuosos edificios. Mis ojos destellaban luz como antorchas, disfrutaban ante cada detalle de aquel lugar inhóspito e intentaban imaginar como fue su fin.

Lo que antes era un gran edificio de oficinas ahora no era más que unas ruinas con un solo muro por el que trepaban hasta el cielo grandes ramas, un santuario de vida alada con nidos por doquier.

Por todas partes corrían animales de todos los tamaños, el pasto ocultaba lo que antes eran carreteras por las que fluían miles de coches, me fijé que de estos solo quedaban algunos hierros oxidados donde ahora vivían insectos y algún mamífero pequeño.

Desde el cielo limpio de nubes, de luces y contaminación me miraba un sol distinto y el viento que soplaba era puro. Respiré un oxígeno como antes nunca hubiera imaginado que existiera, un oxígeno que lleno mis pulmones hasta casi romperme el pecho.

Caminé durante horas y no pude ver una sola vivienda sin que le faltara una pared o a la que no se le hubiera caído el techo. Por fin desde el centro del ayuntamiento había crecido algo verdaderamente hermoso, un interminable eucalipto que dominaba la ciudad desde las alturas.

Rodeado de paz y el silencio de la naturaleza esbocé una sonrisa y recordé que esta no era la única ciudad que había perecido, todo el país, el continente, quizás el mundo entero se encontraba en la misma situación y me dí cuenta que finalmente podía considerarme una persona dichosa, la herida de mí corazón estaba curada y ya no sentía miedo.

-He sobrevivido al ser humano -me dije-, he sobrevivido y tengo la fortuna de poder ver con mis ojos su propia destrucción y los restos de sus cadáveres en formas de escombros. Por fin puedo pasear por estas calles llenas de esperanza y futuro, la perfección me rodea y soy feliz, si, ¡lo soy!. De lo único que siento lástima, de lo que me lleno de arrepentimiento... yo no hice nada para colaborar con el fin del mundo tal y como lo conocía, ¡yo debería haber sido el exterminador del infierno en la tierra!.

Dos lágrimas resbalaron entonces por mis mejillas, después de tanto tiempo volvió mí garganta a emitir un sonido, el del avergonzamiento en un grito desgarrador y lleno de enfermiza angustia.

—Soy igual de culpable que el resto de los hombres, ¡si, lo soy!, soy igual de egoísta y comparto con todos ellos sus mismas carencias, fallos y soy igual de culpable en sus injusticias... jamás las compartí, es cierto, pero nunca luche contra ellas ni cuando sobrepasaron todos los límites. Ahora me doy cuenta que soy la última bacteria que queda sobre la tierra, lo único que impide que esto sea realmente un paraíso.

Mí felicidad ahora era tristeza, en solo un momento mí alma había dejado de volar libre para volver a estar encadenada, esta vez, a la vida. Desee, deseé estar muerto.

Pero no, no moriré —susurré a la madre tierra—, soy el último atisbo de una enfermedad, ¡de tu cáncer! Y sí, ¡te va a costar eliminarme del mundo!

Guarde silencio un segundo.

—Yo me acuso de ser el mayor mal de la creación —grité.

Primerodemayo - jueves, 3 de septiembre de 2009
Publicado originalmente: http://susurroagonico.blogspot.com.es/2009/09/restos-de-una-civilizacion.html

Puedes copiar, difundir, modificar y hacer cualquier cosa con este texto, solo quería escribirlo y es lo que he hecho.

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