Capítulo 3

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Vale ya sabía qué hacer, estábamos listas, para ser sincera, esto de no hacer caso a mi padre me estaba gustando, sentía la adrenalina correr por mis venas aunque el nerviosismo también formaba un nudo en mi estómago. Iba vestida normalmente para que nadie sospechara nada, unos pantalones deportivos y una camiseta holgada, Valeria sería la encargada de distraer a Juan y Aurora, repasando lo que debíamos hacer mi amiga y yo salimos a la piscina que está en frente del porche, dando por iniciado todo.

-Y ¿Cómo se siente estudiar en casa?- pregunta Valeria tratando de entablar conversación.

-Genial, no tengo horario, aprendo lo que tengo que aprender y después hago lo que yo quiera; y una vez al año tengo que dar pruebas para que sepan que he aprendido lo correspondiente al año lectivo- respondo, toda mi vida había estudiado en casa y si era divertido aunque malo a la vez, pues no tenías amigos, ni vivías rodeada de gente.

-¿Son difíciles?

-¿Qué?

-Las pruebas.

-No, si te preparas bien y aprendiste, todo es fácil.

Me doy cuenta de que, muy de cerca nos están viendo Juan y Aurora, no muy interesados en la conversación, pero pendientes de que intente hacer algo, rápidamente decido que ya es hora de ejecutar lo planeado, le susurro a Valeria una palabra para que inicie con su parte.

-Ahora.

Mi amiga "accidentalmente" se dobla el tobillo y cae, como estábamos cerca del borde de la piscina terminó en el agua, yo desesperada grité:

-¡NO! Valeria- una de las cosas que ella nunca aprendió, fue a nadar, no sabía hacerlo muy bien, y creo que todos lo sabían. Le tenía temor al agua.

Mis vigilantes instintivamente se levantaron de su lugar y corrieron a lado mío, Valeria por fin sacó su cabeza del agua, rápidamente se dirigió a una especie de escaleras que llevaban a la salida de la piscina, yo, seguida de Juan y Aurora le dimos una mano para ayudarla a salir; cuando puso el pie izquierdo sobre la tierra como un robot, cayó al suelo soltando varios gemidos de dolor.

-Juan ve por algo de hielo, Aurora, trae una crema o algo para el dolor-dije alzando mi tono de voz y sonando desesperada; por lo general nunca soy grosera ni grito para mandar a alguien, pero ahora mis vigilantes se quedaron petrificados, así que lo vi necesario- ¡Muévanse!

Ante el grito parecieron reaccionar y salieron corriendo uno por un lado y otro por el otro, ese era el tiempo que necesitaba. Ayudé a Valeria a pararse y salimos corriendo hacia donde se encontraba la mina.

Mientras corría, el nerviosismo pasó a felicidad, empecé a sonreír y luego a reír a carcajadas, era realmente agradable, aunque debía haberme dado cuenta de que la felicidad no duraría para siempre; cuando estaba a punto de llegar a la mina escuché el ruido de una camioneta, oh-oh, mi padre acababa de llegar. Sabía que iba a estar castigada largo tiempo, no importaba, pero ¿Mi amiga?, la metería en problemas por ayudarme, bueno a estas alturas ya no había vuelta atrás, dirigí una mirada a Valeria, ella tenía un semblante confiado, asintió levemente como diciéndome, que no me preocupara, que siguiéramos adelante.

Ya nos encontrábamos en frente del agujero para entrar a la mina, alrededor había unas linternas, tomé una para la mano y otra la puse en mi cabeza, lo mismo hizo Valeria, y bajamos por una cuerda con nudos hasta lo más profundo de la cueva, yo iba primero, estábamos haciendo un esfuerzo enorme al bajar sólo por esa cuerda, estaba deseando que se acabara, me dolían los brazos y las piernas de tenerme sólo a esa cuerda.

De pronto sentí que ya no había más cuerda, todo acabó, aunque con miedo, decidí estirar las piernas y ahí estaba el suelo, algo parecido a la arena, pisé con más confianza y me hice a un lado para que Valeria también bajara, la pobre estaba empapada, y despeinada, pero cuando se dio la vuelta para verme una sonrisa triunfal se extendió por su rostro.

-¡Que cansada estoy! Eso de bajar por una cuerda requiere mucho esfuerzo.

¿Esfuerzo?, me di cuenta que yo me sentía bien, un alivio se extendía por todo mi cuerpo y mis músculos se empezaban a relajar ¿Por qué?, en la cuerda si me sentí cansada, pero cuando pisé la tierra empecé a sentirme bien.

-¡Eh! Mar ¿Estás bien?

-Sí, claro.

Mi amiga me dio una mirada de desconfianza y empezamos a explorar el lugar, era una especie de caverna, el techo sólo se encontraba a un metro de nuestras cabezas, y era de un ancho como de un camino, en las paredes se miraba incrustaciones de oro, seguimos avanzando, a lo que parecía el final de la caverna, cuando llegamos había un espacio más grande y circular, este contenía más piedras preciosas, todo relucía y brillaba, allí había dos pasadizos, uno a la izquierda, otro a la derecha me volví para mirar a Valeria, ella, como yo, tenía la boca abierta y los músculos de la cara un poco contraídos, también se volvió a mirarme, era sorprendente.

De pronto un viento frío emanó del otro extremo de la cueva, por alguna razón me invitaba a acercarme, sentía una fuerte atracción a la pared que estaba a mi lado izquierdo, como hipnotizada empecé a acercarme, con Vale atrás de mí, cuando estuve lo suficientemente cerca pude observar que había otra entrada, como la primera, un túnel; sin pensarlo entré y caminé rápido hacía el punto donde sentía mucha más atracción, y llegué a una como pared, me fui acercando más y más hasta que pude distinguir algo muy brillante incrustado al parecer muy profundamente en la roca, era perfecto, era un una piedra tal como el diamante, de un tamaño mediano, que se escondería en mi mano perfectamente y de un color azul oscuro, era cuadrada y brillante, además tenía un colgante, sinceramente un perfecto y hermoso collar.

Como una momia me quedé mirando la gema por un largo, largo tiempo, sentía una extraña sensación en el estómago, era como algo que me conectaba a aquel misterioso collar. No sé cuánto tiempo pasó, pero yo seguía quieta mirando el collar, hasta que la voz de Valeria me dijo:

-¡Maar!... ¡Mariana! deberíamos irnos, ya escucho los pasos de tu padre, por favor, vámonos-su voz sonaba lejana para mí, aunque a decir verdad parecía preocupada.

No me moví ni un centímetro, hasta que escuché la voz de mi padre a mis espaldas, parecía preocupado aunque también enojado.

-¡Te dije que no bajaras aquí!- dijo eso casi gritando, luego más suave y dulcemente susurró-. Es peligroso, puedes hacerte daño.

Su voz me hizo despertar de la hipnosis, regresé la cabeza y lo vi, parado, mirándome fijamente.

-Lo siento papá-susurré.

-Está bien, afuera hablaremos, salgamos.

Antes de salir cogí el collar que estaba en la roca y cuando por fin lo tuve en mi mano, ocurrió algo muy, pero muy raro, por todos lados empezó a volar arena, se levantó del suelo y vino hacía mí, haciendo un torbellino en círculo alrededor de todo mi cuerpo, no sentí miedo más bien me sentí poderosa.

Otra vez la voz de mi padre llamándome, oí que me decía.

-¡SE ACABA EL TIEMPO, ELLOS YA VIENEN!

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Los Guardianes de las GemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora