Se miró.
Cada detalle.
Cada imperfección.
Sus ojos eran dos lagunas estancadas.
Y sus labios inexistentes de color alguno.
Sus clavículas demasiado pronunciadas.
Y su cabello demasiado rubio.
Sus brazos muy delgados.
Y su piel muy blanca.
Tiró el espejo al suelo.
Trillándose en miles de pedacitos.
Ella también lo estaba.