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La tarde transcurrió sin prisa, envuelta en risas, platos vacíos y una tibia brisa que corría por las calles de la Aldea de la Hoja.
En el pequeño puesto de Ichiraku, Naruto era el centro de atención... al menos, a los ojos de quienes se dejaban arrastrar por su energía inagotable. Se las había arreglado para contar chistes, hacer caras, y, en algún momento, terminar con dos fideos colgando de la nariz como si fueran bigotes.
-¡Miren, soy el legendario Sabio Ramen! ¡Protector del caldo eterno y enemigo de los fideos sin sal! -exclamó, dando una pose dramática mientras los fideos se movían grotescamente.
Asami soltó una carcajada tan fuerte que atrajo las miradas de los pocos clientes del lugar. Tapándose la boca con una mano, trató de contenerse, pero fracasó. Terminó doblándose ligeramente hacia adelante, sujetándose el estómago.
-¡Uzumaki-Kun, basta! ¡Me duele el cuerpo de tanto reír! -jadeó entre risas, las lágrimas asomando en las comisuras de sus ojos.
-¡Es que aún no han visto mi técnica final! -gritó Naruto antes de lanzarse de lleno en el cuenco de ramen, salpicando caldo por doquier-. ¡Ataque sorpresa de sopa oculta!
-¡Idiota! ¡Eso es asqueroso! -se quejó Sakura desde el otro extremo, sacudiéndose las gotas del uniforme con repulsión.
Pero incluso ella sonreía, aunque su atención estaba casi completamente centrada en Sasuke. Desde hacía rato, intentaba acercarle pequeños bocados con los palillos.
-Sasuke-kun, probá este, está buenísimo. ¡Ábrete un poco! -insistía, inclinándose peligrosamente cerca.
Sasuke apenas movía una ceja. Ignoraba los intentos como si fueran zumbidos lejanos. No respondió, no aceptó el bocado... pero tampoco se movió. Solo seguía comiendo a su ritmo, sin permitir que la efusividad de Sakura lo alterara demasiado.
Cada tanto, cuando Sakura giraba el rostro o lo dejaba en paz por un segundo, los ojos de Sasuke se desviaban hacia el otro extremo del banco. Hacia Asami.
Era parecida a Sakura, pensó. Cabello claro, gestos suaves, incluso su manera de reír... pero no era igual. Había una diferencia sutil pero clara. Asami no estaba encima de él, no lo llamaba a cada segundo, no buscaba su aprobación ni lo seguía como sombra. Su presencia no era molesta. Era... tranquila. Y eso lo desconcertaba un poco.