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⋆˚🫐。 El silencio se volvió tan espeso que Asami creyó escuchar los latidos de su propio corazón rebotando contra las paredes del vestíbulo. El aire frío se colaba por las rendijas del shōji, rozándole los tobillos, y aun así sentía las mejillas arder.
Hiashi permanecía inmóvil, una figura tallada en piedra, con esos ojos blanquecinos que parecían atravesarla sin esfuerzo.
—Llegas tarde, Asami. Muy tarde.
El estómago de la joven se contrajo. Bajó la mirada, la cabeza apenas inclinada, intentando mantener la compostura.
—Disculpe, padre... estaba entrenando.
Hiashi no reaccionó. Ni un pestañeo.
Solo el murmullo distante del viento entre los bambúes rompía el silencio.
—He escuchado —dijo finalmente, cada palabra medida—. Entrando fuera del complejo... —Hubo una pausa breve, pero cargada de juicio—. Entrenamientos que parecen superar tus límites... a juzgar por lo que me han informado.
Asami apretó con fuerza la pequeña bolsa de tela que llevaba en la mano. Sus nudillos se volvieron blancos. Sentía las miradas sobre ella —la de su padre, firme y pesada; la de Hinata, esquiva, nerviosa, imposible de descifrar.