Interludio: Nerea

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—¿Un mal día?

Alba no responde. La patada que le propina a la papelera sirve de respuesta. Rodrigo suspira, ella no puede evitar su mal carácter. Aprieta los puños mientras va de un lado a otro bajo la atenta mirada de Rodrigo. Sin duda, él no puede parar de mirarla, la observa embelesado ante el movimiento hipnotizante de sus negros cabellos removidos por el viento. Con trece años cumplidos y ella no ha salido de su cabeza... ni de su corazón. ¿Por qué? ¿Por qué sigue enamorado de su mejor amiga? Ya ha pasado mucho tiempo... quizás sea el momento de... de dar un paso. 

No, imposible. Imposible de que ella sienta lo mismo, ni siquiera un resquicio de cariño. 

Imposible.

Alba es inalcanzable para él. Ojos del color de la lluvia, el pelo azabache, su silueta recortada a la luz del sol. Es preciosa... A pesar de sus defectos. Cómo le gustaría envolverla entre sus brazos, perderse en el embriagador olor que emana de su cuello, enredar los dedos en su melena oscura, tomar su delicado cuerpo en su regazo, susurrar su nombre... una y mil veces. Apartarle los mechones de su oído y decirle esas palabras que siempre ha deseado pronunciar en presencia de ella...

"Te quiero.Te quiero Alba..."

—Rodri, ¿me estás escuchando?

—¿Eh? ¿Qué?

—¡Siempre estás en las nubes, Rodri! ¿En qué pensabas para no escucharme? —pregunta furiosa, dando golpecitos en el suelo con el talón.

"En ti, Alba. Siempre pienso en ti."

—En nada, perdona. Estaba distraído. ¿Qué decías?

Alba pone los ojos en blanco y ahoga un suspiro de exasperación.

—Da igual, déjalo. Nunca me escuchas —dice mientras se desploma en el banco junto a Rodrigo. Lo que no sabe es que sus palabras le han dolido más de lo que ella cree.

Se está realmente bien en aquel banco del Parque del Príncipe, quizás el parque más grande de Cáceres. El largo riachuelo que lo atraviesa comienza en una gran fuente donde Alba y Rodrigo están sentados en frente. Es redonda y un potente chorro de agua nace en el centro, que sube y baja regulando su potencia. Rodeada de flores de todo tipo y colores, el agua desciende ladera abajo pasando por diversas fuentes similares hasta desembocar en la más grande de todas, donde pececillos de colores nadan en su interior. La suave brisa de aquella tarde de viernes remueve las hojas y los pétalos de las flores llevándolos por todas partes del parque decorado con esculturas de arte. La vegetación abunda, la paz reina y la tranquilidad florece por doquier.

Pero Alba es incapaz de encontrar sosiego en aquel mágico espacio, ni siquiera con su mejor amigo, Rodrigo. Otra vez, le ha vuelto a pasar lo mismo y ya no sabe qué hacer.

—A ver... ¿Qué es lo qué te ha dicho exactamente Sandra? —pregunta Rodrigo.

Alba resopla.

—Que ya no quiere ser más mi amiga, que no está a gusto conmigo y que dejemos de hablarnos.

—Pero, ¿por qué?

—¡Y yo qué sé! Siempre me hacen lo mismo, sin ningún motivo —exclama desesperada.

Rodrigo sabe que no es verdad, a pesar de que algunos lo consideren un defecto, él siempre lo ha visto como una de las cualidades de Alba: su carácter. A veces difícil de soportar pero es el rasgo que más la caracteriza, Rodrigo no puede evitar estar enamorado incluso de su mal genio.

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