19. Dormir

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De entre todas las cosas que mi amnesia después del coma había borrado de mi memoria tuvo que eliminar precisamente la más importante: Rodrigo padecía de corazón.

Para cuando quise recordarla, ya era tarde.

¿Cómo pude olvidarme de eso? ¿Cómo pude...? No era la primera vez que pasaba. Cuando era un niño, Rodrigo se quedó tendido al sol en la piscina. Cuando sus padres fueron a por él se dieron cuenta que estaba inconsciente y que su corazón se había parado. Lo hospitalizaron y volvió en sí pero ni siquiera se acordaba de nada. Solo cerró los ojos y ocurrió.

Como ahora.

Me balanceo sobre uno de los asientos de la sala de espera del hospital. Giro los pulgares uno sobre el otro, muy rápido. Estoy nerviosa, quiero vomitar.

Afortunadamente, cuando pedí ayuda, un matrimonio estaba paseando por el exterior del parque y oyó mis gritos. La mujer llamó a la ambulancia y su esposo me ayudó con Rodrigo porque yo ya había perdido el control y no respondía de mí misma.

Y ahora estoy aquí. Mi preocupación no ha disminuido. Sigo sin saber nada de Rodrigo y ni siquiera si está vivo o muerto.

Muerto...

No quiero ni pensar en esa palabra. 

Acompañé a Rodrigo en la ambulancia después de dar las gracias a aquel matrimonio. No me separé de él en ningún momento. Aún recuerdo cómo latía mi corazón mientras le hacían la reanimación, como si quisiese cederle todas mis pulsaciones, las que necesitase, lo que sea para que volviese a la vida.

Al llegar, le di sus datos a la enfermera y poco después llamó a sus padres. Ahora estarán de camino.

Todo ha pasado muy rápido.

Miro las puertas del quirófano, que continúan inmóviles desde que Rodrigo entró hace quince minutos.

¿Por qué no se abren? ¡¿Por qué no se abren?!

No soy capaz de soportarlo y me levanto. Me dirijo hacia la salida para buscar un poco de aire. Justo al bajar el último de los escalones de la escalera, las puertas automáticas de la recepción se abren y entra una pareja que se precipita al mostrador.

Son los padres de Rodrigo.

Después de preguntar a la enfermera se lanzan hacia el ascensor en busca de su hijo. Yo no los intercepto, no serviría de nada.

Me quedo parada unos segundos. Sin saber qué hacer.

¿Y si ya está muerto? ¿Y si ya es demasiado tarde? ¿Qué les diré a sus padres? ¿Que lo he matado?

Sí... Porque ha sido mi culpa.

Yo he matado a Rodrigo.

Sin darme cuenta, comienzo a llorar. Otra vez. No puedo aguantarlo más.

Retrocedo sobre mis pasos y vuelvo a subir la escalera. Las puertas del quirófano siguen igual pero ahora se me antoja vacío. Ya no reacciono ni expreso nada. Sigo caminando con paso lento, como un alma en pena por las calles de una ciudad fantasma.

Mis pies me llevan a la planta de los pacientes ingresados. Cruzo todo el pasillo con lentitud infinita y con la mirada perdida. Avanzo y todas las puertas están cerradas. Todas excepto una. El silencio sepulcral que reina aquí se ve interrumpido por los llantos de una mujer.

Me guío por ese triste sonido. Es la puerta abierta. 

No me adentro, solo observo desde el umbral. Mi cara está inexpresiva, ahora mismo soy incapaz de sentir nada.

DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora