Rejas

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Albi POV
Mi cabeza está cubierta desde que me secuestraron frente a Elvio y Alec. Las manos están atadas y no creo poder zafarme de ellas. Mis secuestradores han estado en silencio desde entonces. Y hemos transcurrido ya muchos kilómetros. A decir verdad tengo miedo a donde terminaremos a parar. Porque siento que solo pondrán fin a todo.
Ni siquiera sé por qué Dante ordenó esto. Al menos debí escupirle en su cara y decirle que se pudriera y que jamás trabajaría con el cómo su maldito matón.
Dante, por estar acostumbrado a que siempre se hace lo que el pida, no soportó ser rechazado y eso lo lleno de furia.
Han manejado varios kilómetros y después de una hora la camioneta de detuvo completamente. Bajaron todos y a mí me tomaron de la cabeza, después de jalarme fuera del auto sentí unas manos apretando mi brazo al tiempo que caminábamos a lo desconocido. Se escuchó que abrieron una vieja puerta de madera ya que esta soltó un gran crujido. Un sonido de una silla arrastrándose y otros murmurando miles de cosas.
Me sentaron en esa silla del medio. Tomaron una cuerda y ataron muy fuerte mis piernas.
Quitaron lo que me cubría y al abrir los ojos empecé a encandilarme por la luz. Había un solo foco que tambaleaba de un lado a otro en el techo. Bajé la mirada y ahí estaban todos los ineptos haciendo un círculo mirándome fijamente.
Es el fin.
Era una cabaña sucia y mal oliente. El polvo era lo único que vivía ahí.
Unas luces se reflejaron por la ventana anunciando que un auto había llegado. Al abrir la puerta, entró un tipo. Con un cigarrillo en la boca inhalando y era lo único que se podía apreciar por estar en la oscuridad.
Al acercarse, y dejar que la luz se proyectará en su rostro. No era más y nada menos que mi buen amigo... Dante.
-¡Albi! - exclamó.
Sonrió y acercó una silla para sentarse justo enfrente de mí.
Sacó su cajetilla de cigarrillos y me ofreció uno.
Ni siquiera negué con la cabeza. Lo miraba fijamente frunciendo el ceño. Los retiró de mi rostro y volvió a guardarlos en su bolsillo.
-Y bien... ¿Cómo has estado? - preguntó sonriendo sarcásticamente.
-He estado mejor - respondí.
Dante seguía fumando y tiraba el humo en mi cara.
Asintió.
-Te preguntarás porque estás aquí, me imagino.
-¿Porque eres una nena que no puede en sus batallas solo? - contesté.
-¿Crees que voy a golpearte? - replicó mirándome fijamente -. No soy tan cobarde para... Golpear a alguien que estaba amarrado a una silla.
Alzó una ceja haciendo referencia al tipo que André y yo golpeamos.
-El merecía incluso la muerte - contesté.
-Pero no lo hiciste Albi. Eres un cobarde.
Sonreí sin ganas.
-Bueno, desátame y veremos afuera quien lo es.
Dante se incorporó de su silla. Me miró fijamente y después de una última inhalada, apagó su cigarrillo con mi hombro. Después de varios gritos lo quitó, dejando una pequeña marca.
-Bueno... Albi, en este momento estarías disfrutando una gran vida si hubieras accedido a trabajar junto a mí. Por qué debo admitir que tienes talento peleando - dijo mientras movía sus manos.
-Si, igual André, ¿recuerdas?- susurré, recuperándome del ardor -. Tú tienes un talento natural para que mi hermano te patee el trasero.
Dante apretó los puños del coraje.
-Podría acabar contigo ahora mismo - dijo en un tono muy rudo, según el -. Tú no eres nadie, Albi.
-Pero no lo haces Dante - contesté -. Porque eres un cobarde. Ni si quiera sé qué haces en todo este juego. Ni siquiera mereces ser llamado jugador. Solo eres una escoria que...
-¡Cierra la maldita boca! - gritó mientras ponía un arma en mi frente.
Los latidos del corazón iban a mil. Las respiraciones estaba demasiado agitadas por la adrenalina y la tensión en esa pequeña cabaña era inmensa.
-No... - murmuró quitando el arma-. Tengo una mejor idea.
Le dio el arma a uno de sus matones.
-Qué tal si... Tus calleras a la cárcel por agredir a un oficial... O peor aún: matarlo. La sentencia sería demasiados años. Y eso haría que tu pobre hermanito se sienta débil y solo. Y entonces ahí entro yo.
Empecé a llenarme de más rabia por Dante.
-¡A el déjalo en paz! - grité tratando de levantarme de la silla pero estaba muy bien atado.
-Pensará que ya no lo necesitas. Pero sabiendo como es el, vendrá a buscarte. Y créeme Albi que cuando llegué le daré una calidad bienvenida.
-¡Si lo tocas te mató imbécil! - seguía agitado en la silla.
-Te vas a pudrir en la cárcel y tu hermano se hundiera por eso. Será tan solo el hijo de una...
Lo escupí. No iba a quedarme con las malditas ganas de hacerlo.
Dante sacó un pañuelo y se limpió el rostro.
-Desátenlo - dijo -. Golpeará a alguien de ustedes, con eso lo podremos usar para la denuncia.
Y tenía razón. Estaba ansioso por golpear a alguien. Y era a Dante.
Dante salió antes de que me quitaran las cuerdas. Al quitarme la de los pies, corrí hacia afuera pero Dante ya no estaba. A lo lejos se miraba la camioneta. Algún día ese maldito tendrá que pagarla.
Si Dante no podía pagarla, al menos estos tarados la pagarán.
Estaban todos afuera, quizás eran unos ocho en total.
Al decir lo de la denuncia comprendí a que se refería eso, la policía está totalmente sobornada por el inepto.
Al primer tipo que se acercó no lo pensé y de un solo golpe cayó al suelo. Todos llegaron de a montón y solo pude golpearlos un poco. No como yo hubiera querido pero todos se llevaron su parte. Así que todos pudieron haber puesto esa denuncia y quedar en ridículo porque un chico de último año de preparatoria les dio una buena paliza.
Estaba completamente furioso por lo sucedido. Y si mataba a alguien me importaba un carajo.
Un matón trato de tirarme por las piernas pero el que terminó en el suelo fue el.
Al voltear solo miré que un puño cerrado me golpeaba en la cien, seguido me volvió a golpear con la izquierda. Al intentar el tercer golpe lo bloquee y ahora era mi turno. Uno en el pecho le basto. Fui a las piernas y al levantarlo cayó de espaldas fuertemente en el piso.
Mientras lo golpeaba en su frente una descarga eléctrica en mi espalda hizo que quedará paralizado. Sentí como ponían las esposas en mis muñecas y me levantaron muy débil. Abrieron la puerta de atrás y en el auto estaba recargado un tipo que llevaba las manos en sus cachetes.
-Sí. Se te cayeron dos muelas - dije - deberías poner la denuncia tú y ser la burla.
Me subieron al auto y rápidamente aceleraron a la jefatura.
Era obvio: estaré en prisión.

Con un letrero de número de prisionero me tomaban fotos como siempre se acostumbra. Me quitaron las pertenencias y seguido de eso me encerraron en la celda.
Había un tipo que estaba completamente ebrio. Era obvio porque lo habían detenido. Y eso era algo tan triste. Detienen a las personas débiles. A esas a las que no les es posible defenderse del todo. Pero a los peces grandes los deja nadar. Hacen de ellos como quieran. Ahora el municipio ya no le pertenecía al presidente. Mucho menos a la policía. Le pertenecía a los Montero.
- ¿Y a ti porque te encerraron? - preguntó el compañero de celda.
Olía a pura cerveza. Tenía los ojos caídos y estaba tirando en una esquina disfrutando de la vida.
-Se podría decir que por agredir a un oficial.
-Al menos lo tuyo vale la pena - replicó, después de un pequeño hipo -. A mí solo me subieron... Y yo no hice nada...
Reí por la forma en la que lo dijo.
- ¿Inocente?
-Yo no tengo nada que ver, cuando llegue ya estaba.
Era oficial, estaba completamente ebrio.
Me recarga en una de las rejas y sentí lo frío que eran. Pensé en cuantas personas inocentes han estado tras esas rejas.
Un oficial se acercó para decirme que podía hacer mi llamada.
Al salir, el alcohólico gritó:
- ¡Llama a tu madre!
-Mi madre en estos momentos debe estar peor que tu - susurré para mí.
Tome el teléfono.
Pensé en llamar a André y decirle lo que sucede y advertirles que no se acerque a Nogbrook. Pero jamás contesta el y si Cristina contesta será una llama pérdida.
Así que teclee los números de Alec. No tardó ni dos sonidos de espera en el teléfono para contestar:
- ¿Diga? - contestó agitado.
-Alec, soy yo - susurré.
Quedó callado un momento y después reaccionó.
- ¿Albi?, ¿Dónde estás?, ¿Qué sucedió?
-No lo vas a creer... - sonreí aunque no pueda verme -. Estoy en prisión.
- ¿En prisión? Pero si acaban de secuestrarte. Ya iba a la jefatura para informar lo que pasó, ¿Qué demonios hiciste?
-Alec, no confiemos en la policía, ellos mismos fueron los que me llevaron - murmuré para que nadie escuché -. Ahora escúchame bien que necesito que hagas algo.
Quedó serio después de lo que escuchó.
-Te escucho - contestó.
-Tal vez exista una posibilidad de que André venga porque no ha hablado conmigo. Conozco a mi hermano y se de lo que es capaz. Así que por favor Alec... No dejes que André encuentre a Dante.
-Pero, ¿Por qué no? - preguntó confundido.
-Dante dijo que le daría una bienvenida, pero creo que más bien André le dará esa bienvenida.
Alec río.
-Si quiere sacarme, dile que no lo intente. Es imposible. Prefiero morir aquí dentro antes de que a André le suceda algo.
-Lo cuidaré bien... Albi.
Un oficial gritó que ya tenía que colgar.
-Tengo que irme y recuerda Alec lo que te dije: No confíes en ellos.
Colgué deprisa antes de tener más problemas.
Volvieron a ponerme tras las rejas con el ebrio.
Al menos tendré algo para reír.
Pero no sé por qué tengo el maldito presentimiento de que André viene hacia acá.
Tengo miedo de lo que le suceda a mi hermano.

Después de unos días al ebrio lo dejaron salir. Antes de marcharse se despidió de mí amablemente y dijo que todo saldría bien. Ojala así fuera. En esos días habíamos entablado una pequeña amistad.
Por mi parte, aun no me daban una sentencia, pero ya tenía puesto el traje de reo. La cosa va para largo.
Estoy preso por golpear a mis secuestradores, que ironía.
Caminaba con mi charola de comida en la cafetería y había demasiados grupos. Si quiero sobrevivir tendré que unirme a uno tarde o temprano. Tomé asiento en una mesa que estaba sola. Cuando de repente tres tipos muy gordos tomaron mi comida y siguieron caminando. Yo me puse de pie y les grité que me devolvieran mi comida. No se detenían. Así que tomé mi tenedor y se los arrojé. De lo ancho que estaban los tres creo que el tenedor se perdió en toda su grasa. El del medio -y más gordo - volteó y me miró fijamente. Caminó de regreso a mí y con cada paso yo lo miraba más alto... Y lo era.
Todos se acercaron porque sabían lo que verían: una paliza. Pero paliza la que me darían a mí...
- ¿Quieres tu charola, imbécil? - de su boca salían panes.
No se podía ni mirar sus ojos. Era una cabeza muy hinchada.
-Golpeándote en la panza salen hasta chuletas - contesté.
Todos empezaron a alentar y entonces empezó.
De un solo golpe caí.
Me levanté tambaleando y me puse en guardia para pelear.
Lanzó un gancho y al agacharme lo golpee en la panza, pero solo sonrió. Como si mi puño se lo fuera a comer. Logré darle uno en la cara después de brincar pero me tomó con los dos brazos y me aplastó tan fuerte que sentía que los huesos iban a salir.
Los guardias no tardaron en aparecer y nos separaron a ambos.
- ¡Esto no termina aquí! - gritaba mientras nos apartaban del resto.
Como castigo, me metieron en una celda donde estas aislado completamente de todos y de todo. Como si fuera un calabozo. Un lugar donde están los locos y donde pronto terminarás siendo uno. Un lugar donde supuestamente tomas la cordura pero en realidad la pierdes.
En este lugar tienes que ser un maldito.
Pero a decir verdad, también tengo miedo de estar aquí.


Pequeña ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora