CAPÍTULO DIECIOCHO

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Atrapada aún por el momento, no podía creer lo que estaba pasando, pero así era: estaba besando a Dylan, el primer beso de toda mi vida y me lo dio él.

Estaba aferrada a su cuello como las estrellas se aferran al cielo en la espesa oscuridad. Frente a nosotros la ciudad se entregaba majestuosa a la noche. Era como si todo lo demás se hubiera desvanecido y sólo existiera esto: Dylan y yo. Dylan y sus labios sobre los míos.

Era complicado de entender porque mi mente no reaccionaba del todo aún. Sin embargo, no hice caso. La luna era nuestra esta noche, al igual que este beso a mi memoria ahora.

El agarre del muchacho se hizo más firme en mi cintura que por poco tuve que ponerme de puntas para acercarlo más a mí. Podría notar la experiencia de Dylan por la forma en que su boca se movía sobre la mía, sin embargo me sentía torpe porque mis roces eran solamente eso... roces.

Lamentablemente para mi cuerpo y afortunadamente para mi mente, nos separamos lentamente. Mis ojos seguían cerrados en la esperanza de que esto solamente hubiera sido una alucinación, o mejor, un sueño.

Entonces abrí los ojos. Mis pestañas aleteaban y mi cabeza se alzaba en su dirección.

Yo lo miré a él, y él me miró a mí. Su mirada era confusa y tal vez la mía así estaba. Los dos teníamos cara de dos niños que pareciera hubieran acabado de romper algo en el cuarto de sus padres.

¿Qué acababa de pasar?, se pregunta mi mente. Mis ojos se abren de par en par. Oh demonios, nos besamos.

En ese momento algo se activó, como una alarma de incendios. Nuevamente ese tintineo en mi cabeza me hizo darme cuenta de lo que acababa de ocurrir. Y lo que decía mi subconsciente, no era nada aprobatorio.

Casi pareció que algo me obligó a hacerlo, pero me alejé de Dylan tan rápido que balancee en la cornisa. Miré a Dylan desorientada, porque no sabía exactamente lo que había pasado conmigo... ¿oh sí?

— ¿Qué sucede? —me pregunta.

— Estuvo mal —respondo al instante—. No debimos.

Doy la vuelta y empiezo a caminar en dirección a las escaleras. Me siento extraña, como si me hubieran despertado de un sueño con un balde de agua fría, del que realmente no quería despertar.

Escucho pisadas detrás de mí, sé que me sigue, pero yo quiero que me deje sola. En un segundo me encuentro trotando hacia las escaleras, estando en ellas comienzo a bajar corriendo.

Sin duda es mucho más fácil bajar que subir, pero aunque mi cuerpo bajaba, mi mente seguía arriba. Porque sé que me acabo de pisar terreno peligroso del que no sé si voy a poder salir tan fácilmente.

Una mano toma por la muñeca haciendo que me detenga de golpe. Dylan se interpone rápidamente entre el próximo escalón y yo, impidiéndome la oportunidad de dejarme huir de él.

— Déjame por favor —pido en voz baja e intento esquivarlo pero por razones obvias, tan rápido como lo intento me vuelve a obstaculizar.

— No hasta que me digas qué es lo que te pasa.

— Tú lo sabes.

— No, no lo sé y si no me dices menos.

Miro el suelo, está oscuro pero aún así se pueden distinguir los escalones y algunos cristales rotos que sueltan destellos gracias a la luz de la luna que entra desde la puerta de la azotea. Podrían ser de alguna ventana o botella de algún ebrio que pasa por aquí.

— Tú sabes que estuvo mal —decido responder pero sin mirarlo.

— ¿Qué cosa?

— ¡No te hagas el tonto!, el beso, no debimos besarnos ¿de acuerdo?

La Chica De HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora