Capitulo 1: Javier

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*click*

Todo comenzaba con ese sonido. La onomatopeya de una de muchas teclas en una máquina de escribir dando inicio a una historia. El gran problema era que Javier apenas sabía por dónde empezar.

"Aún no se si Hendrickson estará en el castillo de los Lovelers o si comenzaré la historia después de esa visita." Pensaba el joven mientras se acomodaba en su silla de madera posicionada justo en el centro de su estudio frente al gran escritorio que Yorel le había regalado en su séptimo cumpleaños. Pero eso había sido hacía mucho, ahora el era un escritor galardonado que se aguantaba la vergüenza de tener un nobel de literatura y aun así encontrarse esa mañana sin saber como comenzar su nueva obra.

"Todavía hay demasiadas piezas del rompecabezas sueltas." El era reconocido por hacer cosas diferentes. Había logrado una de-construcción de los típicos dramas juveniles con "Damas y Caballeros" así como un excelente estudio de personajes en "La Estrella Lejana" sin mencionar la obra que le había permitido obtener ese nobel a la literatura que lo había lanzado al estrellato: "Obras De Señores Antiguos". Pero ahora se encontraba trabado en un dilema que nunca le había causado tales problemas en las anteriores ocasiones en donde tuvo que darle un buen puntapié inicial a una de sus historias.

Tampoco podía ser tan típico como comenzar con el clásico "había una vez" más allá de que esa frase no era tan clásica como la creía la gente. Homero no había comenzado a contar las aventuras de Jason y Sus Argonautas con el "había una vez" así como tampoco lo había hecho Platón con sus respectivas obras. La frase era un cliché, sin duda, pero no por eso debía excluirla de su frontera de posibilidades. ¿Por qué no podría usarla? Tenía sentido usarla tomando en cuenta que, a diferencia de sus anteriores obras, este libro se estaba dirigiendo a un público más juvenil que lo que Javier acostumbraba.

Más allá de eso, el mayor de los tornados que aún giraban sobre su cabeza recaía en el exacto orden de los acontecimientos dentro de la historia. Pero Javier se despreocupaba un poco al recordar que ese era y había sido por mucho tiempo un problema común en los escritores.

El que la historia transcurra de una determinada manera y no de otra solo porque el escritor lo había imaginado en primer lugar de la primera manera determinada era una peculiaridad común en la mayoría de los aficionados a poner una letra junto a otra. Claro que los finales y comienzos se podían cambiar para enriquecer la historia, y de hecho algunos lo hacían y siguen haciendo, pero el capricho se mantiene en la mayoría y entre esa mayoría se encontraba Javier, que ya estaba convencido de querer mantener algunos detalles firmes sin importar cuantas modificaciones tuviera la historia en un futuro.

Una de esas cosas de las que estaba seguro era que ella aparecería sin importar que.

El joven escritor de veinticinco años tenía muy en clara la teoría de que en la vida de todo hombre, sin importar cuantas mujeres se pasaran por sus ojos y manos, solo serian dos las que tanto él como cualquier recordaría con su último aliento.

Una era la típica mujer con la que uno se vería obligado a pasar el resto de su vida; una esposa capaz de otorgarle ese aire materno y cálido a un hogar de la manera en la que solo una mujer con verdadero cariño en los ojos podría lograr. Dicha mujer siempre se vería despreocupadamente menospreciada y al mismo tiempo infinitamente amada por sus maridos hasta el punto de convertir esos matrimonios en "relaciones amor/odio" que pasarían a la posteridad gracias a chistes recurrentes y frases basadas en el odio mutuo que se viene entre ambos fruto de relaciones marchitas por nada más que el tiempo y el desgaste de un amor que en su tiempo seguramente fue verdadero o simple interés carnal.

Mientras que la otra seria esa chica con la que uno tuvo o habría tenido un noviazgo juvenil y patéticamente despreocupado en tiempos en los que nada importaría más que la sonrisa de esa chica bajo la luz de un atardecer. Una dama capaz de sacar el lado más dulce, atento y caballeroso de cualquier hombre. Lo curioso es que dicha dama nunca termina ocupando el lugar de la primera (osea la esposa) sino que se mantiene como un recuerdo dolorosamente dulce, la tumba de algo hermoso que pudo haber sido pero no fue y el recuerdo cicatrizado de que uno se verá siempre obligado a seguir una vida sabiendo que una vez amó sin que se le fuera correspondido... algo que no todos pueden soportar.

Por ejemplo, Javier pudo soportarlo pero no hasta el punto en poder seguir con su vida después de Jennifer y encontrar a la segunda dama que lograría recordar el día de su muerte junto con la primera. Quizás era por el (ya determinado tanto por él como por sus amigos: cursi) pensamiento de que nunca volvería a sentir algo como lo que sintió por ella.

Lo había intentado, claro. Pasaron dos años desde lo ocurrido con Jenni y desde entonces había salido con muchas otras chicas, todas ellas admiradoras suyas gracias a sus obras, en las cuales siempre Jenni aparecía. Javier siempre vio eso como una amarga ironía.

Jennifer Blunt era, en palabras de Javier, la chica más hermosa que nunca jamás pisara este planeta. Un cuerpo que no era de otro mundo, sino una muestra de humildad sin grandes atributos sexuales ni exceso de maquillaje en la mirada. Una piel pálida que hacía resaltar el sonrojo en sus mejillas cada vez que se enojaba o se avergonzaba por algo. Una melena a la altura de los hombros que jugueteaba y bailaba eternamente sobre la línea entre el pelirrojo intenso y el castaño oscuro. Y unos ojos multicolor que lograban destruir en mil pedazos y volver a armar al pobre de Javier con una simple mirada de cariño. Tocaba el chello y tenía una actitud llena de vida sonriendo sin importar que tan duras fueran las adversidades. La chica era carismática y no hay nada más bello que una dama con carisma.

Pero claro, la teoría a la que se aferraba ese chico implicaba que esa chica que había conocido en su juventud se quedaría como eso: un recuerdo doloroso de su juventud que había pasado a ser uno de los mejores momentos de su vida. Dicho momento se terminó cuando un idiota con cara de niño bonito se la arrebató de las manos.

Verlos besarse a cierta distancia fue suficiente para que las licorerías del barrio se forraran en el dinero de Javier. Ese desprecio duro meses... quizás años. Pero había logrado salir adelante. Tres libros y un premio nobel lo lanzaron al estrellato en el cual Javier pensó que de esa forma ella volvería a su pies, pero eso no ocurrió y el mero hecho de pensar eso que pasaría lo hizo sentir como un idiota. Pero, más allá de cualquier otro desnivel en ese espiral al estado neutral de sus patéticos sentimientos, el joven escritor logró estar bien durante los años siguientes... hasta esa mañana.

Javier recuerda bien esa mañana. Cada segundo, cada centímetro, cada movimiento. Recuerda bien el sonido melódico el timbre procedente desde la puerta principal de su departamento. Recuerda a la perfección los pasos apresurados que dio para atravesar su estudio y luego el living para llegar a la puerta mientras decía en voz amable: - ¡Ya voy! -

Recuerda bien haber visto su planta en el camino hasta la puerta pensando que había olvidado de regarla cuando había desayunado minutos antes de comenzar con su nuevo manuscrito. Pero lo que más recuerda es el rostro de quien encontró del otro lado del umbral cuando abrió la puerta y lo vio.

- ¡Javier, escúchame! - Su voz estaba agitada y su mirada estaba carente de cualquier tipo de tranquilidad. - ¡Necesito tu ayuda! ¡Secuestraron a Jenn...

El visitante no pudo seguir hablando, tenía el puño de Javier chocando contra su nariz. El joven escritor recuerda a la perfección el desinterés que le tenía a la voz agitada o a la preocupada mirada de su visitante... lo único que él quería era romper un poco ese rostro de "niño bonito"...





Una Leyenda Para Ese DestelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora