El inicio de algo especial

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Las pequeñas colonias dormían sobre una manta a la sombra del árbol principal del jardín. Francis y Arthur los miraban desde el balcón. El galo con una copa de vino en la mano y el inglés con una taza de té. Ambos en silencio, observando el bello atardecer que se podía observar desde el balcón, bañando con su anaranjada luz los grandes jardines de esa mansión francesa.

- ¿Arthur? Estás muy callado mon ami ¿te ocurre algo? - lo miraba preocupado, Arthur era serio pero esa tarde, desde que los niños se pusieran a jugar, lo había estado más de lo normal.

- Nada, es solo que... estoy tan cansado de interponerme en mi propia felicidad... que ya no pienso intentarlo más - mencionó sin mirarlo. Francis volteó a verlo con gesto sorprendido. Tenía mucho tiempo que no veía a Arthur con esa mueca de tristeza profunda. No desde que se fuera de casa de sus hermanos antes de ser pirata.

- ¿Por qué lo dices? - lo tomo del hombro haciendo que lo viera, las siempre relucientes esmeraldas que eran los ojos del inglés estaban opacas - Arthur, me preocupas ¿qué ha pasado?

- Nada... es solo... solo - no pudo soportarlo más y se aferró al pecho del galo, llorando. Francis solo atinó a abrazarlo preocupado. La taza y la copa en el piso olvidadas.

Arthur le contó lo que había pasado, le dijo que había escuchado una plática entre sus hermanos y que se había enterado de que todo el trato frío, duro y a veces cruel con que lo habían criado había sido encargo de su propia madre. Y que al parecer a ninguno le molestaba tratarlo así. Que siempre que creía tener su respeto y cariño, siempre resultaba ser todo falso. Que incluso su única felicidad que era el pequeño Alfred quería dejarlo un tiempo para regresar con su gemelo. Francis escuchaba todo apretándolo más contra sí, él sabía que los hermanos del menor lo trataban mal pero nunca imaginó que tanto y tampoco imagino que todo fuera encargo de Britania. También le sorprendió que Alfred quisiera estar un tiempo a su cargo pro deseo de estar al lado de Matthew.

- Me dijeron débil... dijeron que, a pesar de todo lo que hicieron por educarme como debía ser... resulté ser débil - se quejó con la cara hundida en el pecho del galo - y lo más triste es que tengan razón - se rio sin ganas - ¿sino por qué otra razón estaría yo contándote todo esto? ¿Por qué buscaría consuelo y refugio entre tus brazos? - se cuestionó así mismo.

- Quisiera creer que es porque me quieres como yo a ti mon cher o al menos aprecio, en el peor de los casos - se confesó haciendo que Arthur se apartara y lo mirara sorprendido con un ligero rubor en las mejillas.

- Francis ¿qué... qué has dicho? - su corazón estaba agitado y sus mejillas aumentaban el sonrojo un poco más. Su cerebro se desconectó definitivamente cuando en lugar de contestarle... Francis unió sus labios en un beso inocente y tierno como no lo creyó capaz de dar.

Por un momento se quedó de piedra, pero despacio, con el corazón agitado y algo de miedo, le correspondió. Los brazos de Francis lo envolvieron de la cintura y Arthur puso sus manos sobre los hombros ajenos, sus pies estaban en puntillas para que el otro no se agachara tanto.

Los labios de Francis comenzaron a moverse lentamente, esperando que el inglés siguiera el ritmo y lo estrechó más contra sí. Era un beso cargado de sentimientos pero no pasional, el francés no quería asustar al menor con la intensidad pues por los torpes movimientos y la timidez, supo que era el primer beso de Arthur y era muy feliz de saber que lo estaba compartiendo con él. Después de todo, Francis había estado enamorado de Arthur desde hacía mucho tiempo pero jamás había podido confesársele por temor al rechazo y distanciamiento del inglés. Sin embargo ahora ya no tenía nada que temer, Arthur le correspondía, podía sentirlo a través de ese beso y no lo dejaría solo nunca más.

Se separaron cuando unos grititos emocionados los alertaron de que los gemelos habían despertado y los habían visto. Arthur estaba rojo como cereza y Francis le sonrió y le dio un rápido beso antes de girarse a mirar a las dos emocionadas colonias.

- Daddy! Tú y Mr. Francis ¡están juntos! - Alfred fue el primero en gritar.

- ¡Père! ¿Alfred y Monsieur Arthur se quedarán con nosotros? - sus grandes y violetas ojos brillaban con ilusión, al igual que los azules de su gemelo.

- Oui, mon pettit, si Arthur lo acepta claro - miro al inglés.

- Daddy? - Alfred se acercó al balcón tomado de la mano de Matthew.

- Alfred... volvemos a casa - comento en voz seria, haciendo que los tres pares de ojos lo mirarán sin creérselo, luego con una sonrisa añadió - la ropa que traemos en las maletas no es suficiente - Francis lo abrazó feliz y los niños gritaron de alegría abrazándose y saltando en círculos, tomados de las manos - ¿a ti y a Matthew no les molestaría acompañarnos, verdad? - pregunto tímido, recibiendo un nuevo beso como respuesta.

Arthur: La historia de un imperioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora