Siempre los encontraré

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‒ Ya te lo dije, me llamo Regina Kirkland, hija tuya y de Scott, además la representación humana de Reino Unido -volvió a presentarse con orgullo y de nuevo, era como verse a sí mismo de pequeño.

Y en ese momento, Arthur supo que su de por si complicada y hasta deprimente vida, se había complicado a la décima potencia y no precisamente por cosas de política.

Miró a la niña que seguía frente a él esperando que reaccionara, se alejó de la puerta y con una mano apretó el puente de su nariz, tenía demasiado trabajo y estrés como para lidiar con lo que fuere que ahora aparecía ¿es que no tendría un descanso de todo?

‒ Dime que esto solo es una broma, por favor - fue hasta su escritorio y se sentó, Regina lo siguió cerrando la puerta tras de sí.

‒ ¿Por qué lo sería? Además ¿me ves cara de estar bromeando? - alzó una ceja y ahora, para agravar la pobre mente de Arthur, se parecía a Scott.

‒ ¡Porque tiene que serlo! ¿En qué mundo o cabeza puede caber la idea de que yo tendría algo con Scott? ¿Hijos? ¡Es una locura! - se desesperó, ¿es que acaso la niña no entendía?

‒ Pero es verdad. Soy tu hija, tuya y de él. Por lo que sé... Scott y tú se aman - se acercó a él e hizo que la viera - tú y él eran muy felices juntos, y también junto a mis tíos y junto a Mattie y Alfred ¡créeme!

Arthur miró a los ojos de la niña, dos brillantes y emocionadas orbes esmeraldas le devolvían la mirada. La chica había tomado su mano entre las suyas y tenía una sonrisa sincera como las que él ya no recordaba recibir. Suspiró, tenía que hacerla entrar en razón, hacerle ver que nada de lo que creía era verdad.

‒ Escucha pequeña...

‒ Mi nombre es Regina - lo corrigió.

‒ Bien, escucha Regina - la tomo de los hombros e intentó hablar lo más claramente que pudo ahora que toda la atención de la niña estaba puesta en él - no sé quién te dijo todo esto, quien te convenció de que eras mi hija y de... Escocia, pero se equivocó. Yo nunca tuve hijos y jamás me he llevado bien con mis hermanos, después de sus independencias tampoco lleve buena relación con Matthew y Alfred y por si fuese poco, ni por asomo Scott y yo nos amamos... nada de lo que dices es real - le dolió un poco el notar como la luz se apagaba un poco en los ojos de la chiquilla, pero era lo mejor.

‒ No, tú te equivocas ¡y está bien! Lo entiendo... es la maldición la que no te deja recordarlo, pero lo harás papá, yo estoy aquí para eso - respondió con renovada energía y decisión en sus palabras.

‒ Niña...

‒ Regina - le recordó - mira, puedes creerme loca si quieres, pero no me rendiré. El camino no es nada fácil y la situación tampoco, pero lo lograremos eso te lo puedo asegurar. Yo, le devolveré sus vidas a todos, lo haré

Arthur viendo que nada ganaba discutiendo con ella, decidió que por hoy era suficiente para él, debía descansar. Después de todo al día siguiente tenía que preparar la reunión que tendría con sus hermanos dentro de una semana, debía evitar que esto se saliera -aún más- de su control.

‒ Como tú digas niña - se rindió -es tarde ya y por lo que veo no tienes a dónde ir ¿me equivoco?

‒ En parte, digo, técnicamente tengo lugar donde volver pero está muy retirado de aquí

‒ Bien, entonces supongo que deberé acomodarte en una de las habitaciones, sígueme

Cuando Arthur salió sintió como la chica tomo su mano, su primer impulso fue apartarla pero con esa pequeña acción una calidez se instaló en su pecho así que solo la sujeto bien y caminaron hacia el ala de las habitaciones, la dejaría dormir en una habitación que regularmente era para los invitados políticos pero, sus pies lo llevaron hacia las que eran reservadas para su familia. Al llegar al pasillo notó como la puerta que siempre estaba cerrada ahora estaba emparejada, se acercó aun con Regina de la mano y al abrirla reveló un cuarto que era perfecto para una chica.

Arthur: La historia de un imperioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora