Arthur: La historia de un imperio

The Curse

La mañana llego para Scott más tarde de lo acostumbrado. Cuando despertó pasaban más de las 11 de la mañana, contrario al estado agitado y deprimente con que durmió, al despertar sentía una tranquilidad que solo comparaba a cuando era pequeño y su madre cuidaba de él. A un lado de él y abrazado a su cintura estaba Arthur aún dormido, su expresión era de tranquilidad y paz. Scott alzó una ceja interrogante, si bien le alegraba que Arthur estuviese más recuperado que el día pasado, aun así le extrañaba que fuese tan pronto. No queriendo molestarlo intentó acomodarlo para poder levantarse sin despertarlo, pero Arthur despertó.

‒ ¿Scott? ¿A dónde vas tan temprano?

Su cara soñolienta y voz algo rasposa le sacaron una sonrisa a Scott, su Arthur de siempre estaba de vuelta. Con una sonrisa algo burlona volvió a acomodarse en la cama, ahora recostado contra la cabecera y acomodando a Arthur en su pecho.

‒ Es casi medio día, pequeño dormilón - beso su frente y temiendo romper esa aura de felicidad y paz interior, preguntó con tono bajo - ¿cómo te encuentras hoy?

‒ ¿Huh? - al mirarlo entendió que su cambio drástico de humor lo extrañara, después de todo Scott estaba dormido cuando su madre los visitó - pues, muy bien, de hecho, más que bien

Su sonrisa lo extrañó más pero su intuición le decía que algo había pasado en la noche para esto, lo cual lo confirmó Arthur cuando luego de darle un beso lo abrazó feliz.

‒ Podremos hacerlo Scott ¡podremos! - Scott no entendía nada, hasta que Arthur tomó su mano y la llevó a su vientre, con ese simple gesto Scott lo comprendió.

‒ ¿Quieres decir...? Pero ¿cómo? - su sonrisa comenzaba a aflorar y estaba casi seguro que su voz tranquila había salido algo aguda por la emoción.

‒ Madre, ella lo hizo. Anoche, se apareció y lo hizo, me... arregló - bajo la mirada, aunque esa habilidad hubiese vuelto eso no le quitaba la idea de que por mucho tiempo fue una nación incompleta.

‒ Oye, mírame - lo tomo de la barbilla para encontrar su mirada, luego le sonrió comprensivo - aunque esto no fuese así, no pienses que estabas incompleto ni eras menos por ello. De cualquier forma, manera y en cualquier tiempo o lugar, yo te amo y te amaré Arthur, siempre estaré contigo - lo tomo de la cara y quitó una lágrima rebelde que Arthur ni había notado que soltó. Le sonrió y lo besó.

‒ Cuando lo dices así... siento que tenemos todo asegurado, todo nuestro futuro... como si ninguno dependiese de nada más - Arthur confesó, sin despegarse mucho de Scott, haciendo que sus labios rozasen al hablar.

‒ Dentro de lo posible así será, lo prometo

Scott sabía que probablemente la promesa fuese en parte vacía; eran naciones, no humanos: Sus vidas no les pertenecían, sino a su pueblo; Su futuro, fuera juntos o no, no dependía de ellos, dependía de su gente, sus gobiernos, gente ajena a ellos a la que no le importaba si con sus conflictos, guerras y decisiones separaban a hermanos, amigos, amantes... familias enteras. Ellos lo sabían mejor que nadie, el Reino Unido no siempre tuvo ese nombre, los hermanos Kirkland no siempre fueron tan unidos, hubo un tiempo en que no soportaban verse entre sí, tiempos en los que Arthur sufrió de sus rechazos, golpes e insultos, tiempos en los que sus tierras se vieron bañadas en sangre. Y no eran los únicos: Los hermanos Beilschmitd estuvieron separados por mucho tiempo, perdieron mucho en el camino hasta ahora; Los Italia antes de su unificación también habían pasado por algo similar, Iván y sus hermanas también conocían de ese tema. Todos los países, actuales y antiguos en algún momento lo sintieron, lo vivieron. Atacar a quien había crecido con ellos, seguir ordenes que deseabas ignorar, iniciar, participar o terminar guerras que hubieran preferido no vivir... acatar órdenes mientras escuchan los gritos y lamentos de su pueblo que sufre por las decisiones de unos cuantos.