CAPÍTULO 8

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La mayoría de los personajes le pertenecen a S. Meyer aunque habrá algunos hijos míos. Por lo demás. . . continúo jugando

CAPÍTULO 8

A DÓNDE TÚ ME LLEVES

— Edward — dijo tendiéndole la mano —y por cierto, gracias

— Isabella —respondió aceptando la mano que él le ofrecía, apretándola con firmeza, sosteniéndole la mirada—, de nada.

El apretón de manos duró mucho más de lo que el tiempo convencional sugería. Isabella no quería romper el contacto, estaba completamente inmersa en la profundidad de la mirada esmeralda que la inmovilizaba por completo; Edward por su parte, no quería perder esa sensación de calor que hacia tanto tiempo lo había abandonado y que había tomado su cuerpo por asalto en el momento mismo en que sus pieles se tocaron.

.El sonido de un teléfono móvil los distrajo, Isabella parpadeó al darse cuenta que era su propio celular quien le reclamaba atención rompiendo el lazo de sus miradas, pero no soltaron sus manos.

— ¿No vas a atender? — preguntó Edward señalando con un movimiento de sus cejas el bolsillo parpadeante de la chica

— Sea lo que sea, puede esperar— respondió ella levantando sus hombros restándole trascendencia a la inoportuna interrupción, ajustándose su chaqueta con la mano libre. Él observó aquel gesto

— ¿Vamos?

La pregunta de Edward hizo que Isabella cayera en la cuenta de que algo debían hacer, no podían quedarse eternamente en aquella azotea, había comenzado a perder la sensibilidad de los dedos de sus pies

— Sí, claro. . . — dudó un momento — . . . ¿ a dónde vamos?

— Pues, en vista de la las circunstancias — dijo Edward trayéndola brevemente hacia sí, girando su mano para tomar correctamente la suya como si fuera lo más natural del mundo— creo que en este mismo momento soy tu responsabilidad, así pues. . . creo que . . . a donde tú me lleves, estará bien.

Inmediatamente que terminó de pronunciar esa frase, Edward cayó en la cuenta de lo que había dicho. No podía permitirse el lujo de separarse de ella, no ahora, no en este momento. Lo había sentido cuando la vio en el parque, un soplo de vida nuevo, un momento de lucidez entre tanta locura, un respiro a los dos meses de angustia y soledad autoimpuesta a que se había sometido; temía que si se alejaba de ella, la desazón y desesperación volverían para apoderarse de él. Si con su simple aparición y un par de palabras había detenido la locura que pensaba hacer, debía — por ahora— aferrarse a aquella mano que tenia entre las suyas, tratar de conservar su compañía el mayor tiempo que pudiera; ir hacia donde aquella extraña lo guiara

Isabella por su parte, tomo aquel gesto como algo ¿familiar? No supo como definirlo en el mismo momento en que paso, pero sentir el suave acomodo de la mano masculina en la suya no le resulto desagradable, al contrario fue como si estuviera en el lugar correcto; aquel gesto intimo, no la tomo por sorpresa, era simplemente lo que deseaba y esperaba.

Sonrió mirándolo y miro hacia atrás

— Es verdad, vámonos, ya no tenemos nada que hacer aquí. Creo que un café nos sentaría bien a los dos

— Bien, un café me parece bien

Esperaron el elevador y bajaron en el sin decir una palabra, ambos sumidos en sus pensamientos ante aquella extraña situación en la que estaban inmersos pero, por extraño que pareciera, ese silencio no los ponía incómodos, al contrario, era como el preámbulo adaptativo para lo que fuera que siguiera de ahora en más. Llegaron a la planta baja y Edward saludo al conserje con un movimiento de cabeza al que el hombre respondió con un correcto —Señor— mientras salían al exterior del edificio.

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